Los Juegos del Hambre: balada de pájaros cantores y serpientes

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Ocho años después de la salida de la última aventura de Katniss Everdeen, se estrena “Juegos del hambre: balada de pájaros cantores y serpientes”. Basada en la novela del mismo nombre escrita por Suzanne Collins, se trata de una precuela que se lleva a cabo décadas antes de los eventos de las películas protagonizadas por Jennifer Lawrence, en la que nos enteramos de la historia de trasfondo del (no todavía) presidente Snow (antes interpretado por Donald Sutherland) cuando todavía no llegaba al poder. Considerando lo populares que fueron las adaptaciones cinematográficas previas, el estreno de una precuela era inevitable.

Ahora bien, tuve la oportunidad de leer el libro de Collins en el año 2020 —en plena pandemia— y… no me encantó. No me encantó el tratamiento de Snow, no me encantó el ritmo del libro, y en general, no me cautivó tanto como las novelas anteriores. No obstante, era consciente del potencial del libro, especialmente en lo que se refería a su inevitable adaptación cinematográfica —y en relación a lo que podía ser modificado, resumido y mejorado en un filme. El mundo creado por Collins (Panem, una suerte de Estados Unidos posapocalíptico), pues, es fascinante, y aunque ciertos temas podrían ser mejor desarrollados tanto en los libros como en las películas, no se puede negar que es de las franquicias para jóvenes adultos más intrigantes y exitosas de los últimos años.

Lo cual, por supuesto, me lleva a la película de “Juegos del hambre: balada de pájaros cantores y serpientes”. Lo que tenemos acá es, felizmente, lo que esperaba sucediese con la adaptación de la novela de Collins: una considerable mejora en comparación a su fuente de inspiración original, y una aventura oscura y entretenida, que lidia con temas relacionados a las diferencias entre clases sociales, la compasión, la violencia, los medios masivos y la naturaleza humana. Nada de esto es tratado con mucha sutileza —se trata de un blockbuster que busca un público masivo, después de todo—, pero agradezco su inclusión, especialmente considerando que, hoy en día, muchas películas de grandes presupuestos tienen contenido temático muy pobre.

El protagonista de “Juegos del hambre: balada de pájaros cantores y serpientes” (eso sí, el título es absurdamente largo) es el ya mencionado Coriolanus Snow (acá interpretado por el novel Tom Blyth), un habitante del Capitolio, una ciudad construida sobre las ruinas dejadas por una guerra. Se trata de un chico perteneciente a una familia venida a menos, y que ahora vive con su abuela (Fionnula Flanagan) y su prima Tigris (Hunter Schafer), conscientes de que el dinero se les acaba. Pero hay un último rayo de esperanza: Coryo está a punto de acabar sus estudios en la Academia del Capitolio, y está postulando a un Premio que le otorgaría no solo mucha fama, si no también el dinero que su familia desesperadamente necesita.

Sin embargo, esto último se complica inesperadamente. Tanto su decano, Highbottom (Peter Dinklage) como la creadora de los Juegos del Hambre, la doctora Volumnia Gaul (Viola Davis) deciden que los postulantes al premio necesitan superar un último reto para poder ganarlo. Por ende, les dicen que serán convertidos en mentores para los participantes de los Juegos del Hambre; tienen que convertir a sus compañeros en verdaderas estrellas, para que los habitantes de Panem no dejen de ver la transmisión de los Juegos. Felizmente, Coryo termina trabajando con la artista Lucy Gray Baird (Rache Zegler), del Distrito Doce, quien poco a poco va ganando popularidad con el público a través de su carisma y habilidades como cantante. Con un poco de suerte, Coryo la ayudará a ganar los Juegos, y por ende, a evitar una horrible muerte.

A pesar de que los fanáticos de la franquicia seguramente encontrarán más referencias y curiosidades en la película que los espectadores nuevos, “La balada de pájaros cantores y serpientes” no requiere de conocimiento previo para ser disfrutada. De hecho, al ser una precuela, realmente no importa si han visto los filmes anteriores o no —evidentemente, aquellos que lo hayan hecho sabrán del rol de Coriolanus Snow en las aventuras de Katniss, pero el resto igual podrá disfrutar de esta nueva historia. Me animaría a decir, en todo caso, que lo único que podría alejar a un nuevo público de esta franquicia sería la DURACIÓN del filme; dos horas y cuarenta y cinco minutos es bastante para esta historia en particular, especialmente considerando la estructura de tres actos que maneja, y lo distinto que es el tercero de los otros dos.

Aparte de eso, sin embargo, disfruté mucho de “La balada de pájaros cantores y serpientes”; más, incluso, y como se mencionó líneas arriba, que la novela en la que está basada. A diferencia de otras películas de corte fantástico o posapocalíptico, y especialmente otros filmes para audiencias jóvenes, los personajes de esta película no se dividen entre buenos y malos. De hecho, “La balada de pájaros cantores y serpientes” nos pide empatizar, hasta cierto punto, con un personaje que posteriormente se convertirá en un detestable dictador, y que a pesar de ser humanizado acá, ya cuenta con algunas características que lo convertirán luego en un villano. Snow, pues, es un protagonista complejo, cuya verdadera naturaleza es revelada a lo largo de la historia, especialmente a través de su relación con Lucy Gray.

Es ahí, pues, donde “La balada de pájaros cantores y serpientes” trata de transmitir algunos temas sobre las diferencias entre clases socioeconómicas. Snow es presentado como alguien que viene del privilegio pero que ahora se encuentra en problemas económicos, y Lucy Gray es un alma libre, pero perteneciente a una familia pobre, que a veces ni tiene comida. El que se desarrolle una suerte de romance entre ellos trae consigo algunas implicaciones algo complejas, especialmente cuando encierran a Lucy Gray —y sus contrincantes— en una jaula de zoológico. ¿Qué es lo que siente Snow por ella? ¿Pena y empatía, o cariño y amor? ¿Y de verdad la ve como un ser humano, o quizás, al igual que sus compañeros, la considera como un animal salvaje, como una oportunidad emocionante de rebelarse ante la sociedad en la que nació? Son preguntas interesantes que son parcialmente respondidas por el guión.

Porque felizmente, tanto Collins como el director Francis Lawrence (responsable de las tres anteriores entregas de la franquicia) y los guionistas Michael Lesslie y Michael Arndt logran humanizar a sus protagonistas. Y los actores hacen todos un buen trabajo con roles de todo tipo —algunos más complejos, y otros más arquetípicos. Tom Blyth interpreta a Snow como una suerte de Anakin Skywalker en las precuelas de “Star Wars” —como un hombre que lidia con su oscuridad interna, y con el contexto en el que nació, así como las claras influencias de su padre en su vida y en su personalidad. Es una interpretación verosímil, que sin llegar a ser melodramática o exagerada, nos ayuda a entender a esta versión más joven de Snow; alguien que PODRÍA haber sido gentil y bueno y distinto, pero que al final decide aprovechar los privilegios con los que nació, sin pensar en el resto de la población de Panem.

Por su parte, la talentosa Rachel Zegler hace un excelente trabajo como Lucy Gray —interpretándola como una chica que nació en condiciones poco favorables, y que por ende tuvo que desarrollar una personalidad fuerte y agresiva para poder sobrevivir. Zegler (de lo mejor que nos entregó el excelente remake de “Amor sin barreras” de Steven Spielberg) destaca tanto en las escenas de mayor drama, como en los momentos de esfuerzo físico y, por supuesto, en las secuencias de canto. Y como parte del reparto secundario, destacan figuras de la talla de Peter Dinklage (como un decano lleno de arrepentimientos secretos), Viola Davis (como una doctora psicopática), Hunter Schafer (como la “voz de la consciencia” de Coryo), Jason Schwartzman (como una versión más joven de Lucky Flickerman), y Josh Andrés Rivera (como Sejanus, el único amigo de Coryo en la Academia).

Es así, pues, que uno se va dando cuenta de que “La balada de pájaros cantores y serpientes” funciona no solo como una interesante precuela para una serie de películas de mucha popularidad, si no también como el estudio de un personaje contradictorio y por momentos frustrante, y como una experiencia innegablemente tensa. El director Francis Lawrence hace un buen uso de lentes angulares y ángulos contrapicados para meternos en la acción, haciéndonos sentir como parte de la violencia de los Juegos y la compleja vida de los personajes. Y la película cuenta con varios momentos de suspenso, varios de ellos durante los Juegos en los que Lucy Gray participa, pero también luego de ellos, cuando vemos las consecuencias de sus actos —y los de Coryo— FUERA de los Juegos.

Si no han visto ninguna de las películas anteriores de “Los juegos del hambre”, igual podrán encontrar mucho para disfrutar en “La balada de pájaros cantores y serpientes”. No es una película perfecta —debió ser unos veinte minutos más corta, más que nada por una cuestión de ritimo, y no desarrolla todos sus temas de forma particularmente satisfactoria—, y dudo que sea para todo el mundo. Pero en lo que se refiere a precuelas de motivación cínica —más monetaria que creativa—, es de lo mejor que he visto en un buen tiempo (ciertamente superior a la trilogía de “El Hobbit” de Peter Jackson). Si se animan a darle una oportunidad a “La balada de pájaros cantores y serpientes”, se encontrarán con un blockbuster tenso y bien actuado, por lo menos igual de emocionante que las mejores entregas de la franquicia protagonizadas por Jennifer Lawrence.

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