Mank

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Más que una celebración u homenaje de la época de oro de Hollywood, “Mank” es un estudio de personaje, sobrio, realista y por momentos incómodo. Sí, la más reciente película del gran David Fincher probablemente vaya a ser del agrado de los espectadores más estudiosos del cine norteamericano, pero aunque la propuesta —tanto narrativa como visualmente— es increíblemente detallada —es decir, tal y como uno esperaría de Fincher—, el verdadero atractivo de “Mank” está en la construcción de su protagonista, Herman J. Mankiewciz, magistralmente interpretado por el camaleónico Gary Oldman. No tienen que ser fanáticos ni de Fincher ni de “Ciudadano Kane” para que disfruten del trabajo de Oldman en “Mank”.

“Mank” se lleva a cabo a través de dos líneas narrativas en paralelo. En la primera, vemos a Mank (Oldman) viviendo en una cabaña en medio de la nada en los años 40, trabajando en el guión —por encargo del legendario Orson Welles (Tom Burke)— de lo que eventualmente se convertiría en “Ciudadano Kane”. Atrapado en su cama luego de sufrir un terrible accidente automovilístico, el guionista solo cuenta con la compañía de dos asistentes: la enfermera Frieda (Monika Gossman), y la talentosa mecanógrafa Rita Alexander (Lily Collins). Y más grave aún: solo cuenta con 60 días para terminar el guión y enviárselo a Welles, quien felizmente cuenta con una sorprendente cantidad de libertad para desarrollar y producir su nuevo largometraje.

Sin embargo, de cuando en cuando regresamos a los años 30, en donde vemos a un Mank más joven trabajando en la Metro Goldwyn Mayer, e interactuando con legendarios jefes de estudio como el mismísimo Louis B. Mayer (Arliss Howard) o David O. Selznick (Toby Leonard Moore). Son estas secciones las que ponen en contexto al resto de la historia, mostrándonos, también, la relación entre Mank y su esposa, “Poor” Sara (Tuppence Middleton), así como su amistad con la joven actriz Marion Davies (una excelente Amanda Seyfried) y su esposo, William Randolph Hearst (Charles Dance), en quien terminaría basando el personaje de Kane para la película.

La estructura del filme le permite a Fincher desarrollar la historia de manera profunda, presentando a un Mank que termina sintiéndose absolutamente humano. Como el mismo personaje dice a mitad de película: es imposible retratar la vida entera de un ser humano en tan solo dos horas. Por ende, Fincher no trata de hacer eso. Lo que hace, más bien, es construir una versión extremadamente realista de Mank en el contexto de dos épocas muy específicas de su vida, mostrando el contraste entre el Mank de los 30s y el Mank de los 40, ligados principalmente por su adicción al alcohol. Incluso cuando lo vemos trabajando en la MGM, rodeado de amigos y proponiéndole ideas a sus jefes, Fincher inserta algunas pistas relacionadas a sus vicios más destructivos.

Resulta fascinante, también, ver el mundo del Hollywood de los años 30 a través de sus ojos: la manera en que funcionaban los “Writers’ Rooms” y el criterio que utilizaba Louis B. Mayer para elegir sus proyectos, pero también la manera en que un magnate como él era percibido, incluso cuando tenía que informarle a sus trabajadores que tendría que rebajarles el sueldo temporalmente. En vez de endiosar a estas figuras, tratando de argumentar que “el tiempo pasado siempre fue mejor” —como lo haría un cineasta menor—, lo que hace Fincher es mostrarnos lo bueno, lo malo y lo feo de este mundo, incluyendo, también, algo del contexto político de la época, comparándolo incluso con las elecciones norteamericanas de este año.

Como se deben imaginar, el trabajo de Gary Oldman es absolutamente sublime. Su Mank es incluso más interesante y verosímil que su Churchill en “Las horas más oscuras”, un hombre increíblemente talentoso e inteligente, que es utilizado por sus superiores —Mayer, Hearst— como una suerte de distracción divertida — un “bufón de la corte”— durante sus reuniones sociales. Como le dicen en determinado momento: “Hearst te paga no porque le gusta como escribes, si no porque le gusta como hablas”. La única persona en Hollywood que parece apreciarlo de verdad es la Marion Davies de Amanda Seyfried —esta última da lo que podría considerarse como la mejor actuación de su carrera, desarrollando a la joven actriz como alguien igual de astuta que Mank, compasiva y autorreflexiva. 

Evidentemente, el resto de actuaciones son igual de impresionantes. Resaltan Tuppence Middleton (y su excelente acento americano) como Sara, la esposa de Mank; Lily Collins (dando lo que también podría considerarse como la mejor actuación de su carrera) como Rita Alexander; Arliss Howard como un Louis B. Mayer grandilocuente e intimidante; Charles Dance (misterioso, poderoso) como William Randolph Hearst, y por supuesto, Tom Burke como Orson Welles. Este último no tiene un rol particularmente grande, pero está, de una manera u otra, siempre presente, ya sea llamando a Mank por teléfono para preguntarle cómo va su guión, o en boca de todos, siendo comparado con cineastas de mayor experiencia y menos arrogancia. El trabajo de Burke es comparable al de Vincent D’Onofrio en “Ed Wood”; son igual de creíbles y memorables.

Como era de esperarse, el perfeccionismo de Fincher es evidente en cada fotograma de “Mank”. La recreación de tanto los años 30 como los años 40 es simplemente impecable, mostrándonos el sistema de estudios de Hollywood tal y como probablemente fue. Y no contentos con eso, Fincher y su equipo han tratado a “Mank” como una película “perdida” de los años 40, filmada en glorioso blanco y negro, utilizando cámaras y lentes de aquella época, así como un estilo de iluminación lustroso y casi etéreo que ya no se ve en cintas contemporáneas. Súmenle a eso la inclusión de “marcas de cigarrillo” (que denotaban el cambio de rollo en una película, cuando eran proyectadas en 35mm) y una mezcla de sonido monoaural, y “Mank” termina sintiéndose como una experiencia verdaderamente vintage. Más allá de ser un simple truco publicitario o un recurso pretencioso, el estilo audiovisual de “Mank” contribuye a sobremanera a la historia, y a cómo esta es percibida por el espectador.

Es cierto que “Mank” no es la película más emotiva que haya visto —Fincher suele ser un director más bien frío, que mantiene al espectador algo alejado de sus personajes. Por ende, el desenlace de la película no resuena de manera tan potente como uno hubiese esperado. Sin embargo, no se puede dejar de admitir que, fuera de un potencial emocional desperdiciado, “Mank” es un filme magistral, un recuento intelectualmente fascinante y visualmente espectacular de un período importante en la historia del cine norteamericano. E incluso si uno no fuese partidario de este tipo de historias, el filme igual sirve como la máxima demostración de los talentos de sus protagonistas; todos, desde Oldman (como era de esperarse) hasta Seyfried y Burke (gratas sorpresas) dan actuaciones magistrales. Puede que el 99% de mis lectores vayan a ver “Mank” en Netflix, pero debo admitir que no me arrepiento en lo absoluto de haberla visto en la pantalla grande. Solo espero que, eventualmente, más gente lo pueda hacer también. Esta es una de esas películas que, a pesar de haber sido desarrollada para el streaming, transmite la magia del cine como muy pocas otras.

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