El Último Verano
El Último Verano comienza con promesa: el primer plano de la cinta, un paisaje de la playa durante una puesta de sol, da a entender que se va a tratar de una historia seria, quizá algo melancólica. Y no dudo que de repente ese haya sido el objetivo del primerizo director, Sebastián García, y del protagonista y productor, Antonio Arrué. Después de todo, la película, efectivamente, contiene elementos de nostalgia y dulzura; escenas que logran transmitir los sentimientos confundidos e intensos de sus protagonistas.
Lamentablemente, una producción para cine no se puede quedar en las buenas intenciones. Se puede tener una premisa interesante, pero para que funcione, hay diversos elementos que tienen que funcionar a la perfección los unos con los otros, como los engranajes de una máquina de precisión: la dirección de actores, de cámara, el guión, la dirección de arte, el sonido, y muchos más. Y es precisamente ahí donde El Último Verano falla: por más que uno quiera darle una oportunidad, el filme simplemente se queda a la mitad de camino.
Antonio Arrué interpreta a un profesor universitario muy tranquilo y correcto. Está felizmente casado y disfruta de sus trabajo. Desafortunadamente, un día es acusado, injustamente, de acoso sexual por una alumna (Vania Bludau), por lo que el rector de la facultad (Hernán Romero), le informa que será suspendido temporalmente hasta que el problema se resuelva. Pero eso no es todo: al llegar a su casa, encuentra a su esposa (Teddy Guzmán) acostándose con un hombre más joven. Agobiado por estas terribles noticias, decide suicidarse, pero su vida es salvada por una chica enérgica y algo alocada (Anahí de Cárdenas), con la que entablará una relación llena de altibajos.
Comencemos por el lado técnico: se vea por donde se le vea, El Último Verano tiene un valor de producción muy limitado, casi de aficionado. La dirección de fotografía es plana, dándole un look de producción hecha para DVD a la película. Muchos planos están mal encuadrados — una escena potencialmente mágica, en la cual Arrué se disfraza de Charlie Chaplin para animar al personaje de De Cárdenas, es arruinada por una serie de planos en los que el actor queda casi fuera del encuadre —, otros están fuera de foco, y la cinta está llena de errores de continuidad: el más infame involucra una chalina que es entregada por un personaje a otro, y que inmediatamente reaparece alrededor del cuello del primero. El sonido, aspecto muy descuidado en diversas películas nacionales, se salva (con las justas).
Las actuaciones son variadas. Arrué no está del todo mal interpretando al protagonista de la cinta—es cierto que el personaje no está particularmente bien desarrollado (hay momentos en los que uno no está seguro si debería identificarse con él), pero gracias a su suave voz y actitud formal, logra darle algo de dimensión. Por otro lado, Anahí de Cárdenas le otorga energía a la historia, interpretando a su personaje como una chica bipolar, alocada y llena de altibajos en su vida, que sin embargo tiene un buen corazón. Las motivaciones del personaje no son claras (nunca me llegué a creer que se había enamorado del profesor), pero De Cárdenas al menos se esfuerza para darle al personaje algo de credibilidad. Como la esposa del maestro, Teddy Guzmán da una actuación caricaturezca, y Hernán Romero mantiene su dignidad intacta gracias a un papel importante pero limitado.
Pero si hay algo que el marketing ha estado resaltando por sobre cualquier otro aspecto de la cinta, es el debut en la pantalla grande de la modelo Vania Bludau. Predeciblemente, su personaje no aparece por más de cinco minutos, y aunque podría argumentarse que la subtrama que la involucra sirve como catalizador para comenzar el conflicto principal, se me ocurren diversas maneras en las que sus escenas simplemente hubiesen podido ser eliminadas (o reemplazadas). A fin de cuentas, Bludau solo aparece para enseñar los pechos y atraer más público. Más forzado imposible.
Por otra parte, el filme está lleno de actores en papeles secundarios que lamentablemente no aportan mucho. Ivonne Frayssinet sobreactúa de lo lindo (la escena de celos en el hospital parece extraída de una telenovela mexicana); Mabel Duclós interpreta a una vecina que parece haber sido sacada de una película totalmente diferente (quizás una comedia); Monserrat Brugué hace de una suerte de “amiga con beneficios” del profesor, alguien que probablemente merecía un mejor desarrollo; Sandra Vergara está desperdiciada con un personaje que casi no tiene diálogos, y Marcelo Oxenford destaca como el mejor amigo del protagonista, un hombre mujeriego y obsesionado con el sexo. No se trata de una gran actuación, pero Oxenford tiene los mejores y más graciosos textos.
El Último Verano me sorprendió porque parece haber sido realizada por un equipo que no sabía, necesariamente, qué tipo de película quería hacer. El tono es excesivamente serio y melancólico, pero contiene elementos raros y explotadores (los personajes de Bludau y Oxenford, algunas escenas de humor que simplemente no funcionan) que le otorgan una identidad errática y poco clara al filme. Técnicamente, he visto trabajos universitarios más prolijos (la obsesión de García con los primeros planos extremos no tiene sentido alguno, y la edición por momentos confunde al espectador) y la historia, aunque inicialmente intrigante, simplemente no lleva a ninguna parte.
El Último Verano es una de las películas peruanas más flojas que haya visto en meses, lo cual es una pena, porque parece haber sido realizada con la mejor de las intenciones. Lamentablemente, una cinta se juzga en base al producto final, no a lo sucedido detrás de cámaras, por lo que simplemente no puedo recomendar El Último Verano. Se trata de un mal comienzo para el cine nacional este 2016—ojalá la situación mejore con el próximo estreno de No Estamos Solos.
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