Sócrates – 23 Festival de Cine de Lima
Es común encontrarse con películas de temas difíciles en un evento como el Festival de Cine de Lima —filmes que tratan sobre las dificultades por las que tiene que pasar una buena porción de la población de un país o una ciudad, o sobre los problemas sociales, raciales, o de discriminación que se ven todavía con frecuencia en las sociedades latinoamericanas. Después de todo, una gran cantidad de películas latinoamericanas tratan precisamente sobre sus habitantes —sobre nosotros, y sobre lo que tenemos que vivir día tras día. Dichos temas y perspectivas no siempre resultan en productos finales magníficos, pero cuando son bien desarrollados, ciertamente pueden llegar a entregarnos historias altamente emotivas e inteligentes.
Por más que “Sócrates”, de Alexandre Moratto, trate de hacer eso, desgraciadamente, no lo llega a lograr. Y no es porque no intente. A pesar de que no puedo decir que “Sócrates” es una mala película —porque no lo es—, y a pesar de que tiene muy buenas actuaciones y un estilo visual que favorece la verosimilitud y la inmediatez, lamentablemente la experiencia de verla es bastante miserable. Toda película necesita de un conflicto, y especialmente este tipo de cine, que trata de reflejar la realidad de un sector de la sociedad, requiere de varios obstáculos que el personaje central tiene que sobrepasar, pero lo que hace “Sócrates” es ahondarse en la miseria, lanzándole más y más problemas al protagonista para que el espectador lo vea sufrir y humillarse, ahogado en la más profunda oscuridad, sin ver un solo rayito de luz en el horizonte.
Es algo agotador, para ser honesto. Una película como “Sócrates”, con el tema que trata, y bajo el contexto en el que se lleva a cabo, tenía la oportunidad de desarrollar una historia muy humana, que logre entablar una conexión muy cercana con el espectador. Mostrar algo de tristeza, algo de miseria, especialmente en este contexto, de por sí no tendría nada de malo —es parte de la historia que se quiere contar. El problema de “Sócrates” es que se siente manipuladora; el espectador puede ver exactamente la forma en la que el director está tratando de hacerlo llorar, de hacerlo sentir mal. Es darse cuenta del truco que el mago está tratando de ocultar mientras realiza su acto de magia —no llega a convencer porque se rompe la ilusión, porque el espectador simplemente no está metido en la ficción.
“Sócrates” nos cuenta la historia del personaje del título, un chico brasileño de 15 años que pierde a su madre apenas comienza la película. Es así que, negándose a ser llevado por su padre —quien luego descubrimos es una terrible persona— o a ser acogido por un hogar para huérfanos, Sócrates escapa, y trata de sobrellevar el dolor que siente por la muerte de su madre, mientras trata de buscar trabajo. En el camino, entablará una relación —aparentemente— cercana con un chico mayor llamado Maicon (Tales Ordakji), y se dará cuenta que, de repente, no está del todo listo para vivir solo y valerse por sí mismo en una ciudad peligrosa y llena de gente que se quiere aprovechar de él.
Al igual que muchas de las películas que se están exhibiendo en este 23 Festival de Cine de Lima, “Sócrates” es una historia sobre crecimiento y maduración —su protagonista, un adolescente con las emociones a flor de piel, está siendo obligado a convertirse en adulto de manera muy intempestiva, con todas las responsabilidades que eso conlleva. Necesita dinero, trabajo y comida; necesita llevarse las cenizas de su madre fallecida; necesita confrontar a su padre, quien inicialmente quiere llevárselo para luego arrepentirse; y necesita darse cuenta que no puede reaccionar emocionalmente a todo. Puede que Sócrates se vea como un chico grande, pero adentro es todavía un niño, agresivo e inseguro de sí mismo.
Es por eso, también, que busca cariño cada vez que puede. Su padre, ciertamente, no se lo puede dar —al menos no de la misma manera que su difunta madre—, y cuando parece que ha encontrado algo sincero con Maicon, quien se convierte en su cuasi-amante, todo termina arruinándose rápidamente. “Sócrates” es una exploración de la sexualidad, los sentimientos, y la culpa de su protagonista, y en ese sentido, tiene escenas bastante bien logradas, en las que uno logra identificarse con el personaje, alguien que claramente se siente perdido en el mundo, inseguro de lo que debe hacer a continuación, ahora que se ha quedado solo. La actuación de Christian Malheiros —debutando en el cine— ciertamente ayuda; es sincera y cruda y suficientemente intensa.
Es una pena, entonces, que al final de cuentas, “Sócrates” recurra a la manipulación descarada. Tenemos a un personaje extremadamente interesante a quien, sin embargo, le van pasando cosas cada vez peores, escalando de una manera que, hasta cierto punto, se siente algo ridícula. El chico no solo pierde a la madre; pierde su casa, es traicionado por un amante, odiado por su padre, y no tiene dinero ni comida. Consideren, si no, la escena en la que lo vemos comiendo basura, desesperado porque no tiene manera de conseguir un buen almuerzo —ahí fue que, de verdad, se rompió la ilusión para mi, y vi la manera en que el director quería hacerme sentir miserable. La progresión de la condición de Sócrates no se siente natural —es, nuevamente, manipuladora y demasiado exagerada para convencer del todo.
Al final, sin embargo, no puedo declarar que “Sócrates” sea una mala película. Las actuaciones son todas muy naturales, el estilo visual de Moratto va muy bien con el contexto de la historia y con la urgencia de los problemas del protagonista —utiliza muchas cámaras en mano, movimientos nerviosos, y una paleta desaturada de colores—, y ciertas escenas si logran conectar de manera emocional con el espectador. No obstante, abusa demasiado de la manipulación y del miserabilismo, convirtiendo al filme en una experiencia agudísima, incómoda, perdiendo cualquier sensación de verosimilitud que haya podido ganar durante sus primeros minutos. “Sócrates” es una película con mucho potencial sin cumplir; un devastador ejercicio de miserabilismo que, bajo una mirada más sobria, hubiera podido ser muchísimo más potente.
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