Dirigida por Walter Salles (“Diarios de motocicleta”), “Aún estoy aquí” es una película sobre la manera en que enfrentamos momentos de tensión e inseguridad, tratando de mantener algún tipo de sensación de normalidad. Protagonizada por una excelente Fernanda Torres (muy merecidamente nominada al Óscar a Mejor Actriz de este año), la película se va llevando a cabo de forma sutil, sin ahondar de manera explotadora en la situación trágica en la que se involucra su personaje principal, desarrollando muchos sucesos devastadores de manera trágicamente casual. El resultado es de las películas más potentes que haya visto en un buen tiempo, y el tipo de historia que no podría sentirse más relevante hoy en día.
“Aún estoy aquí” se lleva a cabo entre los años 1970 y 1971, principalmente en Río de Janeiro, durante la dictadura militar brasileña. Nuestra protagonista, Eucine Paiva (Torres) vive en una cálida casa cerca a la playa junto a su esposo, el ex diputado y ahora ingeniero civil Rubens (Selton Mello) y sus cinco (¡!) hijos. Los más pequeños, Marcelo (Guilherme Silveira), Maria (Cora Mora), y Nalu (Barbara Luz) no están particularmente conscientes de la situación sociopolítica del país, y no le hacen mucho caso a los helicópteros que vuelan por los cielos, o a los camiones llenos de soldados que pasan cerca a la playa. La segunda mayor, Eliana (Luiza Kosovski) poco a poco va preocupándose más por lo que sucede, y la mayor, Veroca (Valentina Herszage) está más metida en política, tanto así que es enviada a Londres por sus padres con unos amigos de la familia.
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Por su parte, Eucine simplemente maneja la casa junto a la empleada, Zezé (Pro Helena), pero el bonachón de Rubens parece estar metido en algo secreto, contestando llamadas de noche y recibiendo paquetes misteriosos en la casa. Esto culmina en la llegada de un grupo de militares vestidos de civiles, quienes se llevan a Rubens para “interrogarlo”, y eventualmente, tanto a Eucine como a Eliana para torturarlas psicológicamente. Ellas eventualmente regresan a casa, y no debería sorprender a nadie que Rubens brille por su ausencia. Es así que su esposa se empecina en encontrarlo, hablando con su abogado y con sus amigos en la prensa, pero más importante, tratando de mantener algún tipo de sensación de normalidad en casa, especialmente para sus hijos más pequeños, que de poco se llegan a enterar.
Lo que más me llamó la atención de “Aún estoy aquí” fue lo casual que es a la hora de mostrarnos ciertos eventos. La desaparición de Rubens, aunque innegablemente emotiva, es tratada no de forma melodramática, si no más bien como un momento confuso, repentino, ejecutado por gente que ofrece muy pocas explicaciones. Y aunque la estadía de Eucine en la cárcel militar ciertamente es traumática, Salles nunca abusa de reacciones exageradas o de torturas violentas, más bien dejando en claro que los soldados simplemente quieren hartarla. Quieren hartarla para que les diga algún tipo de verdad, o probablemente porque están desesperados por encontrar a sus enemigos, tanto así que terminan secuestrando a una ama de casa y su hija adolecerte, para luego NEGAR que hicieron algo malo.
Lo más interesante de “Aún estoy aquí”, sin embargo, comienza una vez que Eunice regresa a casa. Es ahí que vemos como, poco a poco, ella se va dando cuenta de que su esposo no regresará (les prometo que eso no es un “spoiler”, especialmente si saben algo sobre la historia reciente de Brasil). Se va dando cuenta de que tendrá que manejar sola la casa, criar a sus hijos y llevarlos al colegio, y hacer todo lo que pueda para sobrevivir. La forma en que lo toma es impresionante, dejando en claro que Eunice era una mujer resiliente, fuerte, que claramente estaba pasando por MUCHO internamente, pero que sabía que no podía externalizarlo todo. Momentos breves, como cuando una hija la encuentra en la ducha luego de regresar de prisión, o cuando una de las pequeñas la encuentra llorando en el estudio, son potentes porque dejan que Eunice se quite la máscara de fortaleza que siempre debe tener puesta frente a su familia.
Resulta siempre satisfactorio, además, ver una película que cuenta con una postura política clara, y que sirve como una fuerte denuncia para las atrocidades cometidas por la dictadura en las décadas del sesenta, setenta y ochenta. Ayuda que “Aún estoy aquí” esté basada en hechos reales, por supuesto, pero me gusta que Salles, al menos a primera vista, no haya intentado melodramatizar los eventos vividos por Eunice, más bien presentándonos todo de forma inmediata pero jamás manipuladora. “Aún estoy aquí” es una película claramente anti-fascista y anti-autócratas, y logra desarrollar sus temas —y su postura— de manera sutil, a través de la historia que cuenta y de las acciones de sus personajes, y no con discursos innecesarios o diálogos frustrantemente expositivos.
Como se deben imaginar ya, Fernanda Torres está excelente como Eunice. Lo que hace con el personaje es desarrollarla como una mujer que debe esconder mucho de lo que siente por el bien de sus hijos, y que acepta la realidad de su situación pero sin jamás perder la esperanza. Es una interpretación sutil, delicada, que convierte a Eunice en una protagonista verosímil y fascinante, con la que resulta muy fácil empatizar. Torres tiene un excelente manejo del lenguaje corporal, dejando muy en claro de qué tipo de mujer se trata desde su primera escena —nadando en el mar—, pero también transmitiendo con emotividad los cambios por los que va pasando a lo largo de la película. Su nominación al Óscar —y su Globo de Oro, ya ganado— está muy bien merecida.
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Por otro lado, la dirección de Salles ayuda a que uno enganche con la historia desde el primer minuto. Usando cámaras en mano que le otorgan mucha inmediatez a la historia, combinándolas por momentos con imágenes grabadas con una cámara diegética de 16mm, el filme se llega a sentir casi como un documento histórico; como un viaje en el tiempo al Brasil de los años setenta. Esto también se transmite gracias al gran trabajo de dirección de arte, que convierte a la casa de los Paiva en un lugar cálido, de tonos naranjas y paredes enchapadas en madera, con cuartos llenos de libros y salas donde la gente canta y fuma y come y se divierte. La vida de esta familia está tan bien desarrollada y Rubens es presentado de forma tan cálida, tan agradable, que su eventual secuestro y desaparición terminan sintiéndose particularmente chocantes y preocupantes.
“Aún estoy aquí” es un excelente drama porque balancea una variedad de tonos de forma magistral, y porque logra conectar a nivel emocional con el espectador sin manipularlo descaradamente, haciendo que la historia —basada en hechos reales— hable por sí misma. Fernanda Torres está simplemente espectacular como Eunice, pero el reparto en general hace un muy buen trabajo, con Salles demostrando, además, que sabe lo que hace a la hora de dirigir actuaciones infantiles. Haciendo uso de un atractivo estilo visual y remontándonos de forma impecable a los años setenta, “Aún estoy aquí” termina siendo de lo mejor que he visto estos últimos meses, y el tipo de película que debería poder ser disfrutada por cualquier tipo de espectador. Solo espero que gane el Óscar a Mejor Película Extranjera —y si encima gana el de Mejor Actriz, ya me podré dar por bien servido.
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