La fiesta de la vida
Siempre va a resultar atractivo ver algo en la cartelera comercial fuera de las películas típicas Hollywoodenses que se estrenan todos los años. Soy fanático de franquicias como “Los Vengadores” o “Star Wars”, pero ver algo distinto de cuando en cuando no le hace daño a nadie. Habiendo dicho eso, a pesar de que “La fiesta de la vida” es, efectivamente, una producción francesa —un tipo de película cada vez más difícil de encontrar en nuestra cartelera, lamentablemente—, tampoco puedo llegar a decir que traerla a nuestra ciudad se trate de tremendo riesgo por parte de las distribuidoras.
Esto se debe no solo a que haya llegado a una cantidad lamentable de salas, si no también a que se trata de una película muy comercial, una comedia light que, si no fuese por el idioma en que ha sido grabada, muy fácilmente hubiera podido ser confundida con una producción americana o hasta latinoamericana. Con esto no quiero decir que haya sido una mala idea estrenar el filme; simplemente me refiero a que su presencia en nuestras pantallas tampoco es el equivalente a ver una película del Festival de Cine de Lima o el Festiva Al Este de Lima como parte del circuito comercial. No exageremos.
No obstante, no puedo dejar de admitir que me divertí mucho viendo “La fiesta de la vida”. Sí, algunos de los personajes con claros arquetipos sin mucha humanidad, y sí, algunas escenas son genéricas y se esfuerzan demasiado por transmitir alguna lección importante de la vida, pero fuera de eso, se trata de una comedia hilarante, muy bien actuada y competentemente filmada, la cual logró extraerme algunas carcajadas y varias risas pequeñas. Considerando que se trata de una comedia ligera, no hay mucho más que deberíamos exigirle.
“La fiesta de la vida” tiene como protagonista a Max (Jean-Pierre Bacri, muy parecido a Christopher Lloyd), un organizador de bodas en medio de uno de sus mayores retos: hacer que un enorme matrimonio en el interior —y exterior— de un castillo del siglo 17 funcione sin mayores contratiempos. Para ello, tiene la ayuda de Adèle (Eye Haidara), su mando derecha; Guy (Jean-Paul Rouve), el fotógrafo; James (Gilles Lellouche), un cantante que tuvo que llamar para reemplazar de último momento al DJ que originalmente había contratado; Julien (Vincent Macaigne), su cuñado deprimido que ayuda en la cocina; y Josiane (Suzanne Clément), de quien está enamorado a pesar de encontrarse todavía, técnicamente, en una relación con otra mujer.
Previsiblemente, no todo sale como debería. Adéle no puede dejar de pelearse con James (es una batalla de egos impresionante); Julien reconoce a la novia como una ex amante de hace muchos años, y se deprime incluso más; Guy no aguanta que los invitados tomen fotos con sus celulares mientras él trata de hacer su trabajo, y la comida la cae mal a la mayoría de músicos, lo cual obliga a Max tanto a encontrar reemplazos, como a buscar nueva comida qué darle a los invitados. Los problemas a los que se enfrentan nuestros protagonistas no son tan exagerados o caóticos como hubiesen podido ser en una farsa más caricaturesca, pero igual resultan ser, la mayor parte del tiempo, hilarantes.
La mayoría de personajes no son más que arquetipos poco desarrollados, pero sirven para otorgarle color y humor a la historia. El fotógrafo es un perdedor que sabe poco sobre tecnología; el cantante tiene un ego enorme y si cree todo un Don Juán; Adèle es conflictiva e insegura, y hasta tenemos un grupo de inmigrantes que se burlan de los demás en su propio idioma. Siendo justos, el único que es presentado como un ser humano creíble es Max; a pesar de frustrarse fácilmente por los errores de sus compañeros, se trata, claramente, de in líder muy capaz, quien ama su trabajo, y que está tratando de encontrar una manera de decirle a su esposa que ya no quiere estar con ella, para poder estar con Josiane. La actuación de Jean-Pierre Bacri es verosímil, y le permite a uno identificarse con Max.
Lo cual me lleva al resto de personajes. Al menos durante la primera mitad de la película, mayoría de los protagonistas se comportan como unos verdaderos idiotas; son odiosos, conflictivos y maleducados. Esto resulta en gags muy bien construidos y divertidos, pero también tiene como consecuencia el que sea casi imposible identificarse con ellos. Felizmente, la mayoría de estos problemas son resueltos durante la segunda mitad, en donde son humanizados, y uno siente que han atravesados un satisfactorio arco de caracterización. Algunas relaciones —y romances— aparecen un poco repentinamente, pero felizmente no se sienten muy forzadas.
Al no ser una típica farsa, “La fiesta de la vida” no se burla demasiado de sus personajes —hay cierto drama, el cual es manejado de manera sutil y nada lacrimógena—, y tampoco exagera demasiado con sus chistes. La mayoría de gags y líneas de diálogo humorísticas son sutiles y sobrios, aunque me llamó la atención una broma recurrente, en la que cualquiera de los personajes engañaba brevemente a otro, para luego revelarle que era… pues, una broma. Lo repiten varias veces, y nunca llega a ser particularmente gracioso. Eso sí, el filme sí contiene varios momentos memorables, el mejor de los cuales involucra al ODIOSO novio —toda una caricatura maligna— flotando en un globo.
“La fiesta de la vida” es una película bienintencionada, agradable y frecuentemente graciosa. Todos los actores interpretan a sus personajes de manera creíble, siendo el Max de Jean-Pierre Bacri el único que trasciende más allá de sus características estereotípicas. La película está grabada con estilo —muchos planos largos para establecer la geografía del castillo, incluyendo la cocina, la pista de baile y los jardines—, y jamás se torna repetitiva o sosa. No se trata de la mejor comedia francesa que haya visto jamás — “Intocables”, de los mismos directores, ciertamente es superior—, pero definitivamente vale la pena ser vista en pantalla grande si quieren pasar un buen rato con un grupo loco y divertido de personajes en medio de una estrafalaria boda.
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