“Sobrevivientes: después del terremoto” es el tipo de película que le permite al espectador pensar en cómo reaccionaría a una situación similar a la que está viendo en pantalla. Pero no solo eso: también se trata de un tenso thriller, en el que somos testigos de la poco sorprendente —pero igual decepcionante— pérdida de humanidad de un grupo de gente que, aparentemente, solo quiere sobrevivir. El problema, por supuesto, es que quieren sobrevivir a costa de aquellos que consideran no son iguales a ellos. El hecho de que “Sobrevivientes: después del terremoto” se lleve a cabo durante una suerte de apocalipsis no es más que la cereza encima del pastel; un elemento interesante que, curiosamente, no termina siendo el aspecto más importante de la narrativa.
Nuestro protagonista es Min-sung (Park Seo-joon), un trabajador público que vive junto a su esposa, la enfermera Myung-hwa (Park Bo-young) en un edificio multifamiliar enorme en Seúl. El problema, claro está, es que dicha ciudad ha pasado por un desastroso cataclismo, el cual solo ha dejado en pie a su edificio; el resto de Seúl está completamente destruido, habiendo dejado a miles de personas ya sea muertas, o viviendo en la más absoluta miseria. Esto ha hecho que el edificio se convierta en una suerte de oasis; un lugar al que mucha gente quiere ir para protegerse del frío, el hambre y la violencia.
No obstante, sus habitantes no están muy dispuestos a ayudar a los demás. A través de su representante (o delegado), el violento Yeong-tak (Lee Byung-hun), y varios miembros de grupos de trabajo, se aseguran de mantener a cualquier extraño fuera del edificio. Además, desarrollan un sistema de trabajo y de repartición de bienes dentro del edificio, y en general, comienzan a formar una pequeña sociedad, en la que todos se ayudan entre sí —ignorando, por supuesto, al resto de la población de la ciudad, la cual no ha tenido su misma suerte. Pero como se deben imaginar, el status quo que han creado no dura mucho, lo cual obliga a nuestros protagonistas a tomar difíciles decisiones.
“Sobrevivientes: después del terremoto” comienza con imágenes del desarrollo del sector inmobiliario en Seúl —especialmente a través de la construcción de edificios multifamiliares gigantes— en los años 80 y 90. Se trata de una buena forma de ponernos en contexto, especialmente considerando que buena parte del público no vive o siquiera ha ido a Corea. Fuera de eso —y de la breve inclusión de un cobarde congresista, muy parecido a sus equivalentes peruanos—, “Sobrevivientes: después del terremoto” no incluye mucho comentario político o social específico de Corea. Más bien, lo que el filme hace es desarrollar temas más universales, relacionados a la naturaleza humana, y nuestra capacidad de hacer tanto el bien como el mal.
Después de todo, vamos viendo mientras la historia avanza como ciertos personajes se van tornando más egoístas —más dispuestos a ignorar el sufrimiento de aquellos que no viven en el edificio, llegándolos a llamar “cuacarachas”, deshumanizándolos para sentir menos culpa por lo mal que los tratan. Resulta interesante el contraste, por ejemplo, que se ve en un personaje en particular —una mujer que no tiene interés alguno en acoger a gente de fuera, pero que sufre muchísimo cuando su hijo muere. Evidentemente, lo que “Sobrevivientes: después del terremoto” es presentarnos personales complejos, contradictorios en muchos casos, que debido a la situación en la que se ven, comienzan a pensar únicamente en sí mismos. No es una visión muy esperanzadora de la raza humana, pero igual resulta creíble.
Lo cual no quiere decir que “Sobrevivientes: después del terremoto” sea una cinta absolutamente pesimista. De hecho, el personaje de Myung-hwa es incluido para tener una suerte de rayo de luz en medio de la oscuridad. Se trata de una enfermera compasiva, que incluso en cierto momento ayuda a una madre y su hijo de afuera que se esconden con un vecino, y que no está de acuerdo con muchas de las decisiones que sus líderes toman. Es ella quien se convierte en el centro moral de la historia, dando a entender que —felizmente—, no TODO el mundo se convertiría en un monstruo en una situación apocalíptica. Park Bo-young hace un excelente trabajo interpretándola no como una figura angelical, si no más bien como una chica bien centrada, que quiere mucho a su esposo —a pesar de que la decepciona ocasionalmente—, y que se da cuenta de los errores que los demás cometen.
Finalmente, tenemos al Yeong-tak de Lee Byung-hun. Quien comienza la historia como un líder involuntario, aparentemente torpe y con más agallas que inteligencia, poco a poco se convierte en una potente figura de poder, abusiva y agresiva. Además, el guion va revelando ciertos aspectos de su vida pasada a través de flashbacks, lo cual nos ayuda a entender por qué está en el edificio, y más importante, por qué termina convirtiéndose en un aguerrido defensor de sus habitantes y sus supuestas libertades. Byung-hun lo interpreta con suficiente intensidad, resaltando la ambigüedad de sus caracterización, y lo intimidante que se va tornando mientras va ganando más poder e influencia.
Es así, pues, que “Sobrevivientes: después del terremoto” se convierte en algo más interesante de lo que su genérico y cursi título sugeriría (el título original, “Utopía de concreto”, es más sutil, aunque asumo menos comercial). Lo que tenemos acá es una historia de supervivencia, con excelentes efectos visuales —destaca un flashback con Min-sung en el que vemos lo que estaba haciendo el chico justo cuando comenzó el cataclismo—, sólidas actuaciones, y mucho qué decir sobre la crueldad humana, y la forma en la que distintas personas reaccionarían a una situación así de extrema. Sí, es un poco muy larga —el segundo acto en particular se puede sentir tedioso y redundante—, y por momentos ya muy pesimista, pero en general, “Sobrevivientes: después del terremoto” es una experiencia tensa, astuta y especialmente hacia el final, inesperadamente emotiva. Es decir: no se trata de una película de desastres más del montón. ¡Felizmente!
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