“Alien”, pero con Drácula, y en un barco en vez de una nave espacial. ¿Qué más podríamos querer? La premisa de “Drácula: mar de sangre” está llena de potencial, y podría haber sido desarrollada de tal manera que termine asustando y mortificando a más de un espectador en el cine. Y aunque el producto final no es malo, necesariamente, sí debo admitir que me decepcionó un poquito. “Drácula: mar de sangre” es una película de atmosférica fotografía, buenas actuaciones y protagonistas interesantes, pero también una experiencia de pocos sustos, menos sangre, y personajes secundarios bastante arquetípicos. Es decir, es una mezcla de lo bueno y lo no tan bueno, y aunque sí me atrevo a decir que el balance general es positivo, tampoco puedo evitar sentir que la película pudo ser MÁS.
Si leyeron la novela original de Bram Stoker, sabrán que un capítulo en particular se lleva a cabo en un barco, durante el viaje que el buen Conde toma de Transilvania a Londres a finales del siglo diecinueve. Dicho capítulo —de manera similar al resto del libro— está narrado como si fuera un diario —en específico, el diario del capitán del Demeter, el navío en el que Drácula se ha metido. Es ese capítulo, entonces, en el que “Drácula: mar de sangre” se basa. Tanto así que, si uno así lo quisiera, podría ponerse a ver algo como “Dracula”, de Francis Ford Coppola, poner pausa en la escena donde el Drac de Gary Oldman decide viajar, ver ESTA película, y de ahí seguir con la anterior. No sería una experiencia de transiciones perfectas, pero igual sería interesante.
El protagonista de “Drácula: mar de sangre” es Clemens (Corey Hawkins), un médico afrobritánico que decide contestar al llamado del capitán del Demeter, Eliot (Liam Cunningham, de “Juego de Tronos”) para trabajar en el navío durante su viaje de Romania al Reino Unido. Es así que conoce al resto de la tripulación: el segundo al mando, Wojchek (el siempre excelente David Dastmalchian), el joven Abrams (Chris Walley), el cocinero (y fanático religioso) Joseph (Jon Jon Briones), el timonel Olgaren (Stefan Kapicic), el escéptico Petrofsky (Nikolai Nikolaeff), y un niño, el sobrino del capitán llamado Toby (Woody Norman). Pero cuando encuentran a una polizonte en una de las cajas que traen en el barco (Anna, interpretada por Aisling Franciosi), se darán cuenta de que TAMBIÉN tienen como invitado a una criatura del mal: el conde Drácula (Javier Botet), en forma de bestia y muy sediento de sangre.
Generalmente, este tipo de películas de monstruos (porque eso es lo que “Drácula: mar de sangre” es, a nivel básico) entiende que mientras menos se vea a la criatura, o mientras más gradualmente lo vayas revelando a lo largo de la historia, mejor. Así es como se desarrolla el suspenso, y así es como dejas al público asustado y adivinando. “Tiburón” popularizó este concepto en el mundo de las grandes producciones de Hollywood. Y la ya mencionada “Alien” lo entendió muy bien hace más de cuarenta años. Y aunque “Drácula: mar de sangre” no hace un terrible trabajo con esto, sí me animaría a decir que igual revelan muy pronto a la criatura, dándonos vistazos relativamente claros a su rostro, y poniendo en evidencia qué tipo de bestia es la que se ha metido en el barco.
Y lo entiendo. Después de todo, todo el que vaya a ver “Drácula: mar de sangre” sabrá quién es el antagonista principal. Su identidad no es un misterio —de hecho, se puede argumentar que, en casi todo momento, el espectador tiene más información sobre el vampiro que los personajes, sacándoles bastante ventaja. Pero lo que sí se podría haber mantenido más tiempo como un misterio es el ASPECTO de Drácula —de qué tipo de interpretación del legendario personaje se trata. ¿Es una bestia? ¿Es un monstruo? ¿Puede pensar o hablar, o nada que ver? Los personajes, efectivamente, se hacen estas preguntas, pero nosotros como espectadores sabemos las respuestas desde muy temprano, lo cual juega en contra de la película. Y por supuesto, del suspenso que supuestamente quiere desarrollar.
Lo cual no quiere decir que “Drácula: mar de sangre” sea una mala película. De hecho, y como se dio a entender líneas arriba, logra desarrollar una palpable atmósfera de tensión, presentándonos un barco en medio del mar que no podría sentirse más desolado, lleno de recovecos y lugares en los que el vampiro se puede esconder. La dirección de fotografía favorece las sombras y las misteriosas escenas nocturnas y llenas de lluvia, y la dirección de arte transmite con efectividad lo sucia que era la vida en este tipo de barcos a finales del siglo diecinueve. Ratas, agua, animales de granja traídos para ser cocinados… el Demeter lo tiene todo, y de hecho, muchos de estos aspectos son utilizados, astutamente, como elementos importantes de la narrativa.
No obstante, no puedo evitar sentir que “Drácula: mar de sangre” pudo haber sido mucho más sangrienta y terrorífica. Después de todo, si vas a desarrollar un filme en torno al vampiro más famoso del mundo comiéndose a la tripulación de un barco uno por uno, ¿por qué no meterse de lleno? Casi ninguna muerte me chocó, y no considero que la cinta cuente con algún momento verdaderamente terrorífico. A diferencia de muchas otras películas del género, “Drácula: mar de sangre” no logró que salte de mi asiento o grite de susto. Lo mejor que hizo, en todo caso, fue dejar en claro que ninguno de los personajes estaba a salvo —de hecho, poner a un niño en peligro fue lo mejor que pudo hacer. El Drácula de “Drácula: mar de sangre” no cree en nadie y se muere de hambre, y por ende, cualquiera de estos personajes podría ser la próxima víctima.
Es así, pues, que “Drácula: mar de sangre” se torna en una experiencia mixta. Por un lado, tenemos un concepto lleno de potencial, y dirigido con estilo, aprovechando bien la (casi) única locación, y presentando al buen Conde como una verdadera fuerza de la naturaleza (o anti-naturaleza). Pero por otro, tenemos un reparto de poco carisma, en donde resaltan los nombres más conocidos (un valiente Corey Hawkins, un digno Liam Cunningham, y un complejo David Dastmalchian) y un solo nombre nuevo (Aisling Franciosi, intensa y aguerrida como Anna). El resto es carne para Drácula, y por ende no logra destacar mucho que digamos. En todo caso, “Drácula: mar de sangre” cumple con desarrollar una historia tensa y ligeramente sangrienta, en donde todo componente sexual ha sido removido de Drácula, para dejarlo como un verdadero monstruo. Pudo ser mejor, pero tampoco es que me arrepienta de haberla visto en el cine.
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