La crónica francesa

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Wes Anderson es uno de los cineastas americanos más distintivos del momento —cuando uno ve una película de Anderson, sabe que está viendo una película de Anderson. La manera en que utiliza su cámara, enfatizando movimientos fluidos, así como la simetría de sus encuadres, le permite incluir todo tipo de detalles que contribuyen al desarrollo de sus historias, la mayoría de las cuales son protagonizadas por personajes excéntricos y hasta caricaturescos, pero jamás aburridos. Se le puede acusar a sus filmes de ser muchas cosas, pero de ser genéricos jamás —y ayuda, además, que dicho estilo casi siempre esté al servicio de sus tramas y personajes. Consideren, si no, propuestas animadas como la genial “Isla de Perros”, o la encantadora “El gran Hotel Budapest”.

No obstante, lo que aquellas películas tenían, es precisamente lo que parece brillar por su ausencia en su más reciente filme, “La crónica francesa”: una narrativa que valga la pena contar. En vez de simplemente incluir una historia, lo que hace “La crónica francesa” es narrar tres, cada una con sus propios personajes principales y secundarios, todas relacionadas al cierre de la revista del título, fundada en un pequeño pueblo francés por periodistas americanos expatriados. Esto resulta en un producto final visualmente variado y que cuenta con un reparto innegablemente talentoso, pero que desgraciadamente, nunca llega a desarrollar bien a sus personajes o las situaciones en las que se involucran, finalmente cansando al espectador, quien termina por sentir que simplemente acaba de ver “tres películas en una”.

Lo cual es una pena, porque todas estas historias tenían el potencial de ser emotivas o siquiera intrigantes… si es que Anderson les hubiera dado tiempo para respirar. La primera, por ejemplo, que involucra a un asesino en prisión que también trabaja como pintor (Benicio del Toro) comienza bien pero parece durar toda una eternidad, haciendo que resulte difícil que uno pueda empatizar con sus protagonistas. La segunda, por otro lado, tiene al Zeffirelli de Timotheé Chalamet involucrándose en una revolución estudiantil. Pero… ¿por qué? ¿Por qué hace eso? ¿Qué es lo que quiere? ¿Y qué tipo de relación termina teniendo con su rival femenina, y por qué? La historia nunca ahonda en estas preguntas, lo cual hace que se termine sintiendo frustrantemente superficial.

Curiosamente, la tercera historia, protagonizada por un excelente Jeffrey Wright, es la que tenía el potencial de ser la más emotiva. Y de hecho es Wright quien intenta otorgarle una dimensión adicional a su personaje, Roebuck Wright, un periodista que se adentra en el conflicto entre un comisario (Mathiew Almaric) y los criminales que han secuestrado a su hijo. Pero para cuando aparece Wright, cualquier intento por desarrollar bien a estos personajes e historias es demasiado tardío, haciendo que sus talentos se desperdicien en escenas que podrían haber conectado con los espectadores, pero que fallan terriblemente en el intento. No ayuda, además, que el resto de personajes sean infinitamente menos interesantes que el de Wright, más caricaturescos y previsibles.

Pero regresemos al ya mencionado estilo de Anderson: esa es una de las razones por la que mucha gente va a ver sus películas, y una de las razones por las que sus historias destacan tanto. Aquí, sin embargo, se siente como un recurso repetitivo, que no ayuda a justificar la presencia de tres historias (junto con varias secuencias aisladas) en una sola cinta. En un inicio, todos los trucos usuales de Anderson deleitan: los movimientos paralelos de cámara; los tilts y paneos rápidos, los juegos con los aspect ratios y el color y blanco negro; los personajes excéntricos y hasta las escenas con personajes congelados, representando eventos caóticos y violentos. Pero mientras más va usando estas técnicas, menos efectivas se van haciendo, causando cansancio en el espectador, quien solo llega a preguntarse si habrá algo más que resulte interesante. Es la ley de los rendimientos decrecientes en todo su esplendor.

Si sueno particularmente negativo, es porque estaba muy emocionado por ver “La crónica francesa”. No soy un hater de Anderson; de hecho, he disfrutado enormemente de sus filmes anteriores (especialmente los animados). Pero en este caso, sentí una profunda decepción por lo que “La crónica francesa” trata de hacer: al presentar tres historias en vez de una, intenta hacer demasiado en muy poco tiempo, incluyendo demasiadas subtramas sin importancia (o secuencias, como la de Owen Wilson, que hubieran podido ser borradas sin mayores problemas), personajes inconsecuentes, y hasta secuencias animadas que parecen haber sido incluidas solo porque podían. El hecho de que actores de la talla de Elizabeth Moss, Saoirse Ronan, Willem Dafoe o Christolph Waltz no tengan más de tres líneas de diálogo cada uno, debería decirles todo sobre lo inflada que está “La crónica francesa”.

Evidentemente, el problema no es que “La crónica francesa” esté mal hecha. De hecho, es una película muy fácil de admirar: está llena de secuencias llenas de detalles, muy difíciles de planear y ejecutar. Pero ese es el principal problema que tengo con la cinta: para cuando llegó la tercera historia, estaba tan desconectado de sus personajes, que solo podía admirar la película, como una suerte de instalación artística, sin que me importen sus personajes o sus conflictos. Estoy seguro que para muchos eso será más que suficiente, pero para su servidor, una película necesita algo más: contenido temático y personajes con los que pueda conectar, que me hagan sentir algo. “La crónica francesa” me dejó frío, pero a la vez, seguro de que Anderson no repetirá estos errores. Lo crean o no, y más que nunca, estaré esperando la siguiente película de Anderson con ansias.

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