El Brutalista

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El Brutalista, de Brady Corbet, es una película sobre la persecución del sueño americano. Centrándose en el inmigrante húngaro-judío Lászlo Tóth (Adrien Brody), quien llega a los Estados Unidos escapando de Europa luego de haber sobrevivido el Holocausto, el filme parece decirnos que aquel concepto, apropiadamente, no es más que un sueño. Es decir, es algo que muchos pueden estar cerca de alcanzar, pero que eventualmente se esfuma, especialmente si es que uno pertenece a un grupo de personas que es discriminada por las masas. Tóth, evidentemente, terminó siendo alguien de muchos privilegios y que estuvo muy cerca de cumplir el sueño, pero que eventualmente terminó dándose cuenta de que era una ilusión, una promesa falsa.

Se trata, pues, de una idea fascinante sobre la cual basar un largometraje, especialmente uno tan ambicioso como El Brutalista. Seguramente ya lo saben, pero lo que tenemos acá es una cinta de casi cuatro horas de duración, incluyendo un intermedio de quince minutos, que nos narra una historia que se lleva a cabo en Nueva York, Filadelfia, y hasta Italia. Además, abarca una gran cantidad de tiempo, comenzando a fines de la década de los cuarenta, pasando por los cincuenta y sesenta, e incluyendo un epílogo en los ochenta. No obstante, El Brutalista (casi) nunca deja de centrarse en su protagonista, dejando en claro que el resto de personajes está para apoyarlo a él y su historia. El Brutalista abarca mucho —demasiado—, pero felizmente no pierde de vista a Lászlo… bueno, al menos hasta el último par de escenas.

El Brutalista comienza con una de sus mejores secuencias, en la que Tóth llega a Nueva York en barco, divisando la Estatua de Libertad, la cual vemos de cabeza. Luego de eso, viaja a Pensilvania para encontrarse con su primo, Attila (Alessandro Nivola), quien tiene una tienda de muebles junto a su esposa, Audrey (Ariane Labed). Resulta que Lászlo es arquitecto, por lo que comienza a ayudar a su primo con sus proyectos, incluyendo la construcción de una biblioteca en la mansión del millonario Harrison Lee Van Buren (Guy Pearce). Dicha construcción es encargada a Lászlo y Attila por el hijo de Harrison, Harry (Joe Alwyn), quien quiere sorprender a su padre. Pero cuando éste último ve lo que está pasando, efectivamente se sorprende, pero no de buena manera.

Unos meses después, y luego de haber investigado a Lászlo, sin embargo, Harrison lo busca, y lo contrata para la construcción de una edificación que podría llegar a determinar el legado de ambos. No obstante, el trabajo del buen arquitecto va encontrando diferentes baches, muchos de ellos relacionados al antisemitismo del que va sufriendo. Pero por lo menos hay una luz al final del túnel: gracias a unos contactos de Harrison, la querida esposa de Lászlo, la periodista Erzsébet Tóth (Felicity Jones) y su sobrina, Zsófia (Raffey Cassidy, de Tomorrowland) logran llegar a los Estados Unidos después de años. Pero incluso con su presencia, Lászlo no puede evitar caer en la drogadicción, ni pelearse con aquellos que considera están evitando que cumpla con sus sueños.

No resulta difícil percibir a El Brutalista como una película partida en dos, porque es precisamente así como Corbet ha decidido estructurarla, con un intermedio a la mitad. Por ende, y bajo esos términos, se puede decir que la primera parte de la película es mejor que la segunda, desarrollándose casi como una historia aspiracional de un inmigrante en los Estados Unidos que parece encontrar la grandeza. Corbet dirige esta primera parte con elegancia, usando el formato VistaVision (de mayor resolución y calidad que el celuloide común y corriente de 35mm) para resaltar la enormidad de las ambiciones de Lászlo. La primera mitad de El Brutalista se siente apropiadamente épica, remontándonos a clásicos como Érase una vez en América o la primera entrega de El Padrino.

Es en la segunda mitad de la película, sin embargo, que la historia termina desinflándose un poco (pero no como para arruinar la experiencia en general, felizmente). Lászlo se convierte en una figura más errática pero sin mayores motivaciones, y Corbet cae en algunos de los clichés que había logrado evitar antes del intermedio, por ejemplo, convirtiendo a Harrison, una figura enigmática y misteriosa y excéntrica, en un villano de caricatura. Adicionalmente —y sin incluir spoilers—, vale la pena mencionar que el final de El Brutalista no funciona del todo, con el epílogo manejando un tono y estilo completamente distintos a todo lo que vino antes, y sintiéndose hasta paródico, dejando de lado la historia de Tóth para —intentar— transmitir mensajes que podrían interpretarse como sionistas.

Ah sí, el rol de Israel en El Brutalista. Tanto Tóth como su esposa y sobrina son judíos, y en cierto momento, uno de los personajes decide ir a Israel para regresar a sus raíces, lo cual inicialmente no es tan bien tomado por Lászlo. Entiendo cómo algunos espectadores podrían percibir a El Brutalista como absolutamente sionista, pero no creo estar de acuerdo. Más bien, lo que hace la cinta es presentar a Israel como un sueño falso más —como una extensión del sueño americano imposible, o como otro lugar supuestamente perfecto para los inmigrantes que, al igual que los Estados Unidos, solo podría terminar por decepcionar. Al menos no logro ver ningún tipo de intención por parte de Corbet de mostrar a Israel como una tierra soñada, si no más bien como un destino incierto. Lamentablemente, el epílogo ya mencionado no hace más que crear confusión respecto a los mensajes que El Brutalista parece intentar transmitir.

Regresando a la narrativa en sí, sin embargo, no puedo dejar de admirar lo ambiciosa que es la película. Admiro la forma en que Lászlo es caracterizado como un genio fallido, de mucha ira contenida y arrogancia, y admiro la manera en que es utilizado como una representación no del migrante común y corriente, si no más bien del profesional privilegiado que logra aprovecharse de los contactos que hace en su nuevo país. En ese sentido, se puede argumentar que Tóth logra desarrollar una suerte de relación tóxica con Harrison, en donde ambos se necesitan mutuamente —Lászlo necesita a Harrison porque necesita crear, necesita cumplir su sueño, y Harrison necesita a Lászlo porque nadie más puede cumplir con su visión. Pero como suele pasar con gente que no ve a los demás como personas, Lászlo es descartado por su patrocinador tan rápido como fue contratado.

De las actuaciones se puede decir mucho. Entiendo que han habido ciertas controversias respecto al uso de la Inteligencia Artificial (ugh) para el mejoramiento de ciertos acentos, pero dejando eso un poco de lado, no se puede negar que Adrien Brody nos entrega acá su mejor actuación desde El Pianista. El experimentado actor convierte al Tóth en un hombre imprevisible, que creer ser superior al resto, pero que igual no puede evitar caer en las mismas tentaciones que el hombre promedio. Es una actuación compleja, magistral, que además nos dice mucho a través de lenguaje corporal sobre todo por lo que seguramente tuvo que pasar en el Holocausto. Felicity Jones está excelente como su Erzsébet —¿por qué no se habla más de ella?— y Guy Pearce es electrizante como Harrison, pero El Brutalista le pertenece a Brody.

Es así que la película se desarrolla como una experiencia innegablemente ambiciosa pero a la vez frustrante. La primera mitad de la historia es excepcional, pero la segunda se siente menos segura de sí misma. Brody y el resto están súper bien, pero un par de personajes son arruinados hacia el final de la película. El guion no parece tener intenciones sionistas, y sin embargo el epílogo hace que sea más fácil interpretar el mensaje de la historia de diversas maneras. Y por cada escena impecablemente fotografiada y dirigida, obtenemos momentos como una escena de sexo embarazosa protagonizada —claramente— por dobles, o una escena de violencia sexual que no podría sentirse más gratuita e incómoda. El Brutalista es fácil de admirar, pero por momentos frustra debido a su inconsistencia.

Y sin embargo, el balance es positivo. Para ser una película de casi cuatro horas de duración, se pasa volando, dándole además al público la oportunidad de descansar un poco durante su prólogo de quince minutos (el cual tengo entendido ha sido reducido a tan solo un minuto para la versión de streaming y formatos físicos). Y en general, se siente como una experiencia grandísima, que mucho nos dice sobre la condición de los inmigrantes en los Estados Unidos, lo cual no podría ser más relevante hoy en día, considerando quien ha vuelto a salir de Presidente en dicho país. El Brutalista no es de mis favoritas para los Premios Óscar de este año, y sin embargo salí de la sala de cine fascinado con lo que Corbet ha logrado hacer con su más reciente producción. A veces, una cinta no tiene que ser perfecta o siquiera completamente redonda para causar una gran impresión en el espectador.

Avance oficial:

80%
Puntuación
  • Mi calificación

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