“LXI (61)” es una película sobre cómo la muerte puede afectar la cotidianidad de las personas, y de cómo puede tener repercusiones en la manera en que interactúan con sus seres queridos (o no tan queridos). Pero también es una película sobre consecuencias; sobre las consecuencias que tiene un evento en específico en la vida adulta de sus involucrados, y por supuesto, en las consecuencias que puede tener la muerte en el día a día de los vivos. En un filme relativamente sencillo, de pocos personajes y menos locaciones, pero innegablemente potente, dirigido con elegancia y muy bien actuado.
Javier Saavedra interpreta a Humberto, un treintañero que es despertado muy temprano en la mañana por una terrible noticia: un amigo del colegio a quien no veía hace tiempo ha fallecido. Es así que va al velorio, en donde se reencuentra con otros compañeros a los que no veía desde hace años, interpretados por Rodrigo Palacios, Cynthia Moreno, y Sebastián Rubio. Aprovechando la triste ocasión, el grupo decide improvisar una reunión en el departamento del primero, en donde comenzarán a recordar los viejos tiempos, y en donde, también, surgirán diferentes discusiones, algunas de carácter general —y relacionadas a la política— y otras más específicas.
Premisas como ésta hemos visto ya en otras películas —filmes sobre reencuentros, sobre amistad y enemistades, en donde la muerte de alguien sirve como catalizador de la narrativa. Puede que ese no sea el aspecto más original de “LXI (61)”, pero no importa. Lo que acá importa es la forma en que Rodrigo Moreno del Valle (“Wik”) decide contar su historia, enfocándose en las relaciones interpersonales y, específicamente, en el personaje de Humberto. Es a través de sus ojos, principalmente, que experimentamos esta noche, intercalada con sus eternos paseos en bicicleta por las calles de Lima (muchas veces sin utilizar la ciclovía, por alguna razón). Por algo es que su personaje termina siendo el más introspectivo —el que más se arrepiente de no haber estado en contacto con el muerto, y el que más se obsesiona con un misterioso video que les dejó en la Internet.
Porque ese es otro aspecto importante de la narrativa de “LXI (61)”: resulta que, antes de morir, el amigo dejó un video titulado “LXI (61)” (¡ajá!) en Vimeo, el cual está compuesto de diferentes imágenes que pasan muy rápido, muchas de ellas, aparentemente, tomadas en la fiesta de promoción de nuestros personajes años atrás. Después de todo, es ahí que se llevó a cabo un suceso del que los personajes van hablando más mientras la película avanza, y el cual dejó relativamente peleados a los personajes de Rodrigo Palacios —un patán, machista e inmaduro— y Sebastián Rubio —un hombre gay que acaba de regresar de vivir y estudiar en España. Estos dos misterios —el video, y el evento trágico del pasado— están interconectados, y ayudan a que la trama de “LXI (61)” se sienta como algo un poco más complejo que un simple slice of life.
Siendo una cinta tan enfocada en sus personajes, ayuda que todas las actuaciones sean de buen nivel. Javier Saavedra destaca como Humberto, interpretándolo como un hombre sencillo, medio hippie a los ojos de alguien como Rodrigo —pero que cuenta con sus propios arrepentimientos y demonios internos. Es una actuación sutil para un personaje introspectivo, pero con el que resulta fácil empatizar. Por otro lado, Rodrigo Palacios está perfecto como un patán de derecha, agresivo —especialmente cuando bebe demasiado—, y reprimido. Cynthia Moreno, por su parte, interpreta a su personaje como alguien que no está segura de lo que está haciendo, y Sebastián Rubio es suficientemente vulnerable y divertido como alguien que claramente se siente incómodo luego de ver a estos otros personajes después de tantos años.
Porque ese es otro de los logros de “LXI (61)”: realmente se siente como una reunión de amigos de colegio, haciéndome recordar a mis propios reencuentros con compañeros escolares a los que veo muy de vez en cuando. La química entre el cuarteto principal es palpable —y por momentos incómoda—, y muchas de sus interacciones, sin estar intrínsecamente relacionadas a los misterios principales, se sienten verosímiles. Desde sus conversaciones sobre política, hasta las canciones que cantan en un karaoke improvisado en el departamento, uno puede sentir las diferentes formas en que tratan de conectar, o en que tratar de superar la muerte de su amigo. Son estas situaciones las que vulnerabilizan a ciertos personajes —como al clásico machista latino—, o le permiten revaluar sus acciones a otros.
Por otro lado, se nota que “LXI (61)” no fue una película de gran presupuesto. Pero eso no quiere decir que esté mal realizada ni mucho menos —de hecho, se nota que Moreno del Valle y su equipo supieron cómo utilizar el dinero y recursos que tenían, aprovechando al máximo sus pocas locaciones. Además, disfruté de la propuesta de dirección, con cámaras sueltas para los momentos más relajados, grabando a sus personajes a través de ventanas o vidrios, para darle una cualidad borrosa, casi de ensueño, a ciertos planos. Lo único que me decepcionó —un poco— fue la mezcla sonora. Hay varios momentos en “LXI (61)” donde el diálogo no se entiende bien, ya sea porque se escucha lejano, o porque la calidad del sonido directo no es la mejor. Me gustaría pensar que esto podría deberse también al cine en el que vi el filme, pero no tengo manera de comprobarlo.
Independientemente de sus flaquezas, no se puede negar que “LXI (61)” es una película peruana destacable. Se trata de una historia que lidia con la muerte de manera realista y honesta, poniendo en contraposición a cuatro personajes muy distintos, los cuales utilizan este reencuentro para recordar, tomar, pelear, cantar y hasta cambiar. Es un estudio de personaje —principalmente para Humberto— efectivo, que se siente distinto a lo que normalmente se estrena en nuestra cartelera (lo cual no debería sorprender del director de “Wik”). Espero que “LXI (61)” dure una semana más en los cines locales —y si no es que llegan a verla en los pocos horarios que le han dado, espero que la puedan encontrar posteriormente en salas alternativas. Después de todo, no es una película que valga la pena ser olvidada.
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