Generalmente, cualquier película debería funcionar por sí sola —de hecho, incluso se podría argumentar que la mayoría de producciones de ficción funcionan mejor si es que uno decide verlas sabiendo nada sobre ellas. El caso de “No Bears”, sin embargo, es distinto. Este es un filme que se ve enormemente beneficiado si es que el espectador sabe sobre el contexto en el que fue hecho —el contexto en el que se encuentra su director, y el contexto en el que se encuentra el país en el que se lleva a cabo. Esa no es una crítica hacia “No Bears” —es simplemente una explicación de lo que uno tiene que considerar si es que se anima a ver la película.
Porque ese contexto, valgan verdades, es fascinante. El director de “No Bears”, Jafar Panahi, es un artista extremadamente político —tanto así, que ha vivido con una orden de captura por parte del gobierno iraní durante los últimos doce años, prohibido, además, de salir del país, y en teoría, de dirigir y escribir películas. No obstante, nada de eso lo ha detenido. Consideren, si no, su filme “This is not a Movie” (ja), el cual fue escondido en un USB, en el interior de un pastel (¡!), para que pueda ser exhibido en Cannes. O por supuesto, la película que nos ocupa en esta ocasión, la cual fue grabada en secreto, y eventualmente fue estrenada en el Festival de Venecia de este año, poco después del arresto de Panahi, quien ahora, lamentablemente, tendrá que pasar seis años en prisión.
Ese contexto informa lo que uno finalmente termina viendo en “No Bears”, porque la película tiene como protagonista a una versión ficcionalizada de Pahani (interpretada por él mismo). Al comenzar la historia, lo vemos viviendo en un pequeño pueblo iraní, cerca a la frontera con Turquía, dirigiendo una película remotamente a través de su laptop. En la ciudad, tiene a la pareja de Zara (Mina Kavani) y Bakhtiar (Bakhtiar Panjei) actuando bajo la dirección de su asistente de dirección, Reza (Reza Heydari) —interpretando a dos personajes que quieren conseguir pasaportes falsos y escapar a Europa. Una historia que se siente increíblemente cercana tanto para los actores mismos como para Pahani, desarrollando una dimensión innegablemente metatextual que la película maneja con aplomo.
No obstante, fuera de los problemas de conexión de Internet, y del hecho de que Reza quiere, de alguna manera u otra, meter a Pahani a Turquía, el valiente cineasta tiene otros problemas. El shérif de la aldea lo acusa de haberle tomado una foto a una joven pareja, lo cual podría terminar por resolver (o complicar) un conflicto entre ellos y otro hombre, que se quiere casar con la mujer. Es ahí que se desarrolla un conflicto entre superstición, costumbres y la perspectiva moderna de un personaje citadino, resaltando las diferencias de quienes viene de ciudades como Tehran, y de quienes residen en pueblos de corte más tradicional.
Es ahí, de hecho, donde la frase titular de la película es mencionada. Preocupado por tomar un camino en particular, Pahani le pregunta a otro personaje sobre los osos que podría encontrarse mientras avanza. “No hay osos”, le dice. Son historias que la gente cuenta para asustar a los demás. Y ahí se resume buena parte de lo que la película tiene para decir: la manera en que el miedo es utilizado, ya sea para mantener a un cineasta encerrado en su país, para evitar que la gente cruce fronteras, o para obligar a una mujer a casarse con cierto hombre. Nada de esto es presentado de manera prejuiciosa — “No Bears” no se llega a sentir, felizmente, como un filme hecho por un citadino criticando las costumbres tradicionales de quienes no comprende. Es algo un poco más observacional e interesante.
Ahora bien, considerando la manera en que Panahi ha sido perseguido a través de los años, “No Bears” podría haber sido una película mucho más crítica, llena de ira. Pero ese no es el caso. De hecho, quienes sepan poco o nada sobre el contexto en el que se hizo, y sobre las vivencias pasadas de su creador, podrían terminar por preguntarse, exactamente, qué tiene de especial esta historia. Por eso creo que este es el tipo de película que cobra más potencia cuando se contextualiza —y cuando uno logra entender de dónde viene Pahani, y qué es exactamente lo que quiere decir con “No Bears”.
Consideren, si no, su excursión a la frontera con Turquía, acompañado de Reza. Inicialmente, le dicen que solo pasará por los caminos utilizados por los contrabandistas (ya sea de bienes o de personas), quienes pasan a toda velocidad en sus carros para no ser atrapados. Pero cuando se bajan de su propio vehículo, caminan para ver la ciudad en el horizonte, y Panahi le pregunta a Reza dónde está la frontera, éste le dice: “estas parado encima de ella”. La frontera es invisible. Las líneas que nos dividen son invisibles. Y en sentido estricto, las limitaciones, las prohibiciones que se le han hecho a Pahani a través de los años, son invisibles. No están marcadas en el suelo. Han sido inventadas por otros; por quienes intentan controlarlo a él y a todos.
“No Bears” es, pues, una película retadora, hecha por un cineasta sorprendentemente autonconsciente, que está utilizando su arte para hablar sobre sí mismo, sobre su país, y sobre las fronteras que nos dividen (y que le han quitado mucha libertad por varios años). Utiliza dos historias de “romance” en paralelo para demostrarnos dos contextos y conflictos muy distintos los unos de los otros, pero que no podrían ocurrir en ningún otro lugar. Y se pone frente a cámaras, reaccionando, más que nada, a lo que sucede a su alrededor, para cuestionarse a sí mismo —pero también para hablar sobre las libertades (en comparación a otros ciudadanos de su país, especialmente las mujeres), y las limitaciones (forzadas por el gobierno) con las que cuenta. Algo me dice que ni su estadía en la cárcel logrará detener a este cineasta.
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