Emilia Perez es la historia de redención de un narco, y por ende, el tipo de propuesta que debería ser tratada con toda la delicadeza del mundo, no solo para que funcione a nivel narrativo, si no también para que no resulte ofensiva. Lamentablemente, el director-guionista francés Jacques Audiard carece de aquel toque delicado, por lo que el producto final termina siendo una de las experiencias más tediosas, incoherentes y peor pensadas que haya visto en un buen tiempo. Y no es solo que Emilia Perez resulte cuestionable a nivel de representación (cultural, sexual, de género, lo que se imaginen); también lo es a nivel estructural y narrativo, por lo que no termino de entender por qué ha sido nominada a tantos Premios Óscar (trece, para ser exactos).
Lo más probable, en todo caso, es que se deba a la visión Americentrista y Europea de quienes trabajan en estas premiaciones. Una película como Emilia Pérez la perciben como la validación de lo que ellos creen de Latinoamérica, sin importarles si resulta verosímil o no. Súmenle a eso el que sea un musical, y podrían excusar a la película como una mera fantasía; no como la representación fidedigna de una realidad, una problemática o un pueblo, si no más bien como una versión altamente ficcionalizada de algo solo un poco parecido a lo que sucede en la vida real. Esto no estaría mal si, a) el filme no tocara temas y problemáticas que todavía se llevan a cabo en el México de hoy en día, y b) el filme, a falta de una mejor expresión, fuese bueno. O al menos coherente con lo que se supone está tratando de hacer.
A pesar de que la película lleva su nombre, Emilia Pérez (Karla Sofia Gascón) no es la protagonista. Más bien, a quien seguimos es a la mujer cisgénero Rita (Zoe Saldaña), una abogada mexicana de origen puertorriqueño (y acento variado) que un día es secuestrada por el narco Manitas del Monte (Gascón) para que lo ayude a transicionar y convertirse en mujer. Rita acepta, cumple su misión, muda a la familia de Manitas a Suiza, y termina haciéndose millonaria, lo cual le permite escapar de México en busca de mejores oportunidades.
Cinco años más tarde, Rita se encuentra de nuevo con su antiguo empleador, ahora llamada Emilia Pérez. Luego de aclararle que no quiere matarla, Emilia convence a Rita de mudar a su ex esposa, Jessi (Selena Gómez) y sus hijos de vuelta a México, y de fundar con ella una ONG que ayude a las familias de las víctimas de la guerra de carteles en el país. Es así que el dúo comienza a hacer un buen trabajo, principalmente para compensar muchos de los terribles actos que Emilia cometió cuando era el líder de un cartel. Pero una vez que esta última comete un terrible error respecto a Jessi, se ve obligada a lidiar con las consecuencias de sus actos.
Donde radica uno de los (varios) problema de Emilia Pérez, pues, es en la caracterización del personaje del título. Lo que la cinta parece postular es que, al transicionar de hombre a mujer, Emilia cambia totalmente de personalidad e intereses, pasando de ser el líder de un grupo de narcotraficantes, a una mujer de buenas intenciones, arrepentida de todo lo que hizo en el pasado. Esto es problemático por varias razones —y resulta en un arco de personaje francamente embarazoso—, pero la principal es que, quizás de casualidad o quizás a propósito, lo que la película termina diciendo es que una persona trans cambia totalmente como persona al transicionar. Casi como si no hubiese sido trans siempre, o en este caso, como si no hubiese sido mujer siempre.
No resulta sorprendente, entonces, que asociaciones como GLAAD hayan denunciado a Emilia Pérez, calificándola de una mala representación de la gente trans. Pero eso no es todo. La película tampoco es una buena representación de la cultura mexicana, incluyendo en su reparto a una sola actriz del país (Adriana Paz como Epifanía, la nueva pareja de Emilia), y dándole el resto de personajes a actores y actrices de diversos países (España, Estados Unidos, Venezuela, y más). Nadie está diciendo que una actriz tiene que ser necesariamente de la nacionalidad del personaje al que interpreta, pero el hecho de que la directora de casting de Emilia Pérez haya declarado que no eligieron a mexicanos porque nadie en el país era lo suficientemente talentosa ciertamente no ayuda (para nada) a su causa.
Ahora bien, nada de esto es gratuito —el casting no molestaría si todos hicieran un buen trabajo, y la poca investigación respecto a la cultura e idioma que se supone el filme está representando no llamaría la atención si no tuviera consecuencias negativas en la historia, pero ese no es el caso. Tomen en cuenta, si no, los números musicales; ¡sí, se supone que Emilia Pérez es un musical! El problema es que es un musical terrible, en donde ninguna canción es memorable o agradable, todas las coreografías son simplonas, muchas de las voces de canto son desagradables, y varias letras parecen haber sido traducidas del francés con Google Translate.
Consideren, por ejemplo, el primer número musical de Selena Gómez, que no solo resulta irritante para los oídos, si no que, se ha teorizado, incluye una letra que parece utilizar la frase Bienvenida en vez de De nada (en inglés, You’re Welcome puede significar cualquiera de las dos cosas, dependiendo del contexto). O el número musical principal de Zoe Saldaña, que curiosamente es de lo más decente que la película tiene para ofrecer, pero tampoco termina de cuajar. Muchas de las otras canciones ni siquiera se sienten como números completos, percibiéndose más como diálogo cantado que se corta abruptamente justo cuando parece estar a punto de tornarse en algo más interesante.
Emilia Pérez no funciona ni a nivel de verosimilitud ni como musical, entonces. ¿Pero qué hay de la historia? Como se ha dicho ya, el arco de personaje de Emilia es totalmente inverosímil, y el simple hecho de que la película quiera redimir a un narco, para sorpresa de nadie, ha molestado a mucha gente en México. Pero los otros personajes no la pasan mejor. Zoe Saldaña hace lo que puede con Rita, pero termina siendo una protagonista frustrantemente pasiva en vez de alguien más interesante. De Selena Gómez se ha escrito y memeado mucho, y sí pues, su español es terrible, y el guion le da algunos de sus diálogos más embarazosos (“me duele la pinche vulva de solo acordarme de ti” ya se ha convertido en un clásico de lo absurdo). La película medio que da a entender que su Jessi es mexicana-americana, especialmente cuando comienza a hablar en Spanglish, pero nunca lo dice explícitamente, lo cual solo contribuye a la confusión.
¿Y qué hay de Karla Sofía Gascón? Obviamente da gusto que una actriz trans esté en la boca de todos y sea mencionada en tantas premiaciones; simplemente me hubiese gustado que fuese por su trabajo en una mejor película. No es que su actuación sea terrible, pero tampoco es que convierta a Emilia en un personaje fascinante; el hecho de que la cinta se centre más en el personaje cisgénero de Zoe Saldaña simplemente no ayuda (¿no podía ser ella la protagonista de su propia historia?). En todo caso, Gascón hace lo que puede con un personaje problemático, y sufre más durante las secuencias musicales. La canciones son en general insufribles, sí, pero tener a actrices que no cantan del todo bien ciertamente no ayuda a que sean más digeribles (sí, sé que Selena Gómez es cantante, pero no, no lo hace bien acá).
En fin. Emilia Pérez podría haberse percibido como una experiencia camp si es que no se tomara tan en serio a sí misma —el hecho de que concluya de la forma en que concluye deja bien en claro que Audiard y compañía realmente querían contar una historia seria con esta película. Pero difícil tomar en serio una película que no respeta al género musical (hasta Guasón 2 es un mejor exponente del género), no representa bien el contexto y la cultura en la que se lleva a cabo, y hasta cierto punto, trata de redimir a un personaje que representa uno de los mayores problemas políticos y sociales de México, postulando que, al cambiar de sexo, cambia de personalidad, intereses y hasta moralidad casi inmediatamente. Emilia Pérez debe ser de lo más decepcionante que haya visto en un buen tiempo, y de las presencias más inexplicables en la temporada de premios de este año. Indefendible.
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