Puede que suene como una frase trillada, pero a grandes rasgos, “París, distrito 13” es una película sobre las relaciones interpersonales en el mundo moderno. Se trata, pues, de un filme francés —dirigido por Jacques Audiard, y coescrito por la gran Celine Sciamma— que intenta recrear, a través de la ficción, las vidas amorosas y familiares de la generación de millennials, quienes, en muchos casos, disfrutan de sexo casual, viven solos o con roommates, y no piensan demasiado en sus familiares directos (madres, padres, abuelas, etc.). Es una visión algo cínica y bastante oscura de esta generación, que sin embargo, se podría asumir, concluye de manera ligeramente esperanzadora, y trata de normalizar la vida sexual de la gente joven sin juzgarla o condenarla.
La película se lleva a cabo en las Olympiades —el decimotercer distrito de París; de ahí viene el título—, y comienza con la historia de Émilie (Lucia Zhang), una joven china-francesa que, a pesar de haber estudiado ciencias en la universidad, se dedica a trabajar en un call center, y luego, como camarera en un restaurante. Su vida parece ser bastante monótona y solitaria; vive en un departamento propiedad de su abuela, a quien no visita con mucha regularidad en su casa de reposo, y no disfruta mucho que digamos de las llamadas que recibe de su madre desde Taiwan.
Las cosas cambian, sin embargo, cuando Camille (Makita Samba) llega a su edificio, respondiendo al aviso que Émilie publicó, buscando a un roommate. Los dos se llevan bien casi inmediatamente y se convierten en compañeros sexuales, pero cuando ella demuestra tener sentimientos más profundos que algo meramente sexual o físico, las cosas se tornan algo incómodas. Después de todo, Camille es un hombre bastante más cínico, un profesor universitario que no está buscando relaciones estables, y que prefiere tener varias compañeras sexuales casuales sin pensar demasiado en el aspecto sentimental de una relación.
Por último, también seguimos a Nora (Noémie Merlant, a quien seguro vieron en la bellísima “Retrato de una mujer en llamas”, de Sciamma), una treinteañera que se ha mudado de Bordeaux a París para estudiar en la universidad. Sin embargo, cuando es confundida en una fiesta con una cam girl llamada Amber Sweet (la cantante Jehnny Beth), su vida se torna en un infierno, lo cual la motiva a terminar con sus estudios, y comenzar a trabajar en una empresa de bienes raíces. Es ahí, pues, donde conoce a Camille, quien ya ha dejado de dictar clases, y más importante, a Émilie. Es la atracción que siente por ellos dos —a veces sexual, a veces no—, lo que termina por integrar todas estas historias.
Evidentemente no soy un joven francés que vive en París, por lo que no puedo comentar sobre la autenticidad de “París, distrito 13” —lo que sí puedo hacer, sin embargo, es recalcar la manera en que Audiard y sus coguionistas destacan el papel que tiene la tecnología en las relaciones interpersonales contemporáneas, y cómo ésta puede afectarlas tanto negativa como positivamente. Resulta fascinante, por ejemplo, ver cómo Nora se va relacionando, a distancia y a través de una pantalla, con otra mujer, o como los celulares y redes sociales son utilizadas para viralizar una mentira que termina por arruinar su vida.
O consideren, si no, a Émilie, que utiliza el teléfono tanto para ignorar a su madre como a su abuela, mandando a una suerte de doble a la casa de reposo para que se haga pasar por ella (la abuela sufre de demencia, así que en teoría no podría notar la diferencia). Nuevamente; es una perspectiva bastante cínica del romance y la amistad y las familias, lo cual podría hacer que ciertos espectadores no conecten con los personajes. De hecho, resulta interesante ver este filme desde una perspectiva latinoamericana, donde los lazos familiares suelen ser un poco más fuertes, y donde el romance y el sexo, a pesar de haber sido ya “digitalizados”, no son tratados (necesariamente) de forma tan casual como en el filme.
Las actuaciones son todas de buen nivel, por más de que algunos personajes resulten bastante irritantes. La Émilie de Zhang, por ejemplo, se siente la mayor parte del tiempo como una chica egoísta y ensimismada, que no siempre reacciona racionalmente a lo que sucede en su día a día, y que parece haberse resignado a tener una vida mediocre y repetitiva. Resulta complicado relacionarse con ella por lo mal que trata a varios otros personajes, y sin embargo vale la pena recalcar que Zhang hace un muy buen trabajo interpretándola de la manera en que ha sido escrita en el guion. Es recién hacia el final, eso sí, que Émilie parece haber cambiado —ligeramente—, y que resulta un poco más sencillo ver las cosas desde su perspectiva.
Por su parte, el Camille de Makita Samba también es un personaje complicado y no muy simpático que digamos. Consideren, si no, la manera en que trata a su hermana menor, reaccionando agresivamente a su potencial carrera de stand-up, sin apoyarla ni mostrando interés en su talento. Entre eso, la manera tan cínica en que afronta su vida sexual, y sus interacciones con Émilie, resulta muy difícil empatizar con él. No obstante, quien verdaderamente resalta —para sorpresa de nadie— es Noémie Merlant, quien logra desarrollar a Nora como una mujer compleja, que es abusada psicológicamente por un error que nada tiene que ver con ella —y que depende mucho de los prejuicios de una sociedad de mente supuestamente abierta—, y que más bien tiene que salir adelante, relacionándose con alguien que, inesperadamente, parece entenderla de verdad.
Ahora bien, me resulta imposible escribir sobre “París, distrito 13” sin mencionar el male gaze. Cuando escribí sobre la gran “Retrato de una mujer en llamas” (como ya saben, dirigida y escrita por la coguionista de esta película), en su momento, mencioné que más bien parecía contar con un female gaze, en donde la cámara no se centraba en los cuerpos de sus protagonistas como objetos sexuales, más bien prefiriendo las miradas y las interacciones más emocionales. Desgraciadamente, el caso de la cinta de Audiard es el opuesto. “París, distrito 13” cuenta con varias escenas de sexo y desnudos —de hecho, comienza con un momento en el que solo la Émilie de Zhang está desnuda—, en donde la cámara favorece los cuerpos femeninos, resaltándolos de manera gratuita. Una escena en particular —donde Merlant aparece completamente desnuda, y Samba se echa en la cama tapándose la entrepierna con una sábana— representa lo mucho que “París, distrito 13” objetiviza a sus personajes femeninos, en contraposición a los masculinos.
“París, distrito 13” no es un filme que carezca de elementos interesantes. De hecho, disfruté mucho de su dirección de fotografía en blanco y negro —aprovechando algunos claroscuros, o la imponencia de los edificios de las Olympiades—, o de cómo intenta retratar la vida sexual y amorosa de los millennials parisinos, utilizando la tecnología —computadores, videollamadas, smartphones, redes sociales— para denotar cómo estamos conectados y desconectados los unos de los otros la mayor parte del tiempo. El problema es que la película no parece tener nada nuevo que decir, y que muchos de sus personajes terminan cayendo realmente mal, por lo cínicos, egoístas y simplemente desagradables que pueden llegar a ser. Súmenle a eso un male gaze bastante evidente, y “París, distrito 13” se torna rápidamente en una experiencia ocasionalmente fascinante, frecuentemente tediosa, y en general, muy irregular.
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