Una amistad sin fronteras
Uno usualmente no relacionaría al director Peter Farrelly con un drama nominado al Óscar, y menos uno que trata de transmitir un comentario social relacionado al racismo y la discriminación. Después de todo, se trata de uno de los dos directores (junto con su hermano Bobby) de comedias como “El tonto y el más tonto” y “Loco por Mary”, filmes conocidos por su humor escatológico y escenas de humor bastante tonto (pero efectivo). Pero aquí estamos, varios años después del estreno de aquellas cintas, disfrutando de “Una amistad sin fronteras”, una película que, a pesar de ser bastante sencilla y hasta inocentona en relación a su acercamiento a temas sociales muy importantes, aprovecha al máximo las fortalezas de Farrelly como cineasta, para entregarnos una historia emotiva e impecablemente actuada.
“Una amistad sin fronteras” está basada en la historia real del Dr. Don Shirley (Mahershala Ali) y Tony Vallelonga (Viggo Mortensen). El primero fue uno de los pianistas más importantes de los años cincuenta y sesenta, mientras que el segundo fue un bouncer de origen italiano que trabajaba para las mafias de Nueva York, un hombre violento pero —según la película— de buen corazón. El detalle es que Shirley era afroamericano, por lo que la relación —tanto de amistad como profesional— entre ambos no era algo muy bien aceptado en los Estados Unidos de hace más de sesenta años, especialmente en los estados sureños del país, donde la segregación todavía se ponía en práctica, y el racismo era un punto de vista válido, desafortunadamente.
Al comenzar la cinta —en 1962—, Tony está trabajando como bouncer en un night club. Pero cuando el local comienza un proceso de refacciones que durará dos meses o más, nuestro protagonista se ve obligado a encontrar un nuevo trabajo para poder mantener a su esposa, Dolores (Linda Cardellini) y sus dos hijos. Es ahí donde el Dr. Shirley entra a tallar —le ofrece un trabajo como chofer y un muy buen sueldo, pero le advierte que tendrá que alejarse de su familia por dos meses. Después de todo, tendrá que llevarlo a varios conciertos en el sur del país, por lo que, además, probablemente tendrá que proteger a su empleador de toda suerte de actos de violencia y discriminación. Previsiblemente, Tony rechaza el trabajo inicialmente, pero luego acepta la oferta de Shirley y se encaminan al sur. Dicho viaje hará que se desarrolle una cercana amistad entre los dos hombres, pero también los involucrará en situaciones increíblemente incómodas y peligrosas.
Una de las mayores debilidades de “Una amistad sin fronteras” se encuentra en su elección de protagonista. Considerando que el guión fue coescrito por el hijo del verdadero Tony Vallelonga, no debería sorprender el que la cinta esté narrada desde su punto de vista, pero no puedo evitar sentir que ver la misma historia desde el punto de vista de Shirley hubiese resultado en un producto final más profundo, y con más cosas qué decir. Después de todo, Shirley es el personaje más interesante de “Una amistad sin fronteras” —un hombre lleno de demonios internos, inseguro de su verdadera identidad —no se siente identificado con otros afroamericanos, y a pesar de su educación y talento, todavía es discriminado por muchos blancos— y con un pasado interesantísimo. Ali lo interpreta como un misterio que, poco a poco, se va develando —su exterior refinado y frío esconde una suerte de inseguridades que son “controladas” con alcohol y mucha soledad. Se trata de una excelente interpretación que compensa la caracterización algo plana que el guión le da a Shirley.
Por su parte, el Tony de Mortensen es un hombre muchísimo más sencillo. Sí, puede llegar a ser muy carismático por momentos, pero en términos generales, se trata de una cuasi-caricatura del hombre italiano simple de bajos recursos, que se ha visto incontables veces en películas de mafiosos o criminales. El trabajo de Mortensen es impecable, de eso no hay duda, y sí tiene un arco por el que atravesar a lo largo de la película, pero al ser un hombre con menos capas; con menos dudas y con un pasado algo turbio, pero estereotípico, resulta bastante menos interesante que el Shirley de Ali. En todo caso, el contraste entre ambos personajes resulta en momentos verdaderamente hilarantes, en donde la fuerte química entre ambos actores se hace evidente.
Porque si hay algo que demuestra “Una amistad sin fronteras”, es que Farrelly puede utilizar sus fortalezas como director de comedia para contar historias más serias. Sí, “Una amistad sin fronteras” toca temas socialmente relevantes —de manera muy simplificada, eso sí—, pero la película brilla durante los momentos más ligeros. Consideren, si no, la caracterización de la familia de Tony, las secuencias en donde Shirley ayuda a Tony a escribirle cartas a su esposa, y una reacción en particular por parte de Tony a un show que su amigo le brinda a un público distinto al que estaba acostumbrado. “Una amistad sin fronteras” terminó siendo un filme bastante más ligero de lo que esperaba, el cual aprovecha al máximo los momentos ligeros entre sus protagonistas, y transmite temas sobre relaciones raciales de forma… poco sutil.
Porque al final del día, el mensaje principal de “Una amistad sin fronteras” es que el racismo es… malo, lo cual debería resultar obvio para la mayoría de espectadores (y si no es así, pueden considerarse a sí mismos como personas terribles). El filme se queda un poco en la superficie, desgraciadamente, y no parece querer atreverse a decir algo nuevo sobre el racismo tanto en aquella época, como hoy en día. Escenas como la confesión de Shirley en la lluvia, por ejemplo, se sienten un tanto artificiales, y la representación de la población sureña es de caricatura: todas (o casi todas) las personas con las que Shirley y Tony se encuentran son racistas, ya sea abiertamente, o hipócritamente. Claramente la gente de aquella época en aquellos estados probablemente eran así de racistas y retrógradas, pero una representación con algo más de matices hubiese resultado en una cinta menos previsible.
“Una amistad sin fronteras” podría considerase como típico drama hecho para ganar premios: toca temas socialmente relevantes (aunque superficialmente), destaca muchísimo el trabajo actoral de sus protagonistas, y mezcla elementos de comedia y drama para desarrollar una historia que, en los Estados Unidos, se definiría como feel-good. Pero a la vez, debo admitir que la pasé muy bien viendo la película; disfruté del trabajo de Ali y Mortensen, disfruté de los momentos de inesperado humor, y me identifiqué con ambos personajes y sus conflictos, tanto internos como externos. Puede que “Una amistad sin fronteras” no merezca el Óscar de este año a Mejor Película, pero eso no quiere decir que sea una propuesta deficiente. Si disfrutan de los dramas ligeros bien actuados y emotivos, definitivamente valdría la pena que vean “Una amistad sin fronteras” en la pantalla grande.
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