Lo mejor de “Hijos de perra” es la forma en la que utiliza las convenciones del cine familiar de animales parlantes, para desarrollar algo grosero e inesperado. Tal y como se menciona en los afiches oficiales de la película, lo que tenemos acá ciertamente NO es una cinta para toda la familia —todo lo contrario, de hecho. “Hijos de perra” es un filme lleno de malas palabras, chistes de heces y sexo, y hasta sangre. Es ahí donde “Hijos de perra” logra extraerle algunas risas a su público; a través de imágenes y situaciones chocantes, interpretando de manera excéntrica la forma en la que los perros —principalmente callejeros— podrían ver en el mundo.
Fuera de eso, sin embargo, no puedo evitar sentirme decepcionado por “Hijos de perra”. Sí, decepcionado. La premisa está llena de potencial, especialmente por todo lo anteriormente mencionado; y considero que dicho potencial, desgraciadamente, no ha sido aprovechado del todo. La película termina sintiéndose como una experiencia inconsistente, en donde las risas no son generadas con mucha frecuencia, y en la que el director Josh Greenbaum y el guionista Dan Perrault parecen quedarse sin ideas rápidamente, fuera de “perros diciendo groserías”. No soy ningún mojigato —no tengo ningún problema con las situaciones en las que los personajes se ven involucrados (por muy asquerosas que puedan llegar a ser). Pero sí tengo un problema con que “Hijos de perra” no sea tan graciosa como pudo ser.
Nuestro protagonista es Reggie (voz de Will Ferrell), un adorable perrito que vive con el descuidado y cruel Doug (Will Forte). Ese último lo trata como basura sin que el primero se de cuenta, culpándolo de su más reciente ruptura con una chica, y en general, de su vida como perdedor. Tanto es el odio que el humano siento por la mascota, de hecho, que Doug termina abandonando a Reggie en la ciudad, a tres horas de donde vive. Y es ahí que el perrito se hace amigo de tres callejeros: el grosero Bug (voz de Jamie Foxx), Maggie (voz de Isla Fisher), que cuenta con un excelente sentido del olfato, y el bien dotado Hunter (Randall Park), que se rehusa a quitarse el cono que tiene alrededor de la cabeza. Juntos, ayudarán a Reggie a regresar a casa, incapaces —al menos al inicio— de convencerlo de que Doug nunca lo quizo.
Curiosamente —y de manera inesperada—, uno de los aspectos más sobresalientes de “Hijos de perra” está en las relaciones que Reggie entabla con los otros perros. Rápidamente, se convierte en el mejor amigo de Bug, un perro que terminó odiando a los humanos debido a una traumática experiencia que tuvo tiempo atrás. Y resulta divertido ver la “tensión sexual” que se desarrolla entre Hunter y Maggie, y que Bug comenta con frecuencia. “Hijos de perra” se desarrolla como una “road movie”, protagonizada por perros que tienen que CAMINAR hasta su destino, y que se encuentran con toda suerte de situaciones alocadas en el camino.
En ese sentido, la película hace un trabajo decente manejando una estructura similar a la que uno encontraría en una “road movie” protagonizada por humanos. Los perritos se encuentran con personajes secundarios inesperados, se meten en situaciones peligrosas, les tienden trampas, y hasta se terminan peleando, como si de una comedia romántica se tratase. Es todo suficientemente divertido, por más de que, nuevamente, no llegue a generar risas enormes. No puedo considerar a “Hijos de perra”, pues, como una experiencia hilarante —si no más bien como un esfuerzo interesante, distinto, que no llega a funcionar del todo. El CONCEPTO central de “Hijos de perra” es intrigante, y por momentos bien utilizado, pero en muchas escenas, se siente como una sesión de improvisación que nadie se molestó en corregir.
Y no creo ser el único en pensar así. En la función a la que fui, por ejemplo, la gente no se rió mucho que digamos, siendo yo el que soltaba más risas —nada más incómodo, la verdad, que una comedia que no genera muchas risas en su público. Lo cual es una pena, porque “Hijos de perra” sí cuenta con ciertos momentos que funcionan dentro de lo que está tratando de hacer. Consideren, si no, los intentos por parte de Doug de deshacerse de Reggie; el sofá del que está “enamorado” Bug; el plan que nuestros protagonistas desarrollan para escapar de la cárcel; y por qué no, las alucinaciones que tienen luego de comer unos hongos en el bosque. Lamentablemente, por cada una de estas escenas memorables, hay muchas que simplemente se sienten como relleno, o que no logran generar mayores reacciones en el público.
De las actuaciones de voz no me puedo quejar. Will Ferrell interpreta a Reggie como una criatura inocente pero jamás tonta —un protagonista interesante para una película tan grosera como esta. Por su parte, Jamie Foxx es bastante gracioso como Bug, un perro experimentado y que no quiere saber nada de los humanos. Isla Fisher —exagerando su nativo acento australiano— destaca como Maggie, y Randall Park está irreconocible como Hunter, un perro con una cualidad física particularmente impresionante. Y como el único humano con un rol importante, el infravalorado Will Forte se hace odiar —su Doug es un personaje nefasto, que da gusto ver sufrir en determinados momentos.
Es así, pues, que luego del shock inicial de ver a perritos de verdad decir lisuras, montarse objetos, tener sexo, o mear por todas partes, “Hijos de perra” no logra recuperarse del todo. El apartado dramático está sorprendentemente bien desarrollado, pero la experiencia en general nunca llega a ser tan graciosa como a uno le hubiese gustado. Los efectos visuales utilizados para hacer que los perros hablen son muy buenos, y disfruté de la caracterización de los protagonistas —y hasta de un inesperado cameo, el cual no pienso revelar acá—, pero la experiencia en general me dejó frío, poco impresionado. Puede que “Hijos de perra” me hubiese gustado más si la veía a los trece años —aunque muchas de las películas que vi en aquella época TODAVÍA me dan risa—, pero hoy en día, no puedo recomendarla del todo. Es distinta, sí, y cuenta con un concepto intrigante, pero lamentablemente, me terminó decepcionando.
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