“El niño y la garza” es lo último del maestro Hayao Miyazaki, y de las experiencias más hipnotizantes que podrán tener ente año (o el próximo, considerando que se estrenará en cines peruanos en enero de 2024). Lo que tenemos acá es una aventura animada que funciona más a nivel simbólico que literal, llevándose a cabo en el Japón de la Segunda Guerra Mundial pero, principalmente, en una serie de mundos paralelos al nuestro, en donde la muerte, las representaciones alternas de animales de nuestra Tierra, y ambiciosos creadores conviven. No es un filme para todo el mundo, pero estoy seguro que los fanáticos tanto de Miyazaki como de la animación en general la pasarán bien con “El niño y la garza”.
El niño del título es Mahito Maki (voz de Soma Santoki). Al comenzar el filme, somos testigos de cómo el hospital donde trabajaba su mamá es destruido por un incendio; mucha gente, incluyendo al chico, intenta ir a rescatar a los doctores y pacientes que estaban en su interior, pero no tienen éxito. Meses después de dicho prólogo, el mismo Mahito nos dice que su padre, Shoichi Maki (Takuya Kimura) lo obliga a irse de Tokyo para irse a vivir con su nueva “madre”, la gentil Natusko (Yoshino Kimura), en una enorme casa de campo relativamente cerca a la fábrica de Shoichi.
Rápidamente, y como parte de este difícil periodo de transición, Mahito encuentra una torre escondida en medio del bosque, la cual las señoras que trabajan en la casa le dicen está embrujada o maldita. Y también se encuentra con una garza (o mejor dicho, un hombre-garza), la cual lo tienta con la (remota) posibilidad de que su madre siga con vida. Es así que lo lleva, junto a una señora llamada Kiriko (Ko Shibasaki) al interior de la torre, donde nuestro protagonista se encontrará con nuevos mundos, interesantes aliados y enemigos, y lecciones por aprender sobre la forma en que su vida ha cambiado (y seguirá cambiando).
“El niño y la garza” es el tipo de película que se deja llevar más por sensaciones que por narrativa —lo cual no debería sorprenderles si es que han visto algunas de las propuestas anteriores de Miyazaki. No obstante, e incluso más que muchos de sus esfuerzos más conocidos, “El niño y la garza” es un filme que le pide mucho al espectador; le pide empatizar con un niño de pocas palabras y frecuentemente pasivo, le pide adentrarse en mundos de carácter más bien abstracto, donde la lógica interna muchas veces brilla por su ausencia, y le pide considerar a la historia de manera más metafórica que literal, lo cual seguramente motivará a varias personas a ver “El niño y la garza” más de una vez. Como se deben imaginar, no todo el mundo estará dispuesto a aceptar todo lo mencionado.
Quienes sí lo estén, sin embargo, se encontrarán con una experiencia hipnotizante y entretenida, que pone en evidencia lo imaginativo que es todavía Miyazaki, y que mucho tiene que decirnos sobre la naturaleza de la vida y la muerte, la forma en que debemos aceptar la desaparición de nuestros seres queridos, y por supuesto, el amor que tienen por nosotros la gente que tenemos a nuestro alrededor. Es así que Mahito se convierte en el personaje que nos adentra a un mundo fantástico lleno de situaciones alocadas, desde aves que se comen a los espíritus de bebés humanos no nacidos (¡!), hasta salones que sirven como portales entre mundos, y piedras que sienten la presencia de gente que no debería estar donde está.
No obstante, “El niño y la garza” resulta entretenida tanto cuando somos testigos del drama entre Mahito y su familia, como cuando estamos dentro de estos mundos más abstractos. Me gustó, por ejemplo, la caracterización de su nueva “madre” como una mujer gentil y dulce, y no como la villana estereotípica en la que tan fácil hubiera podido convertirse. Y disfruté, también, de los sutiles comentarios políticos y sociales —consideren, si no, el que Shoichi tenga una fábrica que construye los aviones utilizados por Japón en la guerra, y el que quiera resolver todo con dinero (así logra que Mahito pueda faltar al colegio luego de un accidente) o venganza (su reacción cuando ve a Mahito malherido).
Visualmente, “El niño y la garza” es todo un deleite —aunque uno no debería esperar menos de Studio Ghibli. La animación es simplemente sublime, dándole mucho carácter tanto a los personajes humanos como a las criaturas fantásticas —la garza del título claramente destaca, moviéndose en algunas instancias como un pájaro normal, y en otras poniendo en evidencia su naturaleza humanoide (la forma en que “cambia de cabezas” es particularmente asquerosa). Los fondos son todos hermosos, y el filme en general incluye secuencias visualmente espectaculares, como el prólogo y los flashbacks que Mahito tiene al día de la muerte de su madre. No es necesario decir, entonces, que “El niño y la garza” es de las películas animadas más visualmente espectaculares que haya podido ver este 2023.
Es así, pues, que “El niño y la garza” se convierte rápidamente en uno de los estrenos animados más recomendables de este fin de año e inicios del siguiente. Es verdad que en comparación a otras propuestas de Miyazaki se puede sentir menor, y es verdad que no todo el mundo podrá conectar con una propuesta tan frecuentemente abstracta y en general metafórica, pero quienes le den una oportunidad, se encontrarán con un filme visualmente impresionante que mucho tiene que decir sobre la vida, la muerte, el amor y la creación. Claramente no es una película para niños (no entenderán mucho de su contenido temático, y ciertas escenas podrían asustarlos), pero no toda animación tiene que (ni debe) ser para un público infantil, y “El niño y la garza” es una gran prueba de ello. Estaré esperando con ansias el estreno en cines de esta nueva producción de Miyazaki —habiéndola ya visto en casa, estoy seguro que valdrá la pena verla otra vez en la pantalla grande.
Nota: Vi este film gracias a un screener cortesía de VMX Events.
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