“Violett” hace uso de uno de los mayores miedos que cualquier padre o madre podría tener… el cual, curiosamente, no puedo mencionar explícitamente en el presente texto, ya que implicaría entrar en territorio de spoilers. Basta con decir, en todo caso, que lo que tenemos acá es un thriller psicológico que maneja un tono casi de ensueño, utilizado recursos aparentemente limitados para meter al espectador de lleno en una historia que no siempre deja en claro qué forma parte de la realidad de la protagonista, y qué no. “Violett” es una película que no funciona del todo, pero que de igual manera tiene buenas ideas, algunas imágenes impactantes, y giros narrativos sorprendentes.
Georgia Eyers (“The Xrossing”) interpreta a Sonya, la madre de la Violett del título (Valentina Blagojevic). Es una mujer que vive en un aparente estado de tristeza, interactuando ocasionalmente con su esposo, el doctor Stan (Sam Dudley), pero generalmente encargándose de la casa donde los tres viven, y recogiendo a su hija del colegio cuando es necesario. Pero poco a poco, comienzan a suceder cosas extrañas: Sonya empieza a tener curiosas visiones de muerte y campos de flores amarillas, y ciertos personajes con intenciones dudosas tocan el timbre de su casa. ¿Qué es real, y qué no lo es? ¿Y qué tienen que ver las desapariciones de varias niñas en el pueblo con todo lo que le está sucediendo?
Si hay algo que el guionista y director Steven J. Mihaljevich sabe hacer, es manejar a una narradora poco fidedigna. Desde la primera escena, queda claro que todo lo estamos percibiendo desde la mirada de Sonya, quien debido a su caracterización oscura y personalidad somnolienta, sabemos tiene que estar pasando por algo. Lo mismo se puede decir sobre la relación que mantiene con su esposo: le da de comer en casa y lo ve ocasionalmente en las noches, pero más que eso no tienen. El único personaje, apropiadamente, con el que Sonya muestra algo de dulzura y humanidad es Violett, dejando en claro que quiere mucho a su hija, y que está dispuesta a protegerla de todo.
¿O aquello tiene que ver, más bien, con cierto sentimiento de culpa del que no puede deshacerse? Porque mientras la película va avanzando, sin mayor prisa, uno se va dando cuenta que algo extraño está pasando con Sonya. ¿Qué significan las visiones que tiene ocasionalmente, tanto del campo de flores amarillas ya mencionado, como de ciertos eventos de su pasado? ¿Cuál es el rol de su madre en la narrativa? ¿Y por qué parece que nuestra protagonista está siendo acechada por personajes que muy bien podrían estar buscado a su hija, pero que no hacen nada al respecto? “Violett” nos propone varias preguntas, y felizmente, para el tercer acto logra responder la mayoría.
De hecho, es el tercer acto del filme el que funciona mejor, basándose en todo lo que se desarrolló previamente para introducir un par de giros narrativos chocantes —para los personajes—, pero que deberían resultar apropiadamente lógicos para cualquier espectador atento. Nuevamente, no quiero incluir spoilers, así que solo diré que el desenlace de “Violett” deja en claro el significado de la mayoría de metáforas visuales que se usan en el primer y segundo acto, y ayudan a pintar a Sonya como un personaje que se niega a aceptar la realidad, y que sin quererlo, está destruyendo su matrimonio debido a toda la culpa que siente. No se trata de una temática particularmente alegre, pero resulta satisfactorio ver como se desarrolla.
Eso sí, si lo que buscan es una experiencia de terror convencional, aquí no la encontrarán. “Violett” se mueve con lentitud, intentando desarrollar algún tipo de atmósfera, pero quedándose corta debido a sus claras limitaciones presupuestales. Consideren, si no, la peluca que usa Eyers a lo largo del filme. Prefiero no hacer conjeturas respecto a la razón por la que la usa; solo diré que no funciona en lo absoluto, ni como recurso de caracterización para el personaje, ni como una características que tendría sentido dentro de la ficción de la película. Y aunque el uso de locaciones es asertivo —ayudando a que Sonya se sienta como una mujer aislada—, el estilo visual “Violett” es por momentos algo plano, especialmente a la hora de retratar el presente del personaje.
Y sin embargo, la cinta logra incluir algunos momentos que sí logran destacar de entre lo más mundano. Consideren, por ejemplo, las visiones y sueños que Sonya tiene, los cuales hace un excelente uso del color saturado y referencias a cuentos de hadas como “Blancanieves”, para transmitir, aunque sea a través de metáforas visuales, lo que se quiere decir sobre los miedos que acechan a la protagonista. E incluso hay un buen uso de utilería importante para la historia, como cierto cráneo de animal que vemos en flashbacks, o el vestuario de ciertos personajes que hace referencia a los colores de los sueños. Hay una propuesta, solo que esta parece haberse visto limitada por las realidades de una producción de bajo presupuesto.
Y por supuesto, Georga Eyers hace un buen trabajo como Sonya, desarrollándola de forma creíble, por más de que la peluca y otros elementos de caracterización no la ayuden. Y aunque el uso del maquillaje y las prótesis no siempre resulta convincente, “Violett” incluye varios momentos de chocante violencia y suspenso, lo cuales funcionan básicamente debido a la temática que la narrativa maneja. Es así, pues, que nos quedamos con un producto final claramente imperfecto, pero que no carece de elementos sorprendentes; un filme con una propuesta clara, que al parecer no logró desarrollar bien todo lo que quería hacer, pero que igual debería causar algún tipo de impacto en el espectador. “Violett” es cine independiente australiano de bajo presupuesto, sí, pero es cine independiente australiano con algo que decir, y que con todos sus defectos y limitaciones, termina siendo bastante interesante.
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