Subservience

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Si metes “Ella”, de Spike Jonze, la primera película de “Terminator” y una película barata de porno softcore de los años 2000 en una licuadora, lo más probable es que te salga algo como Subservience. Lo cual no es algo necesariamente malo —después de todo, la más reciente película de Megan Fox nunca es aburrida, por más de que se torne frustrantemente previsible hacia el final. No, el mayor defecto de Subservience es que, a pesar de manejar algunos temas relevantes relacionados a los peligros de la Inteligencia Artificial, nunca a llega ser suficientemente ambiciosa, abandonando la mayor parte de su contenido temático para reemplazarlo con historias de “sacadas de vuelta”, esposas con problemas de corazón, y compañeros de trabajo vengativos.

Por ende, no tiene caso pedirle a Subservience más de lo que nos puede dar. Lo que tenemos acá es Cine B puro y duro, en donde los temas anteriormente mencionados son relevantes, sí, pero donde lo más importante, al parecer, es ver a Megan Fox actuando como un androide cachondo, igual de interesada, eventualmente, en matar gente que en tener sexo con su nuevo “amo”. Nada similar, pues, a algo como “I.A.: Inteligencia Artificial”, de Spielberg (uno de sus trabajos más infravalorados, dicho sea de paso), pero bastante parecido al tipo de película de ciencia ficción que uno podría haber encontrado en los rincones menos rebuscados de una tienda de VHSs en los 90s. O a la media noche en un canal como Cinemax, que se especializaba tanto en pasar “blockbusters” Hollywoodienses, como filmes eróticos de poco renombre y menos ambición.

Al comenzar la película, vemos a una pareja feliz viviendo una vida ideal. Nick (Michele Morrone) es un arquitecto exitoso, y su esposa, Maggie (Madeline Zima) está criando muy bien a sus dos hijos, la pequeña Isla (Matilda Firth) y el bebé Max (Jude Greenstein). Sin embargo, luego de que Maggie tiene un ataque coronario y acaba en el hospital, a la espera de un nuevo corazón para que le transplanten, nuestro protagonista queda solo en casa, con dos hijos para cuidar. Por ende, decide comprar el más reciente modelo de Androide fabricado por una megacorporación especializada en tecnología de avanzada: Alice (Megan Fox) parece ser todo lo que necesitaban y más, capaz de alimentar y cuidar a los niños, y por supuesto, de preocuparse de su “amo”, Nick, la única persona que le puede dar órdenes.

Como se deben imaginar, la situación inicialmente idónea se va tornando poco a poco en una pesadilla. Desde un principio, Alice da indicios de avería, comportándose de manera extraña con su nueva familia. Pero es cuando Nick la “resetea” que las cosas verdaderamente se van al demonio. Justificando sus acciones con la excusa de que siempre quiere mantener a su “amo” feliz, Alice seduce y tiene sexo con Nick (en una escena más perturbadora que sensual), y una vez que Maggie regresa a la casa, se empecina en querer acabar con la familia, considerando a la esposa e hijos más como una “carga” que como parte de la felicidad de Nick. Claramente, nuestro protagonista tiene que hacer algo al respecto, por más de que sus problemas en el trabajo tampoco lo dejen vivir en paz.

Durante la primera mitad de metraje, Subservience parece querer decirnos algo sobre los peligros de la inteligencia artificial avanzada. Nos muestra un hogar, pues, en el que la tecnología está por todas partes, incluyendo refrigeradoras inteligentes, marcos de fotos digitales, y más. Nick y su familia parecen estar cómodos con la dependencia a la tecnología en el hogar, con el primero confiándole a sus hijos a Alice sin problemas, consciente de que necesita toda la ayuda posible para criarlos. Es a través de la humanización que Nick le imparte a Alice, sin embargo, que la cosas se van tornando feas; el hecho de que el robot tenga rostro (y bueno, luzca como Megan Fox) confunde al hombre, haciendo que el aparato cobre más consciencia de lo necesario.

Es a partir de todo aquello, entonces, que Subservience plantea algunas preguntas interesantes: ¿qué nos podría separar de consciencias sintéticas avanzadas? ¿Cómo podríamos diferenciar a un robot súper-realista (que además, aparentemente, viene con genitales y todo) de un ser humano verdadero? ¿Y serán capaces las inteligencias artificiales de obtener sentimientos y emociones, percibiendo, incluso, el arte de la misma manera que nosotros? Son preguntas, por supuesto, que nunca son respondidas de forma satisfactoria, y que son incluidas en la película de forma bastante superficial, pero ahí están. En todo caso, ayudan a la construcción de un mundo interesante (filmado en Bulgaria, porque claramente era más barato para la producción), que hasta incluye carros completamente automatizados con parabrisas con hologramas, y todo.

Fuera de la narrativa principal, Nick se involucra en una subtrama en la que la mayoría de sus compañeros de trabajo en una construcción son despedidos y reemplazados por robots. Esto sirve para complementar los temas anteriormente mencionados, y hablarnos sobre cómo la tecnología podría llegar a reemplazar a mucha gente en diferentes ámbitos profesionales. Es una pena, entonces, que dicha línea narrativa concluya de forma anticlimática y violenta, sin dejar muy en claro, además, cuál es el mensaje que el director S.K. Dale nos está dejando. ¿Podrán las máquinas reemplazarnos? ¿Harán un trabajo igual de bueno que los humanos? Parece que en este mundo sí (están presentes tanto en construcciones, como en bares y hasta hospitales), pero el filme no parece tener una postura muy clara respecto a lo que construye.

Todo esto culmina, pues, con un tercer acto sacado de una película de “Terminator”, pero con efectos visuales menos ambiciosos, un menor grado de tensión, y por supuesto, Megan Fox haciendo el papel de Schwarzenegger. Es una pena que lo desarrollado anteriormente —melodrama mezclado con elementos de thriller erótico y los temas ya mencionados —sea reemplazado por algo tan previsible y choteado, pero como se mencionó líneas arriba, parece que Dale y sus guionistas no tenían en mente nada más ambicioso que una historia bien de “serie B”. Lo gracioso, además, y sin incluir spoilers específicos, es que técnicamente Subservience concluye con una suerte de cliffhanger, que promete la existencia de una secuela que estoy casi 100% seguro jamás saldrá. A menos, por supuesto, que a la película le vaya particularmente bien en streaming o V.O.D.

Por un lado, Subservience es exactamente lo que promete en el empaque (el empaque siendo, por supuesto, tanto el trailer como el afiche): una película ligeramente explotadora, en la que Megan Fox interpreta a una robot que, inexplicablemente, viene de fábrica con genitales y vistiendo ropa interior sexy dentro de su outfit genérico. Pero por el otro, la película desarrolla suficientes temas interesantes (aunque sea de manera superficial) como para demostrar que muy fácilmente podría haber sido más: más ambiciosa, más seria, más creíble y más imprevisible. El resultado final es innegablemente entretenido, y está tanto dirigido como actuado con solvencia (Fox es sorprendentemente creíble como una robot fría y calculadora), pero tampoco es que pueda recomendarle Subservience a cualquiera. En todo caso, si la ven, háganlo con pocas expectativas, y seguro quedarán medianamente satisfechos, como este crítico.

Nota: vi Subservience gracias a un screener enviado por Vertigo Releasing.

Avance oficial:

50%
Puntuación
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