Adaptar novelas a la pantalla grande es ya de por sí un trabajo engorroso y complicado. La literatura y el cine son medios completamente distintos, con diferentes exigencias y maneras de narrar una historia. Lo que funciona en el papel no funciona necesariamente en la pantalla, y mucho de lo que puede ser incluido en un libro, tiene que ser eliminado en la película por cuestiones de tiempo. Las novelas, por ende, no suelen ser adaptadas de manera totalmente fiel, si no más bien respetando los temas y la narrativa general de la historia, eliminando, cambiando, reemplazando y moviendo personajes y situaciones, todo para que la misma historia funciona en un producto que no durará más de una hora y media o dos horas. Es complicado, pero no es imposible de hacer.
La cineasta peruana Rossana Díaz Costa (la infravalorada “Viaje a Tombuctú”) tenía, pues, un trabajo poco envidiable con “Un mundo para Julius”: adaptar una de las novelas más celebradas de la literatura peruana, tratando de mantener el espíritu de la historia y el mensaje central que transmitía, eliminando toda la “grasa” que convertiría a una adaptación cinematográfica en algo imposible de desarrollar. Súmenle, además, el hecho de que, como el título lo sugiere, buena parte de la historia está vista desde la perspectiva de un niño —dirigir niños es de lo más difícil que se puede hacer en el cine, y peor cuando tienen que protagonizar la mayor parte de escenas en un filme. De hecho —y esto es parte del reto que Díaz Costa se impuso a sí misma—, el buen Julius aparece en prácticamente todas las escenas de la cinta, la cineasta habiendo decidido eliminar aquellas que no tenían nada que ver con su historia. Muy buena decisión.
El resultado final, sin embargo, es algo irregular. Hay muchas cosas que disfruté en “Un mundo para Julius”, desde la excelente actuación de Mayella Lloclla (una de las actrices nacionales más infravaloradas de la actualidad), hasta algunos de los esfuerzos por recrear una época y sociedades muy específicas. Pero tampoco se puede negar que la cinta flaquea en varios aspectos, y desgraciadamente, muchos de ellos están relacionados a lo mencionado líneas arriba: los niños. Es así que “Un mundo para Julius” termina siendo un respetuoso homenaje a la famosa novela de Alfredo Bryce Echenique, que sin embargo no llega a estar al mismo nivel, poniendo en evidencia algunos defectos que se encuentran con cierta frecuencia en el cine peruano.
“Un mundo para Julius” cuenta la historia el chico del título (interpretado por Rodrigo Barba y Augusto Linares a diferentes edades), un niño perteneciente a una familia limeña extremadamente adinerada. Su madre, Susan (Fiorella de Ferrari) lo engríe y lo protege un poco de sus hermanos mayores, pero él pasa la mayor parte del tiempo con los “sirvientes” de la casa, siendo criado, principalmente, por la dulce Vilma (Mayella Lloclla). Es así que, a lo largo de la película, vemos cómo Julius va descubriendo las diferencias que existen entre su vida y la de la gente que trabaja en casa, siendo testigo de distintas injusticias, la mayoría relacionadas a la discriminación y el racismo hacia las personas de menores recursos o diferentes orígenes (algo que, como Díaz Costa da a entender, no ha cambiado demasiado hoy en día, lamentablemente).
Lo mejor que tiene “Un mundo para Julius” es la relación entre el chico y Vilma. Se siente verosímil, tierna, y muy similar a lo que todavía sucede hoy en día entre los niños de dinero y las trabajadoras del hogar, muchas de las cuales terminan criándolos más que sus propias madres. Como se mencionó líneas arriba, Lloclla da una gran interpretación, convirtiendo a Vilma en alguien con la que resulta fácil empatizar. Su eventual destino, injusto y triste, resulta frustrante pero a la vez creíble, por más de que su última escena parezca pertenecer a otra película. En todo caso, es en la relación entre ambos personajes que se transmiten los mensajes más poderosos del filme —una mujer que quería tanto a un niño como Julius, inocente y cálida, termina siendo tratada de manera increíblemente cruel, todo por la manera en que es discriminada.
El resto del reparto de adultos no está mal, pero ninguno llega a estar al mismo nivel que Lloclla. Fiorella De Ferrari está correcta como Susan, una madre bienintencionada que, sin embargo, no parece conocer a sus hijos en lo absoluto, y que termina siendo opacada por un marido (Nacho Fresneda) increíblemente machista, homofóbico y racista. Este último es la personificación de la masculinidad tóxica de antaño, haciendo bromas racistas y homofóbicas con frecuencia, preocupado de que su hijo (putativo) no sea suficientemente “machito”. Por otro lado, da gusto ver a buenos actores como el gran Fernando Bacilio o Américo Zúñiga en papeles menores, pero lamentablemente no tienen mucho qué hacer. Y resultó divertido ver a Gonzalo Torres y, por supuesto, al mismísimo Bryce Echenique en cameos breves pero destacables.
Lamentablemente, quienes terminaron por decepcionarme fueron los niños. Como siempre digo, si un niño no convence como actor, no es culpa suya, porque… es un niño, e incluso más que los adultos, su trabajo depende mucho de la dirección que se le dé. Pero considerando que Julius es el protagonista de la historia, que supuestamente estamos viendo todo desde su perspectiva —aunque valgan verdades, la narración en off de Salvador del Solar ayuda bastante, por más que al inicio sea excesiva—, ninguno de los dos chicos logró convertirlo en un personaje interesante. Y no son solo ellos —los hermanos dan actuaciones bastante caricaturescas, también, y algunos de los personajes secundarios —sus novias, sus amigos— sobreactúan de lo lindo. Es una pena, pues, que un filme que se enfoca tanto en la vida de sus personajes jóvenes, flaquee en la interpretación de los mismos.
Adicionalmente, en lo que se refiere a la recreación de la década de los 60, “Un mundo para Julius” hace un trabajo igual de irregular. El vestuario, por ejemplo, es correcto, y tanto la directora como la diseñadora de vestuario hacen un buen trabajo utilizando el color para caracterizar a cada personaje, desde los vestidos elegantes para Susan, hasta los uniformes y trajes adorables para los niños. La casa de la familia de Julius, además, está bien aprovechada, delimitando bien la geografía del lugar, dando a entender con claridad dónde se encuentran los padres, dónde duermen los niños, y dónde viven los sirvientes. Sin embargo, el filme también cuenta con escenas menos convincentes —una secuencia en un aeropuerto, por ejemplo, se siente demasiado limitada, contando con poco extras, utilizando espacios muy cerrados, y sin mostrar un solo avión. Y algo similar pasa con las escenas de fiesta, que cuentan con menos extras de lo necesario, haciendo que se vean… vacías.
“Un mundo para Julius” logra contar la misma historia que su contraparte literaria —simplificada para la pantalla grande, como debía ser, y enfocada principalmente en el personaje del título, sin irse tanto por la tangente. Y logra, también, mostrar de manera clara el contraste entre la gente adinerada —viviendo en casas enormes, yendo a clubes elegantes, viajando en avión— y sus humildes sirvientes —esto se hace más evidente cuando Julius va con su chofer a un distrito más pobre de la ciudad. Pero se siente como una interpretación algo limitada, cuya dirección de fotografía no le hace demasiados favores. A nivel visual, “Un mundo para Julius” se siente demasiado digital, demasiado pulcra. Darle un aspecto más fílmico, más de celuloide, hubiera podido ayudar a que uno se adentre sin tantos problemas en los años 60, e incluso a ignorar algunas de sus limitaciones presupuestales (como la del aeropuerto).
El balance general, entonces, es tanto positivo como negativo. Se nota que Díaz Costa admiraba la novela de Bryce Echenique, y al menos en el papel, hizo un buen trabajo simplificando, modificando y más importante, adaptando la novela para que funcione en el medio del cine. Pero donde la película flaquea es en las actuaciones de sus personajes más jóvenes, en algunas de las recreaciones de la época, y en lo limitadas que se sienten las locaciones, haciendo que resulte difícil creer que uno está viendo una historia que, efectivamente, se llevó a cabo hace sesenta años. Y aunque entiendo el propósito del plano aéreo final —sirve para cementar el mensaje central del filme, por si no nos había quedado claro— creo que igual se siente un poco fuera de lugar, haciendo que “Un mundo para Julius” concluya de manera algo abrupta (pero nuevamente, relativamente fiel a la novela). Una demostración final, pues, de lo bien intencionada pero irregular que termina siendo la película.
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