Mucha gente utiliza la comedia como una suerte de escape; como una forma de olvidarse de sus dificultades personales, concentrándose en el humor de situaciones ajenas a ellos mismos. Pero otras personas, más bien, utilizan sus propios problemas para desarrollar comedia; burlándose de ellos mismos, y hasta reflexionando tanto sobre sus acciones, como sobre sus reacciones a ciertas situaciones. Ese es el caso de muchos comediantes de stand-up, incluyendo a Sam (Rachel Sennott), una chica que se dedica a la comedia de noche, y trabaja como niñera de día. “I Used to be Funny” nos cuenta la historia de su relación con una adolescente en particular, y de las consecuencias (algunas positivas, otras negativas) de su amistad.
Dicha chica se llama Brooke Renner (Olga Petsa), y la está pasando mal. Su madre está muy enferma —razón por la que casi nunca la ve—, y su papá policía, Cameron (Jason Jones) no parece entenderla muy bien. Es por todo eso que Sam es contratada para cuidarla durante el día, y aunque al inicio Brooke no está muy emocionada por tener una niñera, casi inmediatamente logran entablar una fuerte amistad. Después de todo, Sam es graciosa, y no se comporta como lo que Brooke consideraba una niñera debería comportarse. Todo parece estar relativamente bien, hasta que la madre de Brooke muere, y Sam se ve obligada a separarse de la niña luego de un suceso incluso más terrible.
Todo esto es narrado a través de flashbacks, ya que “I Used to be Funny” maneja una narrativa dual, en donde dos tiempos se entrelazan. En el presente, vemos como Sam intenta lidiar con los eventos del pasado, y falla en el intento. Ya no puede escribir comedia —de hecho, ya ni siquiera hace shows— y sus mejores amigos y roommates, Paige (Sabrina Jalees) y Philip (Caleb Haeron) están muy preocupados por ella. Poco a poco, pues, nos vemos enterando de las razones por las que Sam y Brooke se terminaron separando, lo cual eventualmente motiva a nuestra protagonista a buscar a la chica, quien ahora ha desaparecido del mapa. Esto, evidentemente, no será tan fácil de hacer.
Puede que “I Used to be Funny” suene un poco confusa —especialmente por la forma en que mezcla diferentes líneas temporales—, pero el resultado final está finamente estructurado. En vez de presentaros los hechos de manera directa, lo que la directora-guionista Ally Pankiw decide hacer, más bien, es ir revelando las verdades sobre Sam, Brooke y Cameron gradualmente, eventualmente llegando a un clímax emocional que sirve para sacar a la primera de su estancamiento. En ese sentido, “I Used to be Funny” desarrolla a su protagonista como una mujer carismática, graciosa e inteligente —pero que desgraciadamente ha caído en uno hoyo, sintiéndose patética y sufriendo de un estrés postraumático cuyos orígenes recién nos enteramos en el tercer acto de la cinta.
Para transmitir todo aquello, “I Used to be Funny” necesitaba de una excelente actuación central, y felizmente eso es lo que nos da Rachel Sennott (a quien seguramente recordarán de comedias como “Bodies Bodies Bodies” o “Bottoms”). Lo que hace acá es interpretar a Sam como una mujer compleja; una joven que no sabe qué hacer exactamente con su vida, y que utiliza la comedia para burlarse de sí misma, tanto dentro como fuera del escenario. Es alguien que comete errores, que a veces trata mal a los demás, pero que jamás cae mal, siempre quedado en claro que quiere a sus amigos y en especial a la problemática Brooke. Sennott le inyecta mucho carisma a un rol potencialmente denso, ayudando a que Sam se sienta real, y por supuesto, a que el espectador empatice con ella.
Ayuda, además, que el personaje de verdad sea gracioso. La mayor parte de sus chistes observacionales dan risa, y además contribuyen a la caracterización del personaje —dejando en claro cuáles son sus opiniones respecto a las hombres, las mujeres, la amistad, y su propio rol en el mundo de la comedia en Canadá (país en el que se lleva a cabo la historia). Sí, hay varios momentos en donde el diálogo entre ella y sus amigos intenta demasiado ser inteligente (o al menos astuto), y por momentos puede sentirse muy “metatextual”. Pero no es nada que termine por arruinar la experiencia, más bien haciendo que los momentos cómicos contrasten perfectamente con las escenas más dramáticas —especialmente aquellas en las que vemos a Sam lidiar con Brooke, o con su ex enamorado Noah (Ennis Esmer).
No obstante, tampoco se puede negar que “I Used to be Funny” se puede sentir por momentos pesada, especialmente al inicio, cuando sabemos poco o nada sobre la historia de trasfondo de Sam, el horripilante evento que desencadenó su estrés postraumático, o su relación (ahora fracturada) con Brooke. Son estos momentos iniciales, de hecho, los que se sostienen casi enteramente en el trabajo de Sennott, quien se luce haciendo que nos interesemos en la historia de Sam, y haciendo que su amistad con Paige y Philip se sienta verosímil.
“I Used to be Funny” termina siendo, pues, una experiencia emocionalmente potente, que nos dice mucho sobre la naturaleza de la comedia, las relaciones interpersonales, el estrés postraumático, las dificultades del paso de la infancia a la adolescencia, e incluso el acoso sexual. Es un filme por momentos irregular, que especialmente al inicio parece estar dado vueltas, pero que felizmente va mejorando mientras va avanzado, y sabe utilizar muy bien los talentos de su protagonista, Rachel Sennott (excelente tanto cuando está tratando de siendo graciosa, como durante los momentos más duros para el personaje). “I Used to be Funny” es una película pequeña, íntima, que sin embargo no se parece mucho a nada que haya visto recientemente —y que debería apelar a aquellos estén buscando algo más maduro y cercano que lo que generalmente vemos en la cartelera local o el streaming.
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