Larga distancia (23 Festival de Cine de Lima)
“Larga distancia” es un cinta peruana sobre la inmadurez y la ceguedad ante lo evidente. También es sobre las relaciones entre padre e hija, y las consecuencias que puede tener la falta de comunicación entre ambos. Ciertamente, no es un filme que carezca de ambiciones —de hecho, trata transmitir estos temas a través de dos historias contadas en paralelo, utilizando recursos tradicionales del cine de ficción, así como elementos más surreales, incluyendo imágenes espaciales y recreaciones de películas de terror en blanco y negro. Me atrevería a decir que es demasiado, razón por la que el producto final termina sintiéndose como un mescolanza, como una película que trata de hacer muchas cosas al mismo tiempo, sin llegar a resolver mucho.
Los protagonistas de “Larga distancia” son Miguel (Miguel Iza) y su hija adolescente, Camila (Valquiria Huerta). El primero se acaba de separar de su esposa (Denise Arregui), quien se mudó a Canadá (el país que parece estar de moda en el cine peruano, por alguna razón), por lo que ahora vive solo con su hija en un pequeño (y aparentemente desordenado) departamento. Desgraciadamente, no ha terminado de aceptar la ausencia de su pareja, por lo que todavía cree que es posible que regrese algún día. Por su parte, Camila está comenzando a tener problemas en el colegio —se vuelve retraída, hasta un poco agresiva, sin quererle admitir a su mejor amiga que está enamorada de un skater con el que suelen pasar el tiempo después de clases. Son dos histories superficialmente distintas, pero que logran denotar que ambos personajes, por más que sean tan diferentes, tienen mucho en común.
Considerando que Miguel Iza fue lo mejor —o lo único bueno— de la nefasta “Caiga quien caiga”, no debería sorprender el que dé una sólida actuación en esta cinta. Desarrolla a Miguel como un hombre cincuentón en pleno arrested development —se niega a admitir la realidad de su relación, a enfrentar las consecuencias de sus actos —colecciona papeletas, sin siquiera considerar que de repente debería pagarlas—, o a comunicarse adecuadamente con su hija. Siempre está en las nubes, pensando en lo que podría ser y no en lo que lo rodea, sin medir las consecuencias de decisiones que toma sin pensar mucho. Es una actuación que logra trascender lo que probablemente estaba en el papel, convirtiendo a Miguel en un hombre bastante patético, pero con el que cualquiera podría empatizar.
Desgraciadamente, Miguel se ve involucrado en una relación —¿amorosa? ¿sexual?— con la nueva practicante del trabajo, Estefanía (Fiorella Pennano), lo cual no está particularmente bien desarrollado por el guión de “Larga distancia”. El filme nunca llega a justificar de manera creíble la repentina atracción que la chica siente por Miguel —él es un loser, alguien que es molestado constantemente por sus compañeros de trabajo, y hasta por su jefe (Joaquín de Orbegoso), por lo que no resulta convincente en lo absoluto que una proto-femme fatale (o al menos una chica simpática y coqueta) como “Nía” se sienta atraída por él. ¿Qué ve ella en él? ¿Por qué decide convertirse en su amiga, y luego en algo más? ¿Por qué lo persigue? ¿Por qué quiere llevarlo a una fiesta de Halloween? Ninguna de estas interrogantes recibe una respuesta satisfactoria, por lo que una de las relaciones centrales de la cinta termina convirtiéndose en uno de sus elementos más flojos—una representación gratuita de la fantasía masculina de (asumo) sus creadores.
Lo cual es una pena, porque Pennano es una muy buena actriz, y hace lo que puede para transformar a “Nía” en algo más que una figura misteriosa, a veces disfrazada de Sailor Moon (porque obviamente), a veces borracha y dispuesta a tener sexo con Miguel. Por su parte, Valquiria Huerta no llega a convencer del todo como Camila. No es una mala actriz en lo absoluto, por lo que debo asumir que no fue muy bien dirigida aquí —recita muchas de sus líneas de diálogo de manera monótona o forzada, y no llega a vender de manera realista su transformación en una adolescente rebelde, dispuesta a poner en riesgo sus amistades debido a la explosión de sentimientos que está sintiendo. Consideren, si no, la escena en la que recibe a su amiga en casa —se pelean, pero luego de un corte, se amistan repentinamente en la entrada del ascensor. ¿Cómo, y por qué pasa esto? Ni idea; ni el guión, ni el trabajo de Valquiria llegan a explicarlo.
El trabajo de dirección es cumplidor. Franco Finocchiaro hace un buen uso de las cámaras en mano para seguir a sus protagonistas, permitiéndole al espectador sentirse cercano a ellos, viendo la mayor parte de escenas desde su perspectiva. Menos efectiva es la inclusión de escenas de corte surrealista, como los planos de Miguel flotando en el espacio, o las recreaciones de una película de Drácula en blanco y negro con Miguel y Estefanía. Contrastan incómodamente con el resto de la cinta —más sobria y apagada—, y se sienten forzadas, como si hubiesen querido incluir elementos inusuales solo “porque sí”, y no porque funcionaran para esta historia en específico.
“Larga distancia” es un filme que se queda a medio camino —introduce varios personajes y subtramas aparentemente significativas, y no llega a resolver ni la mitad de las mismas. Miguel Iza y Fiorella Pennano están muy bien (como siempre), pero ni ellos pueden llegar a salvar una película que, a pesar de tener buenas ideas, un sólido acabado visual, y momentos que logran conectar a nivel emocional con el espectador, se concentra demasiado en una relación completamente inverosímil y en personajes poco desarrollados. “Larga distancia” no es un desastre ni mucho menos, pero considerando el talento involucrado —tanto detrás como delante de cámaras—, ciertamente debió ser, aunque sea, más consistente. A su servidor, al menos, lo dejó sintiéndose como flotando en el espacio exterior.
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