El control. ¿Qué tanto podemos controlar nuestras vidas? ¿Nuestro destino? ¿Qué tanto podemos planear lo que hacemos, a quienes conocemos, con quienes nos relacionamos? ¿Y qué pasa cuando los planes fallan? ¿Cuando perdemos el control de las cosas? Estas son algunas de las preguntas que “El bastardo” plantea, a través de una historia de época impecablemente narrada y expertamente actuada. Lo que tenemos acá, pues, es una de las mejores actuaciones por parte de Mads Mikkelsen hasta este momento, todo al servicio de una narrativa que mucho nos pregunta (y responde) sobre el control; sobre como podemos alterar nuestro destino, pero también sobre como la obsesión con el control puede tener consecuencias fatales.
“El bastardo” se lleva a cabo en la Dinamarca del siglo dieciocho, y tiene como protagonista al bastardo del título, Ludwig Kahlen (Mikkelsen). Habiendo regresado de la guerra, el ahora General decide pedirle permiso al Rey para emigrar al brezal —una zona del país famosa por lo árida e imposible de poblar que es. Pero él tiene un plan: será la primera persona en hacer uso de aquella tierra, demostrando que es fértil, y así cumpliendo con uno de los sueños del Rey. Para ello, se lleva a un sacerdote, Anton (Gustav Lindh), así como una pareja de sirvientes que intentan esconderse de su amo previo, Ann Barbara (Amanda Collin) y Johannes Eriksen (Morten Hee Andersen).
El problema, muy aparte de lo difícil que es de trabajar la tierra en el brezal, es que un Juez llamado Frederich Schinkel (Simon Bernebjerg) insiste que aquella zona le pertenece. Por ende, intenta convencer, de varias maneras, a Ludwig de que se vaya, o al menos de que le otorgue parte de las ganancias que vaya a tener. Pero nuestro protagonista siempre le responde con lo mismo: la tierra no es de Schinkel, si no del Rey, y él representa al Rey. Esto motiva al agresivo e inestable juez a actuar de formas cada vez más violentas, siempre con la intención de deshacerse de Ludwig. Y la presencia de la prima de Schinkel, la atractiva Edel Helene (Kristine Kujath Thorp), ciertamente no ayuda a que el terco General se quiera retirar de sus nuevas tierras.
“El bastardo” se siente como una SAGA; como la narración de buen parte de la vida de un personaje, que tiene que pasar por situaciones cada vez más complicadas y sortear obstáculos cada vez más peligrosos, todo para cumplir con el destino que ÉL quiere tener. Es una historia de obsesión —de obsesión con un plan buen desarrollado, y con un destino que, aparentemente, solo puede ser obtenido de una forma. Y la historia, por supuesto, de un Ludwig que nunca pierde de vista su objetivo de vista, por más de que sus acciones puedan tener consecuencias terribles, tanto para sí mismo, como para la gente que lo rodea.
Lo cual es entendible una vez que uno se entera del pasado de Ludwig. Su mamá era una sirvienta y su padre un noble —por ende, él es un bastardo. Un bastardo que, de no haber ido a la guerra, no hubiera tenido muchas oportunidades en la vida. Ludwig, por ende, ha decidido utilizar sus pocos privilegios para obtener lo que casi nadie en sus mismas condiciones podría tener: tierra y sirvientes y dinero y el reconocimiento por parte del Rey y la realeza en general. Es así que “El bastardo” pone en evidencia que se trata, también, de los contrastes entre las clases sociales europeas del siglo dieciocho; de los intentos por parte de alguien que viene de muy bajo, por convertirse en aquello que siempre lo ha pisoteado y lo ha considerado como menos. Y por supuesto, la película va demostrado gradualmente que aquello que Ludwig quería, no es necesariamente lo que NECESITABA.
De hecho, ese contraste entre lo que él quiere y lo que él necesita es lo que termina por cautivar al espectador, dándole una estructura fascinante a la historia. Consideren, si no, el rol de Ana Barbara, una mujer que comienza el filme como una suerte de sirvienta para Ludwig, para luego convertirse en una de las pocas personas que lo quieren. O consideren también al personaje de Anmai Mus (Melina Hagberg), una niña de piel oscura que es discriminada por muchos —incluso algunos de los colonos alemanes que llegan a vivir a las tierras de Ludwig—, pero que se convierte en una suerte de hija para nuestro protagonista. Son personas que llegan a su vida, para irrumpir en sus planes —para alterar su destino, pero que poco a poco se van haciendo más importantes que cualquier cosa que él hubiera podido tener en mente antes.
Como se dio a entender líneas arriba, Mads Mikkelsen está excelente como Ludwig. Considerando que se trata de un personaje de pocas palabras, tiene sentido que el director y coguionista Nikolaj Arcel haya elegido a alguien como Mikkelsen para el rol —alguien capaz de decir mucho con poco, y que utiliza su rostro para transmitir todo lo que el personaje está sintiendo, pero que simplemente no puede decir. Ludwig es alguien que no expresa sus sentimientos, alguien que se aguanta —y alguien que se va suavizando con el tiempo, mientras va entendiendo que no puede controlarlo todo, y que no todos sus planes saldrán como esperaba. Mikkelsen lo humaniza, lo hace REAL, y ayuda a que el espectador conecte con su historia, especialmente durante las escenas de mayor potencia emocional.
El resto del reparto también hace un excelente trabajo. Amanda Collin da una interpretación sutil como Ana Barbara, una mujer que se queda entre las sombras por un buen rato, pero quien termina ablandando el corazón de Ludwig. Melina Hagberg es adorable como la pequeña Anmai Mus —y protagoniza algunos de los momentos más desgarradores del filme. Kristine Kujath Thorp destaca como Edel —una suerte de representación del tipo de vida que Ludwig PODRÍA tener; una mujer que se siente atrapada con su violento e imprevisible primo. Y hablando de Schinkel, Simon Bennebjerg es simplemente detestable como el Juez, el principal antagonista de la historia. Pocas veces he visto un personaje que sea tan fácil de odiar, y lo bueno es que Bennebjerg interpreta sus inseguridades y su cobardía y su agresión de forma suficientemente creíble.
“El bastardo” es de lo mejor que podrían encontrar en la cartelera local estos días. Es un estreno poco común, de los que se ven cada vez con menos frecuencia en nuestros cines, pero a la vez, de los que deberían ser aprovechados y recomendados, justamente para no perderlos del todo. Se trata de un drama histórico con toques de “thriller” que funciona tanto a nivel visceral como intelectual y emocional, y que nos sumerge en un mundo que, por un lado, se siente muy ajeno, pero que en varios aspectos, desgraciadamente, todavía se asemeja bastante al nuestro. “El bastardo” cautiva gracias a lo bien narrada que está su historia, pero también gracias a sus excelente actuaciones —especialmente un fascinante Mads Mikkelsen, a quien Hollywood hasta ahora no ha sabido aprovechar del todo. Felizmente todavía hace películas en su natal Dinamarca, como para demostrar lo que verdaderamente es capaz de hacer.
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