Dentro de todo, La luz que imaginamos termina siendo una experiencia relativamente tranquila, casi de ensueño. Sí, la historia que nos cuenta involucra esposos desaparecidos, matrimonios arreglados, novios secretos y frustraciones sentimentales, pero al final del día, la película de Payal Kapadia no parece estar demasiado interesada en generar una gran cantidad de tensión a través de esos problemas. No es ese tipo de película. A diferencia de otros filmes de similar corte, La luz que imaginamos no pretende contarnos una tragedia, o al menos una historia llena de sucesos emocionalmente devastadores.
No, las ambiciones de esta película son… distintas. Y no por eso el filme deja de ser de interés. De hecho, el que maneje el tono de ensueño ya mencionado, utilizando la inmensidad de la ciudad de Bombay para hacer que sus protagonistas se sientan más pequeñas y solitarias, es lo que le otorga su tan peculiar identidad. Al menos durante la primera mitad de la película, uno está en tensión porque cree que algo terrible va a pasar con alguno de los personajes principales, pero ya después de ese tiempo se da cuenta que no. La luz que imaginamos es mucho más sutil que eso, dando a entender que el contexto en el que viven es efectivamente difícil, pero también dejándonos con una sensación de potencial esperanza en la vida de estas mujeres.
¿Y quiénes son estas mujeres? Pues tenemos a Prabha (Kani Kusruti), una jefa de enfermería que trabaja en un hospital de Mumbai junto a su roommate, la joven Anu (Divya Prabha) y la más experimentada Parvaty (Chhaya Kadam). Las tres viven en la gran ciudad, pero todas provienen de pueblos más pequeños y tranquilos. La trama se desencadena cuando la primera recibe un paquete en casa, y al abrirlo, descubre que se trata de una olla arrocera importada, potencialmente enviada por su desaparecido marido. Pero las cosas se complican, también, cuando descubrimos que Anu está saliendo con un chico musulmán, creando así toda una red de chismes sobre ella en el hospital. Y por su parte, Parvaty la está pasando mal porque una constructora la quiere botar de su casa para poder construir un nuevo edificio, lo cual se complica cuando descubre que su finado esposo nunca le dejó los documentos que probaría que ella es la dueña del espacio.
Tres protagonistas mujeres de diferentes generaciones, tres historias entrelazadas y vinculadas entre sí, y tres problemas distintos. Eso es lo que nos ofrece La luz que imaginamos, y lo desarrolla de forma suficientemente interesante, haciendo que reconozcamos estos problemas como universales, por más de que se llevan a cabo de tal manera que solo podrían suceder en una ciudad como Mumbai. De hecho, el contexto sociocultural en el que viven las tres afecta a sobremanera sus problemas. A Prabha le afecta porque en teoría sigue casada con su marido —por más de que no haya aparecido en años—, lo cual evita que pueda relacionarse de verdad con un médico que se ha fijado en ella. A Anu le afecta porque la mentalidad conservadora de su familia la obliga a salir a escondidas con su enamorado. Y a Parvaty le afecta porque asumimos que el machismo de su esposo es lo que evitó que piense en ella y en su bienestar antes de morir.
Es así, pues, que La luz que imaginamos se desarrolla como una narrativa de tres protagonistas, centrada en una mezcla de problemas sentimentales con otros un poco más concretos. El filme utiliza un ritmo pausado, enfocándose en la atmósfera de Mumbai —tanto de día como de noche— para resaltar el contexto en el que viven las tres mujeres, y desarrolla a sus protagonistas como gente creíble, tridimensional. Como mujeres que tienen que respetar las reglas y las tradiciones, pero que incluso en ciertos detalles o de forma sutil, logran rebelarse ante quienes las oprimen. Incluso Parvaty logra hacer eso cuando convence a Prabha de ir a la construcción y lanzarle piedras al letrero de la empresa que la quiere botar de casa. Puede que no puedan cambiar del todo su suerte, pero eso no quiere decir que se deban quedar de brazos cruzados.
Lo cual me lleva al tercer acto de La luz de imaginamos, cuando Prabha y Anu acompañan a Parvaty a mudarse de vuelta a su pueblo, cerca a la costa. Es ahí donde se llevan a cabo fuertes cambios para las tres. Lo de Parvaty es obvio, pero es ahí donde, por ejemplo, Anu logra solidificar un poco su romance prohibido, y donde Prabha termina salvándole la vida a un hombre ahogado. Esto último resulta en una escena reveladora, que nunca queda claro si es real o no. Si es un sueño, como parte de una escena casi mágica, o si debe ser considerada de forma literal. Pero no importa —lo que importa es lo que causa en el personaje de Prabha, y la forma en que cierra el círculo que había dejado abierto con su esposo.
Obviamente no quiero incluir spoilers sobre el final de La luz que imaginamos, por lo que solo diré que tiene mucho que ver con la libertad de estas mujeres —con lo que terminan encontrando juntas a orillas del mar, tratando de olvidarse de lo que dejaron atrás en la ciudad. Todo esto resulta convincente, aunque menos emotivo de lo que me hubiese esperado. El ritmo es por momentos demasiado lento, y el nivel de tensión demasiado bajo como para que haya generado sensaciones potentes en mí. Pero al menos de las actuaciones no me puedo quejar. Las tres protagonistas están perfectas; Kani Kusruti interpreta a Prabha como una mujer de pocas palabras que parece estar increíblemente contenida; la Anu de Divya Prabha es un espíritu libre, que quiere encontrar su camino de vida por sí sola, y Chhaya Kadam desarrolla a Parvaty como una mujer que simplemente quiere estar tranquila, sin demasiados problemas en la vida.
No puedo decir, pues, que La luz que imaginamos me haya afectado a sobremanera a nivel emocional, pero ciertamente es una película que admiro. Admiro la estética hipnotizante que maneja, con mucha textura en la imagen. Admiro las grandes actuaciones que nos regala, y admiro los temas que desarrolla en relación al rol de la mujer en la sociedad india, las costumbres que deben seguir, y las libertades que deberían ser capaces de encontrar. El ritmo pausado es a veces demasiado, y hay momentos que definitivamente se hubiesen beneficiado de un mayor nivel de tensión. Pero en general, La luz que imaginamos termina siendo una experiencia gentil, intrigante, y nuevamente, de ensueño. No perfecta, pero al menos distinta a lo que normalmente vemos en cines o en streaming.
Nota: Vi este film gracias a un screener cortesía de Cinetic Media.
Avance oficial:
- Mi calificación