Rapto

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Nuestro país no tiene un historial particularmente amplio en lo que se refiere a cine de género, y menos a los thrillers. A diferencia de otras industrias, que producen decenas de películas de suspenso año tras año, los ejemplos nacionales son muy contados —se me vienen a la mente filmes como “El elefante desaparecido” o hasta “La hora final”, y ahí queda. Por eso el estreno de una cinta como “Rapto” (por más que sea una coproducción argentina) llama la atención. Después de todo, los avances la mostraban como un thriller muy similar a los que se producen en países como los Estados Unidos, centrado en un misterio, e involucrando personajes del mundo del hampa y el crimen. De repente no se veía muy original, pero al menos se diferenciaba de lo que normalmente se filma por acá.

Y sí, habiendo visto la película, mis mayores miedos fueron confirmados: “Rapto” es tan genérica como el título que le fue dado, una película de suspenso sin mayores sorpresas. De hecho, si han visto aunque sea un par de thrillers antes, serán capaces de adivinar los giros narrativos más importantes de “Rapto” con bastante anticipación, lo cual le resta bastante suspenso y emoción. Y sin embargo, el resultado final no es del todo deficiente —la dirección de Frank Pérez-Garland es sólida y tiene algo de estilo, y resaltan un par de secuencias que manejan un buen nivel de tensión. “Rapto” le resultará sorprendente únicamente a aquellos que jamás hayan visto una película similar antes, pero el resto tampoco la pasará tan mal.

El protagonista de “Rapto” es Sebastián (Stefano Salvini), un chico universitario proveniente de una familia adinerada y poderosa. Sus padres murieron años atrás en un accidente automovilístico, razón por la que vive con sus abuelos (Gustavo Bueno y Martha Figueroa). El primero parece querer y consentir bastante a su nieto, mientras que la segunda no aprueba la relación que tiene con su novia, Eve (María Fernanda Valera). Sin embargo, las cosas no parecen estar del todo mal para Sebastián: piensa viajar pronto con Eve al extranjero, y se lleva muy bien con su profesor favorito (Osmar Núñez).

Un día, no obstante, su vida da un giro de 180 grados. Su abuelo es secuestrado, y los criminales se contactan con él por celular, obligándolo a capturar a un chico llamado Martín (Alejandro Holguín) para garantizar la seguridad del anciano. Es así que Sebastián se involucra en un misterioso y peligroso complot, el cual lo llevará a descubrir muchos secretos relacionados al pasado de sus padres, y por supuesto, de su abuelo.

El comienzo de “Rapto” es sólido. Los personajes son establecidos de manera verosímil, y la trama avanza rápidamente, introduciendo el rapto del título eficientemente, e involucrando a Sebastián en situaciones de peligro de manera algo súbita, pero emocionante. Desgraciadamente, mientras la película va avanzando, se va haciendo más previsible, dejando demasiadas pistas relacionadas al misterio que Sebastián está tratando de resolver, y haciendo evidente la identidad de los secuestradores. Es extremadamente frustrante cuando el espectador está dos o tres pasos más adelante que el protagonista de la historia —hace ver a este último como un idiota, en vez de crear empatía con él.

No ayuda el que el guión (de Vanessa Saba) siga el manual del thriller al pie de la letra. Todos los clichés del género que uno se imaginaría podrían ser incluidos, aparecen en “Rapto”, lo cual hace que la cinta se sienta más genérica. De hecho, creo que las locaciones, por ejemplo, hubieran podido ser mejor aprovechadas, como para darle una sazón más local a la historia; por como son filmadas la mayoría de escenas —cámaras nerviosas, planos cerrados, cortes frecuentes—, la película podría haberse desarrollado en literalmente cualquier ciudad latinoamericana, sin afectar demasiado a la narrativa. Un estilo más local, más peruano, hubiera beneficiado al producto final, haciendo que se sienta más único, y no tan parecido a las propuestas norteamericanas que se estrenan año tras año.

No obstante, vale la pena destacar el que la película esté dirigida de manera muy competente. A diferencia de otras películas peruanas, “Rapto” no tiene look de publicidad —todo aspecto técnico, desde la fotografía, hasta los movimientos de cámara y la edición, contribuyen a que la película se sienta como cine. Es más, ¡ni siquiera tiene product placement! (Imagínense). La banda sonora es intensa, el ritmo es rápido sin ser frenético, y secuencias como el ingreso de Sebastián al departamento de un supuesto secuestrador generan un buen nivel de tensión. Dudo que “Rapto” haga que el público se muerda las uñas, pero tampoco hará que les dé sueño —por más que resulte algo previsible, se trata de una cinta suficientemente entretenida.

Las actuaciones, sin embargo, son irregulares. Actores de la talla de Gustavo Bueno y el argentino Osmar Núñez están muy bien, mientras que los protagonistas más jóvenes no la pasan igual de bien. Stefano Salvini carece de energía —convence en los momentos más tranquilos (como las escenas que comparte con María Fernanda Valera al inicio), pero tiende a sobreactuar durante las escenas más intensas. María Fernanda Valera, por su parte, es terrible como Eve. Da una actuación plana, sosa, recitando sus líneas con la convicción de un narcoléptico. Incluso cuando se supone está preocupada por su novio, parece que estuviera hablando sobre lo que almorzó el día anterior. Felizmente, Alejandro Holguín es bastante bueno como Martín. De hecho, sus interacciones con Salvini son tan entretenidas, que me hubiese gustado que la película tratase sobre ambos, y no casi exclusivamente sobre el primero.

“Rapto” es un thriller medianamente competente; tiene una propuesta visual sólida, algunos momentos de alta tensión, y hasta un subtexto sobre racismo y clasismo que hubiera podido estar mucho mejor aprovechado. Sin embargo, las actuaciones inconsistentes y el guión extremadamente previsible hacen que se convierta en una experiencia algo plana, la cual solo sorprendería a aquellos que no tengan mucha experiencia con los thrillers. Aplaudo estrenos como “Rapto” porque demuestran que el cine peruano puede incursionar en géneros nuevos con algo de éxito; no obstante, no hay duda de que podríamos hacerlo incluso mejor. La más reciente película de Frank Pérez-Garland es un cumplidor primer intento y nada más. Con suerte, lo motivará tanto a él como a Saba a seguir mejorando.

 

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