Nancy Meyers es considerada por muchos, con justa razón, como una maestra de las comedias románticas. Después de todo, es la directora que nos trajo proyectos como “Lo que las mujeres quieren” (que debido a la presencia de Mel Gibson, resulta algo incómoda de ver hoy en día, pero bueno), “Alguien tiene que ceder”, o “Enamorándome de mi ex”. No obstante, el filme que mucha gente todavía recuerda, y que parece tener una presencia casi constante en varias de las listas de visionado de Netflix, es “El descanso” (2006). Protagonizada por un reparto de lujo, se trata de un divertido exponente del género; inocentona, de buenas intenciones, momentos apropiadamente cursis, y mucho pero mucho romance.
La premisa de “El descanso” no es del todo creíble, pero si uno decide ver el filme considerando que es una fantasía, no debería costarle mucho trabajo dejar de lado la incredulidad. Al comenzar la historia, vemos a una acaudalada editora de trailers (y dueña de su propia empresa) en Los Ángeles, Amanda (Cameron Díaz) terminando con su deshonesto novio, Ethan (el también cineasta Edward Burns). Y a la par, se nos muestra a una editora periodística en Londres, Iris (Kate Winslet), explicando con una narración en off que hace años que se muere por su jefe, Jasper (Rufus Sewell, de “Corazón de Caballero” y “Dark City)”, a pesar de que tiempo atrás le sacó la vuelta. Y que hora se está casando con otra mujer.

Es así que queda claro que tenemos de protagonistas a dos mujeres descontentas con su vida amorosa. Y como no podía ser de otra manera, se terminan comunicando por Internet, a través de una web de alquiler de casas (pre-AirBnB). Resulta que Iris está alquilando su adorable cabaña en Surrey, pero solo acepta intercambios de hogares; es decir, si alguien le alquila la cabaña, ella debe intercambiar casas con su arrendadora. Y eso es precisamente lo que Amanda hace, por lo que Iris termina viajando a Los Ángeles para quedarse en la casa de Amanda, y ésta última viaja al Reino Unido para quedarse en la cabaña de la otra. Y con cada una en un lugar nuevo y con gente nueva, se van desarrollando historias de amor, desamor, pasión y amistad.
Nuevamente: la premisa no es necesariamente algo que pasaría en la vida real, y mucho menos hoy en día, cuando somos más sospechosos de lo que encontramos y a quiénes nos encontramos en Internet. No obstante, se trata de la excusa perfecta para que en “El descanso”, Meyers desarrolle una comedia romántica centrada en mujeres fuera de su elemento. Amanda es una adicta al trabajo, tanto así que sus asistentes (Kathryn Hahn y John Krasinski antes de ser famosos) al inicio no creen que se irá del país de vacaciones. Y es alguien que, en un pequeño y tranquilo pueblo de Surrey, al inicio no encuentra qué hacer… hasta que, por supuesto, conoce al apuesto hermano de Iris, el editor literario Graham (Jude Law en su mejor momento).
Por su parte, Iris es alguien que ha sido manipulada por años por un hombre despiadado, y que se tiene que alejar de su presencia y su influencia no solo para encontrarse a ella misma, si no también, con algo de suerte, una relación verdadera y menos tóxica. Es así que en Los Ángeles primero se hace amiga de un ex guionista de cine, Arthur (el gran Eli Wallach), quien logra pasar por todo un proceso de rejuvenecimiento y autovaloración gracias a ella. Y luego logra conocer al bonachón Miles (Jack Black), un compositor de música de cine quien lamentablemente está en una relación con una actriz que no lo valora mucho (Shannyn Sossamon, quien después de la década del 2000 prácticamente dejó de salir en películas), pero que claramente siente algo por Iris.
Ahora bien, lo interesante de “El descanso” está, justamente, en que se enfoque en dos protagonistas, cada una viviendo realidades distintas pero vinculadas. Ambas pasan por arcos de personajes interesantes, y ambas logran trasformar sus vidas de manera significativa. Amanda, pues, debe darse cuenta de que el trabajo no lo es todo, encontrando en Graham al hombre que siempre necesitó, y que hasta cierto punto le permite deshacerse algunos de sus traumas más profundos. Y Iris logra olvidarse de Jasper (por más de que él insista en ser parte de su vida), entablando relaciones importantes con gente buena, encontrando una amistad sólida en un hombre de casi noventa años, y algo de amor en un chico más bueno que el pan.
No debería resultar sorprendente que el final de “El descanso” sea feliz; como se dijo antes, es una fantasía, en la que todos los personajes son atractivos, todos sus trabajos les permiten tener un montón de dinero, y tienen suficiente tiempo y recursos como para irse de vacaciones por un tiempo indefinido. No vemos algo como “El descanso” para ver un reflejo de nuestra realidad; lo hacemos para escapar de ella, y para validar lo que (espero) algunos todavía creamos del amor y el romance; de las relaciones y el sexo y la amistad y los grandes gestos románticos.

Ahora bien, por más de que el reparto sea muy bueno, sí vale la pena mencionar que una de las historias de romance funciona mejor que la otra. La relación entre Amanda y Graham es simplemente fantástica; la química entre Díaz y Law es palpable, y las escenas que comparten suelen ser de las más divertidas, intensas y realistas de la película. Por otro lado, lo que hace Meyers con Iris es un poco menos exitoso. Su amistad con el Arthur de Wallach es creíble y hasta tierna, y resulta en algunos de los momentos más emotivos del filme. Pero lamentablemente, Winslet no cuenta con mucha química con Jack Black, lo que hace que el romance que van desarrollando no termine de cuajar. Ellos funcionan individualmente, y Black es carisma y encanto puro, como (casi) siempre. ¿Pero como pareja? Pues no convencen del todo.
Mención aparte, eso sí, para el contexto en el que se desarrolla la película. Este es de los filmes que salieron poco antes de que el concepto de la tienda de videos deje de existir, y que Blockbuster quebrara (a excepción de la última tienda que queda en el mundo, en Bend, Oregon). Por ende, los personajes hablan todavía de alquilar DVDs, y hasta tenemos una encantadora escena en un Blockbuster, en el que el Miles de Black le va recomendando películas a Iris. Además, toda la historia en Los Ángeles se lleva a cabo en un contexto cinematográfico, con Arthur hablando de como eran las cosas cuando él llegó joven a Hollywood, y lamentándose del énfasis que se le da ahora a las cifras de taquilla y lo que los filmes tienen que generar en ganancias en sus primeros fines de semana (una queja que sigue siendo relevante en el año 2025, dicho sea de paso).
En pocas palabras: “El descanso” se siente como una suerte de cápsula del tiempo que nos remonta a la década del 2000, una época en la que Vuestro Servidor era púber/adolescente, y que recuerda con mucho cariño. Una época de VHSs y DVDs y películas (como esta) grabadas en celuloide. Para alguien de mi generación, “El descanso” puede resultar curiosamente nostálgica, como un recuerdo de cómo eran las cosas antes, antes de la era de los smartphones y el streaming y las redes sociales (de hecho, la cinta se estrenó tan solo un año antes de que saliera Facebook). Puede que esto no tenga mucho que ver con los romances centrales que Meyers nos presenta, pero sí que contribuye a la forma bastante romántica en la que uno percibe a “El descanso” y a sus personajes.
Es así, pues, que “El descanso” se puede considerar como una adorable película de confort: los conflictos no son tan graves (el que Graham, por ejemplo, sea papá de tres niñas inicialmente es presentado como un problema, pero se resuelve muy rápidamente), las actuaciones son encantadoras, las locaciones son hermosas (el contraste entre la campiña de Surrey y las mansiones lujosas de Los Ángeles es perfecto), el romance es maduro pero nunca demasiado explícito, y la comedia es suave y hasta inocentona. Es decir: “El descanso” es la película perfecta para ver un flojo domingo en la tarde, idealmente en pareja (o al menos con seres queridos). Puede que no sea perfecta, pero incluso así, demuestra lo reconfortantes que pueden llegar a ser las comedias románticas de corte clásico y libres de cinismos innecesarios.
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