El viaje de Javier Heraud – 23 Festival de Cine de Lima
Entiendo por qué fue que la organización escogió a “El viaje de Javier Heraud”, documental de Javier Corcuera (“Sigo Siendo”), para la inauguración del 23 Festival de Cine de Lima. Se trata de una cinta inofensiva, que demuestra mucho respeto hacia su protagonista —o al menos hacia la persona sobre la que se discuten varios temas—, y que, al menos durante ciertos momentos, logra generar emociones fuertes en el espectador. Pero a la vez, debo admitir que la película me decepcionó un poco —esperaba más de un documental centrado en la figura de Javier Heraud. Esperaba una mejor contextualización, y esperaba una estructura menos clásica, menos dependiente de las habilidades actorales de su anfitriona y sus entrevistados.
Porque, aunque “El viaje de Javier Heraud” es, efectivamente, un documental, muchos de los momentos que nos presenta son desarrollados, inexplicablemente, como escenas sacadas de una película de ficción, en las que la joven Ariarca Otero, sobrinanieta de Heraud, “descubre” fotos antiguas del poeta en su universidad o de viaje en la selva, o interactúa con sus entrevistados como si estuvieran conversando casualmente, o como si recién se estuvieran encontrando por primera vez. En teoría, no es una mala idea —ayudaría a darle un tono más bien relajado al producto final—, pero la mayor parte de estos diálogos se sienten preparados, prefabricados, lo cual hace que las personas involucradas en ellos mantengan una disposición más bien acartonada, tiesa.
Pero me estoy adelantando. La estructura base de “El viaje de Javier Heraud” es bastante sencilla: nuestra anfitriona, Ariarca, va recogiendo testimonios de parte de gente que conoció a Heraud en vida, o que estuvieron involucradas en algunos de los momentos más importantes de su carrera o de su faceta como revolucionario. La vemos hablando con la hermana de Javier, con sus viejos colegas, o hasta con gente que lo vio en la selva, luego de que fue acribillado a los 21 años. El filme, además, entrelaza estos momentos con lecturas —en off— de algunos de sus poemas, narrados por el actor Emanuel Soriano, y viajes a ciertos lugares que fueron importantes para el desarrollo de Heraud, como la selva peruana, o incluso un pueblo en Austria.
Desgraciadamente, aunque dicha estructura le permite al filme desarrollar potentes sensaciones, y dar una idea general de lo que hizo Heraud en vida, y con quién fue relacionándose mientras iba de un lugar a otro, al final, no logra contextualizar muy bien la historia. No explica, por ejemplo, por qué fue que decidió abandonar la poesía y su sueño de estudiar cine en Cuba para convertirse en revolucionario, ni nos cuenta cuáles fueron sus mayores influencias durante la universidad, o cómo fue su vida en casa. De hecho, a pesar de lo que cualquiera podría imaginarse, “El viaje de Javier Heraud” no logra meter al espectador en la cabeza del sujeto en cuestión —todo lo que hace es narrar una historia, de manera algo superficial, y dependiendo demasiado de testimonios de terceros, o de un par de cartas que el joven poeta escribió cuando estaba vivo.
Esto, además, hace que el éxito del filme dependa mucho del carisma y la claridad de las personas que dan sus testimonios. Algunas, como la ex dueña de una tienda de revelados, logran transmitir, con pocas palabras, la importancia de Javier en la historia de nuestro país, y hasta dan comentarios sobre lo importante —o no— que puede llegar a ser el descubrimiento de viejas fotos nunca antes vistas. Otros, desgraciadamente, no dan testimonios particularmente enérgicos o interesantes, y más bien se concentran en detalles aparentemente carentes de importancia, más anecdóticos que otra cosa. Un entrevistado en particular, incluso, no enuncia bien, por lo que resulta un poco complicado entenderlo.
Súmenle a todo esto las escenas preparadas anteriormente mencionadas —en donde tanto Ariarca como los entrevistados demuestran que, efectivamente, no son actores— y el producto final, desgraciadamente, se queda en la superficie, sin llegar a pintar un retrato particularmente complejo —o siquiera completo— de Javier Heraud. Si uno no conocía su historia antes de ver el documental, se enterará de algunas anécdotas sobre su vida y tendrá una idea general de quién fue y qué hizo, pero nada más profundo. Y si uno ya sabía quién era y quería ver un documental que se adentre en la mentalidad de Heraud, pues saldrá decepcionado de la sala de cine. “El viaje de Javier Heraud” funciona a nivel emocional —gracias a la conexión personal que tiene Ariarca con el famoso poeta—, pero no tanto a nivel intelectual.
El estilo de dirección, además, es sorprendentemente plano, y se siente más como un mero registro —estilo reportaje de televisión—, que como un trabajo para la pantalla grande. Corcuera favorece los two-shots y los planos-contraplanos (con fondos extremadamente desenfocados) para presentar las entrevistas, y una cámara siempre estática, con planos medios y uno que otro plano de establecimiento. No hay recreaciones ni un estilo de dirección estilo verité ni nada que le pueda dar algo de variedad visual a la cinta —todo es bien “directo al grano”. Eficiente, pero algo monótono.
Si “El viaje de Javier Heraud” funciona, es gracias a que la vida —tristemente corta— del poeta revolucionario fue fascinante. Desgraciadamente, la manera en que el documental es dirigido —y hasta estructurado— no ayuda a que uno pueda entender a mayor profundidad las motivaciones del sujeto en cuestión —Heraud se mantiene como una figura enigmática, casi mítica, en vez de convertirse en un ser humano, lleno de complejidades y defectos y contradicciones. Es casi como si la película, al igual que la mayoría de sus protagonistas, tuviera miedo de adentrarse en la humanidad de Heraud, prefiriendo dejar el recuerdo que la gente tiene de él tal y como estaba al principio. “El viaje de Javier Heraud” no es un documental terrible —sus intenciones son demasiado nobles para que ese sea el caso—, pero ciertamente pudo (y debió) ser mejor.
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