Un camino a casa
Basada en hechos reales, Un camino a casa cuenta una extraordinaria historia de manera irregular, aprovechando muy bien a su talentoso reparto, pero haciendo uso de un guión claramente dividido en dos, en el que una parte resulta mucho más poderosa que la otra. No obstante, vale la pena admitir que, en general, se trata de una película correcta; triste, emotiva e inspiradora.
El filme comienza en los años ochenta en una pequeña aldea de India. El pequeño Saroo (Sunny Pawar) trabaja junto a su hermano mayor, Guddu (Abhishek Bharate) para ayudar a su madre, Kamla (Pryanka Bose), a subsistir. Un día, el menor acompaña al mayor a trabajar de noche cerca a una estación de trenes, ambos terminan separándose, y Saroo se embarca en un tren rumbo a Calcuta, sin saber el idioma, ni el nombre de su madre o de su aldea. Después de una serie de eventos tristes, Saroo es adoptado por una pareja australiana: Sue (Nicole Kidman) y John Brierley (David Wenham), y termina viviendo en Tasmania.
Veinte años después, Saroo (Dev Patel) es un joven estudioso y ambicioso. Viaja a Melbourne para tomar un curso sobre administración hotelera, y se enamora de una compañera de clases llamada Lucy (Rooney Mara). Pero de pronto se obsesiona con su pasado, y toma la decisión de encontrar la aldea donde vivió de pequeño y, más importante, a su madre y a su hermano, quienes espera todavía estén vivos y con ganas de reencontrarlo.
La primera mitad de Un camino a casa es la más poderosa. La historia de le pérdida de Saroo, el breve pero efectivo desarrollo de su relación con su hermano Guddu, y la serie de acontecimientos por los que tiene que pasar hasta por fin ser adoptado por Sue y John, son intrigantes y emotivos.
Uno realmente siente el medio y la confusión por la que está pasando Saroo— Calcuta se siente como un lugar raro, diferente y perturbador, una ciudad en la que nadie habla el mismo idioma que Saroo, donde todo el mundo se siente como un potencial enemigo. Experimentamos los acontecimientos previos a su adopción a través de los ojos de Saroo, y aunque la historia jamás se convierte en una tragedia melodramática, es lo suficientemente emotiva como para que uno pueda identificarse con el protagonista. Saroo es un chico fuerte e ingenioso, pero después de todo, es un niño pequeño perdido en un mundo extraño; es casi imposible no sentirse triste por él.
La segunda mitad del filme, en la que vemos a un Saroo ya crecido tratando de encontrar a su familia, es menos potente. Es acá donde el ritmo de la historia se vuelve más pausado, menos intenso, y donde algunas de las decisiones tomadas por los personajes son menos claras; sus motivaciones algo confusas. Saroo es un chico que no sabe exteriorizar sus emociones, lo cual resulta en interacciones algo frustrantes con Lucy, personaje con el que entabla una relación poco clara. En un momento se llevan bien, en otro no; en un momento están molestos, en el siguiente tienen sexo; en un momento él la abandona, pero poco tiempo después conversan como si nada. Esta parte de la historia no termina de funcionar.
Aquello puede deberse, dicho sea de paso, a que el personaje de Rooney Mara se siente gratuito y hasta innecesario. Su actuación no es deficiente, pero uno no siente que Lucy aporte demasiado a la historia. Entiendo que fue incluida para que Saroo pueda descargar algunas de sus emociones, pero se hubiese podido hacer lo mismo con la Sue de Nicole Kidman, quien está genial —su nominación al Óscar, por una actuación muy superior a cualquier cosa que haya hecho últimamente, está muy bien merecida. El siempre subvalorado David Wenham, por otra parte, es correcto como John.
Dev Patel es creíble como el Saroo adulto, aunque su trabajo no logra generar una reacción emocional lo suficientemente poderosa en el espectador. (Además, me fastidió el que no se parezca en nada a Sunny Pawar). De hecho, me atrevería a decir que las verdaderas estrellas de la cinta son Abhishek Bharate (Guddu) y especialmente Pawar, quien logra construir a un personaje verosímil y entrañable con muy poco diálogo. Su expresivo rostro, sus grandes ojos y su voz adorable son todo lo que necesita para hacer de Saroo niño el mejor personaje de la película.
Un camino a casa concluye de la manera en que uno esperaría, con el director Garth Davis manipulando las emociones de sus espectadores de todas las formas posibles. La buena noticia es que la historia es lo suficientemente impactante como para que dicha manipulación tardía no fastidie demasiado; la mala es que el personaje de Saroo se torna mucho menos interesante una vez que aparece como adulto —la elipsis de veinte años ciertamente no ayuda—, lo cual resulta en un leve declive en calidad.
No obstante, y a pesar de ser una de las nominadas al Óscar a Mejor Película más irregulares, Un camino a casa es un filme emotivo y bien actuado, el cual termina dando un mensaje valioso sobre el maltrato de menores de edad en la India, mostrándonos imágenes reales de Saroo y su familia. Se trata de una increíble historia de determinación y amor que, a pesar de ser fallida, vale mucho la pena ver en pantalla grande.
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