Parásitos
Si la hubiese visto el año pasado, definitivamente hubiese nominado a “Parásitos”, de Bong Joon-ho, como mi película favorita del 2019. Mucho se ha escrito y dicho ya sobre esta cinta —y ciertamente ha recibido suficientes premios, incluyendo cuatros Premios de la Academia—, lo cual hace que me sienta como alguien que llegó un poco tarde a la fiesta. Pero eso no importa. No me arrepiento de haber visto “Parásitos” a principios del 2020 —ni el “hype” ni su presencia en premiaciones terminó por afectar la manera en que vi esta extraordinaria cinta, un estudio detallado y emocionante de las diferencias entre las clases sociales de una Corea contemporánea. Consistentemente imprevisible, e impecablemente dirigida, “Parásitos” es la mejor película en la filmografía de Bong hasta el momento. Considerando que el reconocido cineasta surcoreano se ha encargado de traer a la pantalla grande filmes como “Madre” o “The Host”, dicha declaración no debería tomarse a la ligera.
¿Qué es lo que diferencia a los que no tienen nada de los que tienen todo? ¿Cómo es que han cambiado las relaciones entre las diferentes clases sociales con la llegada de la Internet, los smartphones y las redes sociales? ¿Y qué es lo que evita que ciertas personas, por más inteligentes o astutas que sean, puedan cumplir sus objetivos? Estas son algunas de las preguntas que Bong se hace y que, hasta cierto punto, pretende contestar con “Parásitos”. Y aunque muchos de los detalles en la película podrían considerarse como 100% inherentes a la cultura surcoreana, otros son identificables como algo que se puede observar en países como el Perú en el día a día. Si hay una razón principal por lo que “Parásitos” ha funcionado tan bien alrededor del mundo, es porque la mayoría de temas que analiza se sienten universales. No han sido simplificados para que puedan ser consumidos de manera masiva; simplemente están lo suficientemente bien desarrollados como para que mucha gente —especialmente en occidente— se pueda identificar con ellos.
El filme comienza concentrándose en la familia Kim. Tanto el padre, Ki-taek (Kang-ho Song) como la madre, Chung-sook (Hyae Jin Chang) están desempleados; los hijos Ki-woo (Woo-sik Choi) y Ki-jung (So-dam Park) tienen mayores ambiciones académicas (aunque la segunda es bastante más cínica que el primero), y todos viven en un “semisótano” donde resulta muy difícil encontrar una señal de Internet. Curiosamente, y a pesar de vivir en la más absoluta pobreza, ninguno de los padres parece estar muy fastidiado con ello; de hecho, son felices yendo de trabajo en trabajo, realizando estafas y sobreviviendo día tras día.
El status quo cambia, sin embargo, cuando un amigo de Ki-woo lo recomienda para convertirse en profesor privado de inglés para la hija mayor de la acaudalada familia Park. La chica se llama Da-hye (Jung Ziso), y es la hija de la distraída Yeon-kyo (Yeo-jeong Jo) y el ocupado Dong-ik (Sun-kyun Lee). Aprovechando esta oportunidad, poco a poco los Kims van introduciendo más miembros de su familia en la casa de los Park, haciendo que la pareja millonaria despida a sus trabajadores originales, y tratando de conseguir la mayor cantidad de dinero posible. La estafa parece estar funcionando, hasta que los Kims descubren un inesperado secreto en el sótano de la familia millonaria, el cual amenaza con destruir todo lo que han podido crear hasta el momento.
Como se mencionó líneas arriba, Bong tiene mucho qué decir sobre las diferencias entre clases sociales en la Corea contemporánea, pero lo más interesante de “Parásitos” es que logra hacerlo a través de una historia verdaderamente emocionada e imprevisible. A diferencia de otros filmes, en donde el mensaje es transmitido con la sutileza del un martillazo en la cabeza, Bong logra ser más elegante, desarrollando metáforas visuales innegablemente potentes, las cuales contribuyen tanto al contenido temático, como al desarrollo de la narrativa, y la construcción de personajes. Consideren, si no, el inodoro en la casa de los Kim —encima de todo, incluso de sus habitantes—, o el secreto que encuentran en el sótano de los Park, debajo de todo el privilegio y los excesos, en medio de la oscuridad.
De hecho, Bong y su equipo hacen un excelente trabajo a la hora de construir un lenguaje visual impecable para la película, lo cual hace que se sienta como una experiencia mucho más rica que el thriller promedio. La arquitectura de la casa de los Park, fría y amplia y llena de líneas rectas y colores desaturados, contrasta enormemente con el caos y la estrechez del semisótano de los Kim. Sus movimientos de cámara, suaves y tranquilos, permiten que los personajes se desenvuelvan naturalmente dentro de sus encuadres, cada familia dueña de su propio espacio —por más que sean tan diferentes el uno del otro—, hasta que una se termina “mudando” al lugar de la otra. El título — “Parásitos”— se puede interpretar de varias maneras, llegando, incluso, a decir que cada familia actúa como un parásito de la otra. Y eso que ni siquiera estoy tomando en consideración un giro narrativo en particular que no pienso revelar en este texto…
Adicionalmente, “Parásitos” no es una cinta que divide a sus personajes entre héroes y villanos; Bong no está interesado en ver las cosas en blanco y negro. Sí, uno termina identificándose con los Kim, relacionándose con ellos y siguiéndolos de giro en giro, de tragedia en tragedia, pero ni siquiera ellos podrían considerarse como los “héroes” de la película. Y aunque los Park, claramente, no están muy conscientes de lo privilegiados que son en comparación a la mayoría del país —derrochan dinero como si no hubiese un mañana, especialmente en clases privadas y trabajadores para la casa—, personajes como Yeon-kyo (la madre), se sienten más naive que verdaderamente malignos. Este tipo de caracterizaciones le permite a los actores interpretar a sus respectivos personajes de manera muy realista, como seres humanos, y no como caricaturas o clichés andantes.
Y nuevamente, todo esto es transmitido y construido a través de una historia que no le tiene miedo a los giros inesperados, o a las características que uno normalmente relacionaría al cine de género. Bong salta de género en género y de tono en tono de manera extremadamente agraciada, haciendo reír al público en un inicio, para luego mantenerlos en la más absoluta tensión, y terminando con escenas verdaderamente chocantes y emocionalmente potentes. Mientras menos sepa uno sobre “Parásitos” antes de ir a verla, mejor. Se trata de un filme que se ve beneficiado por la falta de expectativas en el espectador, y que demuestra que Bong es un maestro a la hora de balancear diferentes tonos y estilos, sin nunca llegar a perder los mensajes que tiene en mente. Es un trabajo de dirección verdaderamente magistral, que nunca deja de lado el esfuerzo puesto en pantalla por el resto del equipo de producción, desde el diseñador de producción, hasta los actores.
“Parásitos” es, como ya mucha gente ha declarado, una obra maestra: un producto hecho por un cineasta que tiene muy claro lo que quiere decir a través de su arte, y como quiere decirlo. Se trata de un filme que logra transmitir mensajes muy claros sobre clasismo, discriminación, y los problemas inherentes al sistema capitalista de hoy en día, pero que tampoco tiene miedo de hacerlo a través de una historia entretenida y visualmente espectacular, la cual genera reacciones emocionales muy potentes en el espectador. No sorprende, entonces, el que “Parásitos” haya ganado tanto el Óscar a Mejor Película, como el de Mejor Película Extranjera este 2020; se trata de la mejor cinta (de cualquier país) que haya visto en mucho tiempo, y de la máxima prueba de que Bong Joon-Ho es uno de los mejores directores de su generación. ¡No aguanto a ver su siguiente película, ya sea para Corea del Sur o los Estados Unidos!
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