Sueño Florianópolis – 23 Festival de Cine de Lima

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Es bueno ir de viaje a la playa de vez en cuando. Nos permite salir, aunque sea temporalmente, de la vida cotidiana en la ciudad, para escapar de la rutina y del trabajo y del smog e incluso, a veces, de las tensiones de pareja. Dependiendo ya de cada uno, un viaje así puede resultar en una relación más fuerte, o en una separación —puede resultar en lazos más estrechos de amistad o de familia, o en peleas y conflictos y escándalos. Todo puede pasar —o al menos eso nos gustaría creer—, razón por la que la premisa de “Sueño Florianópolis” resulta ser tan deliciosamente prometedora. Si uno simplemente lee la sinopsis en el periódico o una web, puede imaginarse cualquier cosa: una comedia romántica, un drama intenso, o una historia compleja de relaciones interpersonales.

“Sueño Florianópolis” está, en todo caso, un poco en el medio —se trata de un filme que nos cuenta la historia de una familia que se encuentra al borde del colapso: de una pareja cincuentera que parece haber olvidado el amor, y de sus hijos, quienes ahora están más interesados en sus amigos o en el sexo opuesto, que en pasar unas vacaciones en familia, con unos padres que, claramente, tienen muchos problemas qué resolver. Y a diferencia de otras películas de festival, no depende de un tono opresor o del miserabilismo para desarrollar situaciones interesantes o personajes con los que uno puede empatizar —la directora Ana Katz entiende que este tipo de historias combinan muchos aspectos de la vida misma, desde la comedia, hasta el drama, y todo lo que se encuentra en medio de ese espectro.

Mercedes Morán interpreta a Lucrecia, quien, junto a su esposo, Pedro (Gustavo Garzón), y sus hijos adolescentes, Julián (Joaquín Garzón, hijo en la vida real de Gustavo), y Flor (Manuela Martínez, hija en la vida real de Mercedes), decide viajar a Florianópolis, una famosa playa brasileña. En el camino se les malogra el carro, y son (casi) rescatados por Marco (Marco Ricca), quien, una vez en la playa, les alquila una casa que supera a la que inicialmente habían arrendado. Es ahí que Lucrecia comienza a reconsiderar su matrimonio, Pedro utiliza los permisos que un viaje de este tipo supuestamente le concede, Flor experimenta el primer amor, y Julián decide alejarse por un par de días de su familia, en busca de algo más divertido para hacer.

La mayor parte de “Sueño Florianópolis” la vivimos desde la perspectiva de Lucrecia —desde sus conflictos con Pedro, hasta los problemas que tiene para relacionarse con sus hijos, y la manera en que va entablando una amistad —o algo más— con Marco. Vemos lo lugares comunes entre loa argentinos y los brasileños, pero también las diferencias —Marco es mucho más relajado, caminando en zunga todo el día, aparentemente sin preocupaciones, mientras que Leticia se demora más en dejar de pensar en sus propios problemas. Tanto ella como Pedro son psicoanalistas, y en un chiste recurrente bastante gracioso, se encuentran, al menos un par de veces, con una pareja de pacientes que, casualmente, también decidió veranear en Florianópolis. He ahí la ironía del viaje: se fueron de Argentina para escapar de sus responsabilidades, pero estas parecen estar persiguiéndolos.

En todo caso, la manera en que Katz observa estas situaciones no carece de humor, lo cual le otorga un tono más bien ligero a “Sueño Florianópolis”, por más que, por momentos, lidie con situaciones algo complicadas entre marido y mujer. Los diálogos —naturalistas, frecuentemente divertidos— y las actuaciones relajadas y verosímiles ciertamente ayudan —ver esta película es como acompañar a una familia conflictiva en unas vacaciones accidentadas. Es frecuentemente incómodo, pero como la mayoría de sus problemas no le conciernen a uno, también termina siendo bastante gracioso. Además, uno jamás siente que sus peleas vayan a tener consecuencias demasiado graves —cuando Julián decide irse de Florianópolis por un par de días, nadie —ni sus padres ni su hermana— se preocupa demasiado por él, por lo que el espectador tampoco llega a preocuparse mucho.

Morán da una actuación creíble y honesta como Lucrecia, una mujer que, por más que no quiera admitirlo, quiere sentirse joven otra vez, y que cree que un viaje como este podrá darle dicha oportunidad, por más breve que termine siendo. Se trata de una interpretación que desarrolla al personaje como un ser humano común y corriente, fallido, lleno de conflictos internos, e interrogantes sobre la relación que mantiene con su familia. El Pedro de Garzón, por otra parte, es menos memorable, pero también tiene sus momentos, y los hijos —Joaquín Garzón y Manuela Martínez— dan sólidas actuaciones, desarrollando a sus respectivos personajes como adolescentes que están buscando su lugar en el mundo, fuera de la influencia de sus padres. Quien se roba la película, sin embargo, es Marco Ricca, un hombre de personalidad juvenil (o hasta inmadura) que vive en el momento, tanto así que adora las bienvenidas (y las zungas apretadas), pero odia las despedidas.

“Sueño Florianópolis” es un filme sin mayores pretensiones, un dramedy que aprovecha muy bien a sus actores para desarrollar una historia sobre crisis matrimoniales y de la mediana edad, primeros amores, y conflictos familiares. Súmenle a esto la inclusión de un par de escenas altamente simbólicas —no resulta difícil entender el sueño que Lucrecia tiene hacia el final del filme— y el estilo directo y realista de Ana Katz —cámaras en mano y un buen uso de la luz natural— y el resultado final es una película entretenida y naturalista, que sin llegar a ser una obra maestra —entiendo que muchas de las cintas anteriores de Katz son superiores—, logra transmitir unos cuantos mensajes de gran valor al espectador. “Sueño Florianópolis” logra estimular el cerebro y el corazón sin dejarlo deprimido a uno, lo cual ya de por sí, es más de lo que muchas películas del 23 Festival de Cine de Lima son capaces de hacer.

 

Avance oficial:

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