Existen películas que, más que como productos de su época, se sienten como experiencias atemporales o sueños lúcidos. El clásico de Carl Theodor Dreyer (1889-1968), La pasión de Juana de Arco, es una de ellas. Considerada como una de las mejores películas del cine mudo, lo que tenemos acá es una historia que lejos de sentirse valiosa únicamente por ser un documento histórico fidedigno (aunque en cierto modo lo es), demuestra lo mucho que se podía hacer antes del cine sonoro, especialmente en lo que se refiere a la experimentación visual, con una gran variedad de planos, movimientos de cámara, y hasta propuestas de dirección de arte.
Eso está muy bien, pero aparte de lo que el filme propone a nivel formal, lo más impactante, lo más sorprendente de La pasión de Juana de Arco, especialmente para quienes la ven por primera vez, está en lo inesperadamente moderna que se siente. Esto se puede deber a lo mucho que favorece los primeros planos; a su estilo de montaje, que hace uso de entrelazados de diferentes momentos y planos de rostros inconexos; o incluso a como luce, con una protagonista de pelo corto que no se vería fuera de lugar en el siglo veintiuno. Lógicamente, La pasión de Juana de Arco es de visionado obligatorio para cualquier cinéfilo o cineasta, pero para quienes nunca hayan visto un filme de hace casi cien años, también se puede tratar de una experiencia interesante y hasta reveladora.
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Pero regresando a su valor histórico —La pasión de Juana de Arco está basada en el registro real de los juicios religiosos que le hicieron a la joven de Orleans en el siglo quince antes de que la quemen en la hoguera. Evidentemente, fueron varias sesiones —intercaladas con tortura— por las que tuvo que pasar, pero Dreyer las combina para entregarnos solo una. Es así que vemos a Juana (Renee Maria Falconetti) siendo juzgada por un grupo de curas y monjes aliados de los británicos, luego de que es capturada por franceses también aliados con el enemigo. Sus jueces están frente a ella no para darle la oportunidad de defenderse o para ser justos, si no más bien para asegurarse de que podrán deshacerse de ella. Inicialmente, solo quieren encerrarla de por vida, pero como bien sabemos, su destino eventual es mucho más terrible.
Es así que buena parte de la película se termina llevando a cabo en una sola locación: el interior de una gran habitación de cemento, con los jueces parados frente a la Juana de Falconetti. Ellos, filmados en gran parte desde ángulos contrapicados, iluminados con luz dura, lucen como demonios de rostros severos, imperfectos, arrugados. Acusan a Juana de estar aliada con el diablo, cuestionando sus visiones religiosas, haciéndole preguntas absurdas sobre la ropa que estaba usando el Arcángel San Miguel cuando se le presentó tiempo atrás, o sobre su aspecto masculino (no solo lleva el pelo corto, si no también usa ropa de hombre). Pensar que todo este diálogo —lógicamente presentado con títulos en pantalla— está basado en transcripciones reales no hace más que enfatizar lo trágico de la situación en la que Juana se encuentra.
Por su parte, nuestra protagonista es filmada con mayor consideración por Dreyer. Mientras que los monjes se muestran con rostros contrastados, iluminados de tal manera que todas sus imperfecciones destacan, Falconetti es presentada con una iluminación más suave, de gentiles tonos de gris, donde resaltan sus ojos lagrimosos, expresivos. Por algo su interpretación acá es considerada como una de las mejores de la historia. En una época en la que los rostros nos decían todo, Falconetti logra hacer más que todos sus contemporáneos, entregándonos a una Juana que vive el sufrimiento por el que está pasando, por momentos perdida en sus recuerdos o pensamientos, como cuando le preguntan quién le enseñó a rezar —después de unos segundos, responde suavemente que su madre— o le preguntan sobre sus visiones.
Falconetti, dicho sea de paso, es una figura relativamente misteriosa, de la que se sabe poco luego de su aparición en La pasión de Juana de Arco. De antes se sabe algo: que Dreyer la descubrió mientras la veía en una obra de teatro cómica, que posiblemente hizo una sola otra película antes de Las pasión…, y que fue elegida gracias a la expresividad de su rostro, especialmente cuando estaba sin maquillaje. Pero de lo que pasó después, prácticamente solo se sabe que Falconetti falleció en Buenos Aires en 1946, luego de haber escapado de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Quizás es por eso que su actuación resulta tan fascinante; porque sabemos que era un talento único que fue aprovechado en una sola película, entregándonos una interpretación muy distinta a lo que se solía hacer en el cine mudo de principios del siglo pasado.
Ayuda, además, que Dreyer favorezca el rostro de su protagonista —y de sus antagonistas— a lo largo de la película. Mucho se ha escrito sobre como La pasión de Juana de Arco consiste principalmente de primeros planos y planos medios, prácticamente careciendo de planos generales o de establecimiento. Los productores probablemente tuvieron que pelear con Meyer durante la edición, ya que el set construido especialmente para el filme casi ni es aprovechado a lo largo de la hora y media de duración de la historia. Sí, vemos las paredes de concreto y los ventanales en forma de cruz y algunos arcos, pero resulta difícil ubicarse espacialmente en el mundo creado por Meyer. Dónde están los personajes y las habitaciones en relación a los demás no importa demasiado; la geografía del set es secundaria a los rostros que la habitan.
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Fascinante, pues, ver una película de hace noventa y siete años que deja de lado convenciones visuales y de blocking que se harían extremadamente comunes en los años venideros. Lo que Meyer hace con La pasión… es permitirle al espectador sentirse abrumado por los rostros que rodean a Juana. El lugar en el que se encuentra no importa —excepto cuando la mueven brevemente a una habitación de tortura— y aunque el vestuario es correcto para la época, tampoco se hace énfasis en él. Lo relevante está acá —y especialmente porque no contamos con sonido directo— en las miradas y reacciones; en como este grupo de hombres poderosos tratan de manipular y engañar y agobiar a una chica de diecinueve años, aprovechándose, por ejemplo, de lo poco que conoce de teología, o del que no sepa leer y escribir.
Es así, pues, que queda claro que La pasión de Juana de Arco es, entre otras cosas, una historia sobre hombres que oprimen y abusan de mujeres; de hombres con poder que se aprovechan de mujeres vulnerables, que por más de haber contado con poder en el pasado, están ahora cumpliendo el rol de víctima. Incluso los monjes que parecen estar más del lado de Juana terminan cambiando de bando, por momentos convirtiéndose en en sus aliados, pero finalmente siendo testigos, al igual que el resto, de su muerte en la hoguera. Y aunque Juana nunca es presentada como alguien débil o poco inteligente, resulta trágico ver como la engañan con una carta falsa del Rey, por ejemplo, o como le cortan el pelo —con tijeras sospechosamente modernas, dicho sea de paso— mientras ella llora y sufre y piensa en cómo se convertirá en mártir.
Porque como toda buena historia cristiana, La pasión… tiene que ver mucho con el autosacrificio. Cuando los jueces le preguntan a Juana qué es lo que le prometió el Señor en sus visiones, ella eventualmente les responde que obtendrá la victoria a través de su martirio, dando a entender que las acciones de sus opresores son parte de su plan. Así como los jueces sabían desde un inicio que ella no iría a salir libre, ella eventualmente se da cuenta de que no hay forma de que no termine en la hoguera. Por ende, su sufrimiento se convierte en autosacrificio; su dolor es utilizado en nombre de su Dios para demostrar que los jueces siempre estuvieron en el lado incorrecto del conflicto. Esto culmina brillantemente en un hombre gritando “¡hemos quemado a una Santa!” luego de que matan a Juana (un diálogo basado en algo que de verdad se dijo en aquella situación).
Ahora bien, siendo La pasión de Juana de Arco una película muda, la mayor parte de espectadores la terminan experimentando de diversas maneras. Como muchos otros directores de la época, Meyer tuvo poco o nada que ver con la musicalización de la película, por lo que las opciones que tenemos hoy en día son más como aproximaciones de lo que probablemente se hizo hace casi cien años. En la edición remasterizada del Criterion Collection, La pasión… viene en diferentes formatos: en una versión a 20 cuadros por segundo y en una a 24; en una versión completamente muda, y en otra con una sinfonía llamada Las voces de la luz. Vuestro servidor vio el filme a 24 cuadros por segundo —el framerate tradicional del cine contemporáneo— con la banda sonora de Las voces de la luz, que consiste de musica coral con letras en latín basadas en versos de la Biblia, y en cartas de la época de Juana.
El resultado, como se deben haber dado cuenta ya, es fascinante, pero a la vez, es imposible saber si se asemeja a lo que el público de la época hubiese experimentado en el cine. En todo caso, puedo decir que la remasterización en HD (basada en una copia en 2K) del corte original del filme presente en la edición de Criterion es espectacular, haciendo que uno pueda absorber cada detalle en los rostros de los personajes, especialmente el de Juana. Y la música ayuda a destacar el aspecto emocional del filme, contribuyendo al tono de ensueño de la historia, haciendo que el espectador sienta, nuevamente, que está viendo algo atemporal y a la vez lejano. Tendré que ver La pasión… en sus otras versiones, pero igual no me puedo dejar del formato en el que decidí ver el filme por primera vez.
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Desde un punto de vista formal, La pasión de Juana de Arco es una experiencia fascinante, llena de recursos que no se harían comunes hasta algunos años después (escenas entrelazadas, un extenso uso de primeros planos, planos aberrantes, seguimientos con dolly, planos picados y contrapicados para contrastar personajes, y más). Pero no es solo por eso que la cinta ha envejecido tan bien. Lo que hizo Dreyer fue usar todas las técnicas y herramientas que tenía a su disposición para contar una historia enfocada enteramente en su protagonista y en su sufrimiento y esperanza, quedándose siempre con ella y especialmente con su rostro. A Dreyer no le interesaba nada más (ni sus sets ni locaciones ni vestuario), y es por eso que la experiencia se termina sintiendo tan íntima, hasta incómoda por momentos. La pasión de Juana de Arco es un clásico en todo sentido de la palabra, y el tipo de película que debería ser vista hasta por quienes le tengan alergia al cine mudo o al cine en blanco y negro. Así de poderosa es, y así de poderosa seguirá siendo por muchos años más.
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