Dora y la Ciudad Perdida
Quién diría que una película con actores de carne y hueso basada en una caricatura para niños de cuatro años como “Dora la exploradora”, terminaría siendo más respetuosa hacia la cultura sudamericana que la mayor parte de producciones más “serias”, con actores de mayor renombre, o efectos visuales más complejos. A veces, hacer un poco de investigación —y contratar a consultores que saben lo que hacen— paga sus dividendos. “Dora y la Ciudad Perdida” no es una obra maestra ni mucho menos, pero en lo que se refiere a películas familiares, se trata de una experiencia muy entretenida, la cual se ve beneficiada por una actuación central muy carismática, un guión deliciosamente autoconsciente… y sí, un inesperado respeto por nuestra cultura que me terminó por sorprender gratamente.
Como se deben imaginar, la protagonista de “Dora y la Ciudad Perdida” es Dora (Isabela Moner, una actriz adolescente norteamericana de ascendencia peruana). La película comienza con un segmento animado muy parecido a lo que se veía en la caricatura original, pero rápidamente se revela que dicha secuencia no es más que parte de la imaginación de una Dora de seis años, y su querido primo Diego. Es tan solo un ejemplo de lo consciente que está la película de su propia ridiculez —por supuesto que no tendremos mochilas que hablan o mapas vivientes en esta historia. ¡Eso sería absurdo!
Una vez que regresamos a la realidad, nos encontramos con una Dora adolescente (Moner), quien se ha acostumbrado tanto a la selva donde sus padres (Eva Longoria y Michael Peña) han construido su casa, que hasta sale a vivir sus propias aventuras, acompañada únicamente por su mejor amigo, un mono llamado Botas (voz de Danny Trejo… sí, en serio). No obstante, las cosas cambian cuando sus padres le dicen a Dora que es hora de mudarse a la ciudad para que interactúe con otros chicos de su edad. Y eso es precisamente lo que hace; viaja hasta los Estados Unidos, donde se va a vivir y estudiar con Diego (Jeff Wahlberg). Lamentablemente, la enérgica e inocente Dora es un pez fuera del agua en la escuela, tanto así que la gente se burla de ella, y chicas como la estudiosa Sammy (Madeleine Madden) la consideran como una enemiga.
Pero a diferencia de la caricatura, “Dora y la Ciudad Perdida” es una película de aventuras —algo así como un “Indiana Jones” o “Tomb Raider” para niños—, por lo que nuestra aguerrida protagonista es capturada, junto con Sammy, Diego, y un chico tímido llamado Randy (Nicholas Coombe), por un grupo de maleantes liderados por Powell (Temuera Morrison). Resulta que los padres de Dora se han adentrado en la selva sudamericana en busca de una ciudad Inca, y los maleantes quieren robar todo el oro que puedan de ese lugar. Con la ayuda de un profesor de lingüística de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (¡sí, en serio!) llamado Alejandro (Eugenio Derbez), Dora y sus amigos tendrán que llegar a la mítica ciudad antes de que los villanos encuentren a sus padres.
La manera en que los guionistas Matthew Robinson y Nicholas Stoller han adaptado la historia de Dora es muy astuta. Se deshacen rápidamente de cualquiera referencia al estilo más didáctico de la caricatura —en el prólogo, una joven Dora trata de enseñarle castellano al “público”, mirando a la cámara y todo, y su padre simplemente dice que debe ser “una fase”—, y casi inmediatamente, se adentran en una historia de aventuras que enfatiza el lado “explorador” de Dora. Evidentemente no presenta nada particularmente complejo o difícil de entender, pero como una suerte de introducción a este tipo de cine, en donde los peligros son reales, los villanos llevan metralletas, y los templos antiguos están llenos de trampas, no está del todo mal. El filme hasta incluye un par de acertijos bastante bien construidos, la mayoría haciendo uso de los viaductos que los Incas construían cerca a sus templos.
El tono de la película es increíblemente naive —para algunos, podría serlo demasiado, pero para su servidor, se siente como un respiro de aire fresco, especialmente en comparación a los blockbusters tan cínicos y oscuros que solemos ver hoy en día. “Dora y la Ciudad Perdida” está claramente dirigida a un público joven —no hay sangre, la violencia es caricaturesca, y sí, incluye un par de chistes de “popó”—, pero el filme está lo suficientemente bien construido como para que un adulto también se pierda divertir. Consideren, si no, la escena en donde los personajes se meten en un campo de flores alucinógenas, lo cual hace que comiencen a ver todo en el estilo de animación de la caricatura. O las escenas de carácter meta mencionadas líneas arriba. O el arco por el que tienen que pasar la mayoría de personajes, desde la maduración de Dora, hasta el posible Romance entre Sammy y Diego, o el crecimiento de Randy.
No es nada revolucionario, pero se nota que está hecho con cuidado — “Dora y la Ciudad Perdida” no está interesada únicamente en mostrar chistes simplistas o escenas de acción ligera, si no también en desarrollar bien a sus personajes para que trasciendan sus arquetipos. Sí, las actuaciones secundarias son, en su mayoría, bastante caricaturescas —Madeleine Madden es la chica estudiosa y cuadriculada, Jeff Wahlberg es el chico popular que no quiere socializar con los nerds, Nicholas Coombe es el chico tímido y torpe al que nadie le hace caso, etc.—, pero son coherentes con el tono ligero de la película. “Dora y la Ciudad Perdida” nunca se toma en serio a sí misma, pero a la vez, nunca se burla de sus personajes, ni de la seriedad de las lecciones que aprenden. Es una balance delicado, pero muy importante.
Además, la cinta se ve beneficiada por el trabajo de Isabela Moner, quien acá demuestra tener las habilidades necesarias para convertirse en una estrella de cine. Su Dora hubiera podido ser extremadamente irritante —desesperantemente optimista, y alegre. Felizmente, Moner le inyecta ciertos matices a su actuación, como para balancear las características más exageradas de Dora —su afición por cantar todo el tiempo, sus bailes, su energía casi infinita— con elementos más reales. Moner es tan carismática en el rol, y termina cayendo tan bien, que uno termina empatizando con Dora, apoyándola en las buenas y en las malas. Lo que hace Moner es convertir a la Dora de la caricatura en un ser humano creíble que vive en un mundo de fantasía —muy pocas personas en el mundo real son tan positivas como ella, pero Moner convierte a dicha característica en una de sus fortalezas.
Por otro lado, y como mencionaba líneas arriba, el hecho de que “Dora y la Ciudad Perdida” demuestra cierto respeto hacia la cultura peruana convierte al filme en un producto bastante superior a propuestas como “Las Locuras del Emperador” o “Indiana Jones y el Reino de la Calavera de Cristal”. No solo están las menciones a la Universidad de San Marcos; también tenemos a Dora hablando Quechua (¡y haciéndolo bien!), a la actriz de ascendencia peruana Q’orianka Kilcher como una princesa Inca, y varios datos y detalles (correctos) sobre la cultura Inca en el diálogo que recitan los personajes. Evidentemente sigue siendo una película de ficción, por lo que no es completamente precisa, pero uno al menos no siente que estén insultando nuestra cultura a través de la historia que quieren contar. Es un buen paso adelante, el cual deberían seguir más películas Hollywoodenses en el futuro.
“Dora y la Ciudad Perdida” es una entretenida y emotiva cinta familiar de aventuras. Sí, algunos chistes no funcionan —Eugenio Derbez está menos irritante de lo normal, al menos—, y sí, el tono ligero y despreocupado podría terminar por aburrir a algunos adultos, pero en comparación a lo que usualmente vemos en la cartelera local, no está del todo mal. Isabela Moner está excelente como Dora, las secuencias de acción y aventura están competentemente escenificadas, los personajes están correctamente delineados, y más importante incluso, el filme se toma el trabajo de ilustrar la cultura peruana de manera bastante correcta y respetuosa. Autoconsciente, encantadora, y en términos generales, muy divertida, “Dora y la Ciudad Perdida” es el tipo de película familiar que no tendría problema en enseñarle a mis hijos —es más, hasta los acompañaría a verla.
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