La zona de interés

0

“La zona de interés” no es una película para todo el mundo. No solo por los temas con los que lidia y el contexto en el que se lleva a cabo la historia que cuenta, si no también por la FORMA en que el director y guionista británico Jonathan Glazer ha decidido narrarla. Lo que tenemos acá, pues, es una cita sobre la banalidad del mal y sobre como el IGNORAR la maldad puede ser igual de dañino que ejecutarla. No todo el mundo apreciará los toques más artísticos —o para algunos, hasta pretenciosos— de “La zona de interés”, pero quienes logren entender lo que Glazer está diciendo y por qué lo está diciendo de esta forma, se encontrarán con un filme que se quedará grabado en sus cabezas por un buen tiempo.

“La zona de interés” se lleva a cabo durante la Segunda Guerra Mundial, y tiene com protagonista a Rudolf Höss (Christian Fiedel), comandante nazi del campo de concentración de Auschwitz, y responsable en la vida real de la muerte de más de 3.5 millones de personas. Tal y como sucedió en la vida real, en la película, Höss vive junto a su esposa, Hedwig (Sandra Hüller, de “Anatomía de una caída”) y sus hijos en una casa de campo. Una casa que, al principio, parece ser como cualquier otro hogar típico alemán de la época: el padre sale a trabajar todas las semanas, la madre se queda en casa cuidando de los hijos y encargándose de las tareas del hogar junto a sus empleadas, y los chicos juegan en el jardín y la pasan bien en la piscina.

El detalle, sin embargo, es que la casa está ubicada junto al campo de concentración de Auschwitz. Una de las paredes del campo, de hecho, colinda directamente con el jardín donde está la piscina. Esto resulta en la sección más potente de la película, en donde somos testigos del día a día de esta familia, mientras en el fondo se puede ver el humo que sale de las cámaras de gas, o más importante, se escuchan disparos de pistola, gritos de gente sufriendo, pasos y mucho más. Es un contraste desgarrador entre la vida supuestamente normal que esta familia pretende tener, y los horrores que suceden a pocos metros de su casa. La banalidad del mal, pues: la normalización del sufrimiento ajeno, y el decidir ignorar lo que a los otros les sucede siempre y cuando la vida propia sea agradable.

La tesis de “La zona de interés”, entonces, no es difícil de entender. Y de hecho, es presentada con mayor potencia durante su primera mitad, en donde uno se hace diversas preguntas. ¿Hedwig será capaz de ESCUCHAR todo lo que pasa en el campo? ¿Y qué hay de los hijos? ¿Y qué hay de las chicas que trabajan en la casa? Todas estas interrogantes son eventualmente respondidas de una forma u otra, pero es cuando las tenemos en mente, y cuando se nos presenta la vida familiar de los Höss de la manera más casual y aparentemente tranquila posible, que “La zona de interés” está en su mejor momento. Superficialmente, estas personas parecen ser gente normal, pero por adentro, sabemos que son monstruos, no solo por lo que hacen, si no también por lo que deciden NO hacer.

La manera en que Glazer decidió dirigir la película ciertamente ayuda a trasmitir todo lo anteriormente mencionado. Utilizando múltiples cámaras en diversas zonas de la casa, nos presenta la vida cotidiana de esta familia casi como si fuese una suerte de “reality”, mostrando casi todo en planos abiertos, creando cierta distancia entre el espectador y los personajes. Mucho del diálogo se escucha lejano o no se entiende para nada, y más bien uno se concentra en lo que se escucha desde afuera, o lo que se ve más allá de los muros de la casa. De esta manera, somos testigos de lo que los Höss hacen y no hacen casi como si fuésemos “voyeurs”, incapaces de cambiar nada de lo que está sucediendo, observando la relativa humanización de estos monstruos aparentemente incapaces de ser empáticos.

Lo cual no quiere decir que “La zona de interés” carezca de momentos más clásicamente potentes. Consideren, si no, una chocante yuxtaposición entre las imágenes de las flores rojas que Hedwig ha plantado en su hermoso jardín, y los gritos de la gente sufriendo en el campo de concentración. O un plano de Rudolf dentro de dicho campo, en el que solo se ve su rostro en contrapicado y el cielo, pero ESCUCHAMOS los gritos de la gente que ha mandado a matar. No es necesario, entonces, enfatizar que el diseño sonoro de “La zona de interés” es simplemente magnífico, desarrollando mucho del contexto y de la historia que se presenta como sonidos que vienen de (no tan) lejos; denotando lo que no podemos ver (y jamás llegamos a ver), pero que sabemos está demasiado cerca de la casa de los Höss.

Es durante la segunda mitad de la película, eso sí, que “La zona de interés” se torna ligeramente más tradicional, obligando al espectador a seguir al personaje de Rudolf, mientras es ascendido en el trabajo y enviado fuera de casa. En esta sección nos enteramos un poco de la forma en que trabajaban los comandantes Nazis, y somos testigos de la forma de trabajar y pensar de Rufolf, un psicópata sin remordimientos que realmente disfrutaba matar personas. Resalta una secuencia en la que observa a todos sus compañeros y comandantes en un solo cuarto, y se pone a pensar en lo fácil que sería gasearlos a todos. Considerando los horrores que Höss cometió en la vida real, no resulta difícil creer en la verosimilitud de aquel momento.

Eso sí, no todos disfrutarán del ritmo glacial de “La zona de interés”. Ni de sus toques menos convencionales, como la pantalla negra con la que comienza la película, el interludio con pantalla roja y música de terror, o las escenas de “visión nocturna” en las que vemos a una niña polaca dejándole manzanas a los prisioneros de Auschwitz por la noche. Por momentos, “La zona de interés” es una película obtusa, pero que utiliza todos estos recursos para transmitir emociones específicas, o para dejar muy en claro lo alejados de la realidad que estaban los Höss, y lo muy acostumbrados que estaban a la crueldad y el horror. “La zona de interés” es de lo más impactante que he visto en los últimos meses, y una experiencia atípica a la que deberían darle una oportunidad. Aunque sea para no olvidarnos de los horrores del pasado, y hacer lo posible por no repetirlos en el presente o el futuro.

Avance oficial:

90%
Puntuación
  • Mi calificación

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.