Buenos muchachos

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No es ninguna exageración decir que “Buenos muchachos” es de las mejores películas del gran Martin Scorsese, y una de las historias de gángsters más influyentes y populares del cine norteamericano. Es por todo eso, de hecho, que da gusto que la reestrenen en cines, para quienes no estaban vivos cuando se estrenó en 1990, puedan experimentarla por primera vez en la pantalla grande. Se trata, pues, de un filme que vale mucho la pena ver en el cine, especialmente en su versión restaurada en 4K, luciendo incluso mejor de lo que se vio cuando se estrenó por primera vez hace treinta y tres años.

Ahora, ¿por qué terminó siendo tan popular esta película? “Buenos muchachos” es el máximo ejemplo de lo que puede hacer un grupo de artistas en el auge de sus poderes; sí, pone en evidencia los considerables talentos de Scorsese, pero también nos muestra el gran trabajo de su editora de toda la vida, Thelma Schoonmaker, y de actores de la talla de Robert DeNiro, Joe Pesci y Lorraine Bracco. Es un filme que se sintió como un clásico desde que se proyectó por primera vez en cines, y que hoy en día no ha hecho más que mejorar. Todo en “Buenos muchachos” ha sido realizado con precisión: desde la elección de planos, hasta las decisiones actorales, los cortes de edición, y la musicalización. No le sobra un solo fotograma, y tampoco sufre por ser un producto de su época.

Al comenzar “Buenos muchachos”, nos encontramos con nuestro protagonista, Henry Hill (interpretado de niño por Christopher Serrone). Durante una media hora, aproximadamente, la cinta nos cuenta su ascenso en el mundo de la mafia de Nueva York en los años cincuenta; desde que comenzó a hacerle encargos al capo del barrio, Paulie (Paul Sorvino), hasta que se convirtió en todo un adulto absorbido por el crimen (e interpretado por Ray Liotta). Ya en los años sesenta, setenta y ochenta, vemos como se hace compinche del violento Tommy (Joe Pesci) y del más calmado Jimmy (Robert DeNiro), e incluso como se enamora y desenamora de su eventual esposa, Karen (Lorraine Bracco). Basada tanto en una novela llamada “Wiseguys” como en un caso de la vida real, “Buenos muchachos” nos narra la historia de vida de Henry, y cómo terminó convirtiéndose en un adicto al crimen, incapaz de vivir cualquier otro estilo de vida.

A diferencia de lo que cualquier crítico de Martin Scorsese podría manifestar, “Buenos muchachos” no es una película que romantice o idealice la vida de los gángsters. Todo lo contrario. Al terminar el filme, queda claro que Henry tomó un camino difícil, y que al ser alguien se se rehusaba a tener una vida tradicional, se vio envuelto en todo tipo de problemas, muchos de ellos de carácter violento. Con una efectiva narración en off, el Henry de Liotta trata de justificar sus decisiones de vida, intentando decirnos que, por ejemplo, sacarle la vuelta a su esposa no era algo malo, o que matar gente era algo completamente normal para gente como él y sus amigos. Ese tipo de racionalización nos invita, hasta cierto punto, a empatizar con Henry, por más de que se trate de una persona nefasta.

Después de todo, “Buenos muchachos” no es una película de “lecciones”. Pero a la vez, logra mostrarnos con pocas sutilezas las consecuencias que tuvieron las decisiones de Henry en su vida (y la de su familia). En cierto momento, se ve obligado a ir a la cárcel (aunque tampoco es que ni él ni sus compinches la pasen tan mal en prisión). Henry no solo termina engañando a Karen, si no que también desarrolla una adicción a la cocaína, y termina traicionando a mucha de la gente con la que trabajó por años. Y aunque “Buenos muchachos” no se concentra mucho en Henry como padre, queda claro que no tenía una relación muy cercana con sus hijas, estando más interesado en la “emoción” del trabajo y el dinero en absurda abundancia, que en ser un padre de familia ejemplar.

A nivel de dirección, Scorsese hace un magnífico trabajo mostrándonos los horrores de la violencia. “Buenos muchachos” no es una película consistentemente violenta, pero cada vez que hay un asesinato, sucede de manera repentina, sorprendente y brutal. Una muerte en particular dejará en shock a más de un espectador (especialmente si están viendo el filme por primera vez), conscientes de que la vida de estos personajes puede resultar en matanzas rápidas y repentinas. El mismo Henry está consciente de ello; la tradición es considerada como la mayor ofensa para esta mafia, razón por la que cualquiera de sus miembros podría ser eliminado incluso si solo se sospecha que podría traicionar al resto. Esto hace que la decisión que Henry termina tomando hacia el final del filme se sienta más grave, como una suerte de ultimátum.

Fuera de la violencia, Scorsese se luce al dirigir “Buenos muchachos”. Su cámara siempre está en movimiento, ya sea para otorgarle una palpable energía a la historia, o para adentrarnos en este mundo que se mueve rápida y furiosamente, dejando muertos y heridos por doquier. Destacan, por supuesto, el famoso plano secuencia en el que Henry y Karen entran a un bar por la puerta trasera, pero también un plano de perspectiva en el que Henry nos muestra los rostros de diferentes mafiosos, diciéndonos quiénes son con su narración en off. Adicionalmente, tenemos freeze frames en momentos precisos, y cómo no, la excelente utilización de canciones famosas, desde Gimme Shelter de los Rolling Stones, hasta The Magic Bus, What Is Life, y más. Tanto visual como musicalmente, “Buenos muchachos” logra establecer una atmósfera precisa e inolvidable.

No obstante, lo que más resalta en “Buenos muchachos” es la perspectiva desde la que Scorsese decide narrar esta historia. Henry sirve como un personaje al que acompañamos mientras se adentra en este mundo de crimen y sangre; como el vocero del espectador, y como alguien que, gradualmente, se va transformando en un hombre irredimible, pero siempre interesante de ver. “Buenos muchachos” es una cinta que lidia con tonos de gris y jamás en blancos y negros, presentándonos a estos, bueno, muchachos, como gente que siente y llora y se ríe y disfruta de la buena comida y que tiene un claro código de honor, pero también como seres extremadamente agresivos, que parecen disfrutar de la violencia, mofándose de aquellos que deciden vivir una vida “aburrida”. Como espectadores, a veces empatizamos, pero en otros momentos simplemente entendemos, siempre fascinados por lo que sucede en pantalla.

Curiosamente, del reparto principal, quien destaca menos es Ray Liotta (Q.E.P.D.). Esto se puede deber a que el personaje de Henry es el menos llamativo; una suerte de alma (relativamente) calmada en un mundo de psicópatas y personajes grandilocuentes. Pero también se debe a que no siempre convence, tomando decisiones actorales quizás demasiado sutiles, o que al menos pudieron haber sido un poco más expresivas. No resulta difícil, pues, imaginarse a alguien más en el rol de Henry; quizás al mismo Robert DeNiro, si es que hubiese sido unos cuantos años más joven. Liotta no hace un mal trabajo, no me tomen a mal; pero a la vez, se siente como el eslabón más débil en una cadena por lo demás fortísima.

Por otro lado, quien se luce (y quien, con justa razón, recibió un Premio de la Academia por su trabajo acá), es Joe Pesci. Pesci interpreta a Tommy como una bomba que podría explotar en cualquier momento; como un psicópata que ama a su madre y que puede comportarse como un amigo fiel, pero también como un perro rabioso sin correa, que puede ser motivado a dañar o matar con tan solo un gesto o una palabra. Se trata de una interpretación magnética, que desgraciadamente fue repetida por Pesci en demasiados filmes posteriores (y menores). Adicionalmente, DeNiro hace un gran trabajo como Jimmy, dando una interpretación más sutil que la Pesci, pero no menos efectiva. Y como se dio a entender antes, Lorraine Bracco fascina como Karen, transformando un papel que muy bien podría haber sido una caricatura telenovelesca, en una mujer con la que uno termina empatizando, al menos al inicio.

No hay duda, pues, de que “Buenos muchachos” es un clásico; un filme que ha aguantado el paso del tiempo, por más de que en los últimos treinta y tres años hayan salido incontables imitaciones y parodias. Es un filme que, al lidiar con tonos de gris, personajes detestables pero entendibles, violencia brutal y repentina, y temas sobre la familia, la amistad, el honor y el crimen, se siente como una historia atemporal. “Buenos muchachos” no romantiza a la mafia ni a la vida que viven sus miembros, más bien presentándola como una serie de decisiones erradas, con consecuencias sangrientas y trágicas. Ver “Buenos muchachos” en la pantalla grande fue todo un deleite, y se lo recomendaría a cualquier tipo de espectador; tanto a aquellos que hayan disfrutado antes de esta joya, como a aquellos que tengan ganas de verla por primera vez.

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