Nickel Boys es una experiencia potencialmente emotiva, que sin embargo termina quedándose a medias debido a su estilo visual tan particular. Narrándonos una historia devastadora exclusivamente a través de planos subjetivos, lo que hace la película de RaMell Ross es crear una pequeña pero fuerte barrera entre los personajes y el espectador. Sabemos que lo que está presentándolos es horrible y sabemos que los protagonistas no tienen la culpa del sufrimiento por el que están pasando. Pero la técnica audiovisual ya mencionada de la que abusa, lamentablemente, evita que uno pueda conectar del todo con la historia y sus protagonistas, lo cual, evidentemente, es una pena.
Y es una pena, también, porque todo lo demás está expertamente realizado. La mayoría de actuaciones son buenas, la recreación de la época —la Florida de la década de los sesenta— es impecable, y la estructura del guion, entrelazando la narrativa principal con momentos en el futuro, a inicios del siglo veintiuno, ayuda a que uno entienda las consecuencias de lo ocurrido en el pasado. Pero lamentablemente, todo esto es presentado a través de un recurso audiovisual que evita que los personajes interactúen directamente; nunca los vemos juntos en un mismo encuadre, lo cual, curiosamente, hace que su relación se sienta lejana. Es paradójico; los planos subjetivos en teoría están acá para generar cercanía, pero terminan haciendo exactamente lo contrario.
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Al comenzar la película, nos enteramos de que nuestro protagonista es el joven Elwood (interpretado primero por el pequeño Ethan Cole Sharp, y la mayor parte del tiempo por Ethan Herisse), un chico que vive solo con su abuela en una casa modesta. El chico, sin embargo, es curioso e inteligente, por lo que un profesor lo anima a tomar clases en una escuela donde no será necesario borrar las partes racistas y discriminados de los libros de estudio. Pero Elwood nunca llega. Lamentablemente, en el camino, toma la decisión incorrecta en el sitio incorrecto, y sin quererlo, le pide a un ladrón de carros que lo “jale” hasta la escuela. Esto resulta en el arresto de ambos, y en Elwood siendo transferido a un infame colegio de reforma llamado Nickel en otra parte de Florida.
Y es ahí donde la mayor parte de la historia se lleva a cabo. Previsiblemente, el lugar es manejado prácticamente como una cárcel de la que los estudiantes —todos hombres, y la mayoría afroamericanos— no pueden escapar, y donde el director Spencer (el siempre excelente Hamish Linklater, de Midnight Mass) se encarga de pegarle a los malcriados y de encerrar en una “habitación de sudor” a los que peor se portan. Dentro de este terrible contexto, felizmente, Elwood encuentra algo de felicidad en la amistad que entabla con Turner (Brandon Wilson), un chico de buenas intenciones y que no tiene familia en el mundo exterior.
Bajo la mano de otro director, Nickel Boys podría muy bien haberse convertido en una estereotípica película para premios y festivales, manipuladora y exagerada. Felizmente, eso no es lo que Ross hace acá. Se nota a leguas que el cineasta respeta mucho a sus protagonistas, y por ende los trata con ternura y sí, algo de distancia, permitiéndonos ser testigo de su día a día. Del sufrimiento por el que tienen que pasar, sí —del bullying y del trabajo muchas veces no remunerado, y de la humillación. Pero también de sus amistades y pocos momentos de ligereza, dejando en claro que a veces eran capaces de encontrar la luz en medio de la oscuridad.
Pero la cinta también deja en claro que el colegio era un lugar en el que los chicos jamás podían sentirse cómodos. El único profesor afroamericano con el que cuentan, por ejemplo, es partícipe de todo el abuso, y aunque inicialmente parece que un trabajador blanco llamado Harper (Fred Hechinger, quien últimamente aparece en todas partes, desde Butcher’s Crossing hasta Thelma y Gladiador II) es amigo de los dos chicos, para el final demuestra ser todo lo contrario. Por ende, ni Elwood ni Turner tienen verdaderos aliados; no pueden confiar en sus autoridades, y ciertamente no pueden confiar en ninguna persona blanca. No están en un colegio; están en una cárcel. Hasta cuando la abuela de Elwood trata de ir a visitarlo, le dicen que el chico está enfermo, y por ende, no disponible, lo cual es mentira.
Todo esto queda más que claro, además, con las escenas del presente, la mayoría presentadas con una cámara que se encuentra pegada al cuerpo de Elwood Adulto (Daveed Diggs), por encima de su cabeza. Solo lo vemos desde atrás, y sin embargo poco a poco vamos viendo lo que está haciendo: se obsesiona con su pasado, y con los descubrimientos que la gente está haciendo respecto a Nickel (que incluyen varias tumbas escondidas y sin nombre). Si en las escenas del pasado vemos a los chicos experimentar el abuso de primera mano, en el futuro vemos las consecuencias que ese abuso tuvo, y cómo un Elwood adulto trata de lidiar con eso. Aquello se hace evidente, también, cuando se encuentra con un chico del colegio en un bar después de años, y tienen una conversación incómoda.
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Todo esto está muy bien, pero nuevamente: no puedo dejar de pensar que el estilo visual no le hace ningún favor a Nickel Boys. El que no veamos a Elwood y Turner en un mismo encuadre no ayuda, y más bien hace que muchas de sus interacciones se sientan raras, poco naturales. Sí, las miradas a la cámara ayudan, y una vez que nos metemos de lleno a Nickel con los personajes, el filme alterna entre sus dos perspectivas con frecuencia, lo cual resulta en algunas imágenes impresionantes. Pero nada de esto evita que la experiencia en general se sienta inesperadamente fría. Hasta las escenas de Elwood Adulto tienen el mismo problema; recién es en la última escena que vemos el rostro de Daveed Diggs.
En fin, en todo caso, no puedo decir que Nickel Boys sea una mala película. Me encanta que Ross haya decidido experimentar con un formato tan específico, y entiendo de qué forma ha intentado usarlo al servicio de la historia que quiere contar. Todo eso es muy loable, pero lamentablemente, no termina de cuajar. Por ende, lo que muy bien podría haber sido una obra maestra, se termina convirtiendo en “solo” una muy buena película. Interesante y muy bien actuada y llena de planos hermosos, sí, pero innecesariamente fría y distante. Nickel Boys está bien, y al menos trata de innovar en lo que se refiere a su lenguaje audiovisual, pero no puedo dejar de pensar que, de haber narrado su historia de forma ligeramente más convencional, hubiese termina siendo una experiencia mucho más potente a nivel emocional.
Nota: Vi este film gracias a un screener cortesía de Amazon MGM Studios.
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