Asesinato en el Expreso de Oriente

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La novela clásica de Agatha Christie, “Asesinato en el Expreso de Oriente”, ha sido adaptada al cine y la televisión tantas veces —estoy seguro que muchos recuerdan la interpretación del gran Albert Finney de su protagonista, el detective Hercule Poirot—, que uno no puede evitar preguntarse exactamente por qué era necesaria una nueva interpretación de esta historia. Sí, el reparto de la película de Kenneth Branagh (“Hamlet”, “Thor”) es A1, y se nota a leguas que tuvo un gran presupuesto con el qué jugar, pero la pregunta más importante que uno debería hacerse en relación al filme es: ¿ha logrado traer algo nuevo a la mesa, como para justificar la existencia de una enésima adaptación cinematográfica de esta historia?

Desgraciadamente, no. “Asesinato en el Expreso de Oriente” es efectiva por momentos y, para sorpresa de nadie, está impecablemente actuada, pero uno nunca llega a sentir que Branagh tenga algún tipo de interés particular en el material. Su interpretación de la novela, más bien, se centra demasiado en el detective protagonista —y por ende, en el mismísimo Branagh—, lo cual termina por destruir cualquiera caracterización interesante o medianamente profunda que podrían haber tenido los personajes secundarios. Este es el show de Branagh —dirigido y protagonizado por él.

La película comienza en Jerusalem, donde vemos al bigotudo Hercule Poirot (Branagh) resolviendo un crimen de manera inteligente y detallada. Se trata de un prólogo entretenido, pero innecesariamente largo. Luego de esto, aborda el Expreso de Oriente para tomarse unas muy merecidas “mini vacaciones”, lo cual, como deben imaginarse, no resulta. El tren se queda varado en medio de unas montañas debido a una avalancha, un gángster (Johnny Depp) es asesinado, y todos los pasajeros del vagón de primera clase son sospechosos. A Hercule, entonces, solo le queda tratar de resolver el misterio antes de que la nieve sea excavada y el tren llegue a su destino.

A pesar de contar con un reparto lleno de estrellas —entre los que resaltan Daisy Ridley, Josh Gad, Willem Dafoe, Derek Jacobi, Judi Dench, Penélope Cruz, Michelle Pfeiffer, y Johnny Depp—, Branagh parece no saber utilizarlos con efectividad. Jacobi y Dench están particularmente desperdiciados; interpretan a personajes caricaturizados que no aparecen por más de veinte minutos a lo largo de la película, y que no logran trascender más allá de las características superficiales que el guión les otorga. El personaje de Penélope Cruz —una religiosa llamada Pilar Estravados— podría haber sido eliminada de la historia sin que nada de importancia cambie, al igual que el Profesor Hartman de Dafoe. El tener a un grupo más pequeño de sospechosos le hubiera dado la oportunidad a la película de desarrollarlos de manera más humana y creíble.

De hecho, los únicos que resaltan son los más jóvenes. Daisy Ridley demuestra que tiene la capacidad de interpretar a un personaje totalmente diferente a Rey, de la saga de “Star Wars”; su Mary Debenham es un personaje muy misterioso, lleno de conflictos internos, que se nota a leguas está tratando de esconder un secreto, de repente algo de su pasado. La escena afuera del tren que comparte con Poirot es particularmente efectiva, a pesar de que pudo haber sido mejor aprovechada (acaba justo cuando se está poniendo interesante).

Por otro lado, el Hector MacQueen de Josh Gad es el único personaje con el que uno logra desarrollar algún tipo de conexión emocional; tiene una escena en particular, donde habla sobre su padre, un juez, en donde Gad logra extraerle toda la emotividad necesaria al momento. Definitivamente me hubiese gustado ver más de este personaje, incluso a expensas de algunos de los más aburridos o poco desarrollados.

Por su parte, Branagh interpreta a Poirot como un hombre muy particular, excéntrico, siempre atento a los detalles, y aparentemente incapaz de ser humilde. Inicialmente, el personaje es mostrado de manera un poco exagerada y caricaturesca , pero mientras la película va revelando más y más sorpresas en la relación a la trama, Poirot es tratado de manera más seria (felizmente, uno llega a acostumbrarse a su espectacular mostacho). El trabajo de Branagh no es deficiente, pero dudo que vaya a quedar en las mentes de los espectadores como el Poirot definitivo. Una escena durante el último tercio de metraje, de hecho, presenta a Poirot casi como un genio, un súper héroe, de manera demasiado solemne e incluso, me atrevo a escribir, egocéntrica por parte de Branagh. No funciona para nada.

A nivel técnico, “Asesinato en el Expreso de Oriente” sorprende, lo cual llega a compensar algunos de los momentos más sosos de la historia —especialmente durante el segundo tercio de metraje. Branagh hace un buen uso de los planos secuencia —especialmente al principio, donde establece de manera efectiva la geografía interna del tren, así como la colocación de cada personaje (o sospechoso) en su interior—, así como de algunos planos poco convencionales para desarrollar tensión y aumentar el suspenso. Una escena grabada totalmente desde un ángulo cenital llama mucho la atención a sí misma, pero tampoco puedo negar que funciona.

Los efectos visuales, especialmente aquellos que sirven para recrear los exteriores del tren, así como la secuencia de la avalancha, son cumplidores sin llegar a ser espectaculares. Por otro lado, la banda sonora de Patrick Doyle (“Harry Potter y el Cáliz de Fuego”) funciona la mayor parte del tiempo, acompañando las imágenes de Branagh sin tratar de manipular al espectador; solo hay un par de escenas en las que la música termina siendo muy estridente o exagerada.

Si nunca han leído el clásico de Agatha Christie, ni visto las adaptaciones anteriores de “Asesinato en el Expreso de Oriente”, esta nueva versión podría llegar a gustarles; es un buen misterio contado a la antigua, un blockbuster contemporáneo sin super héroes ni explosiones ni grandes escenas de efectos digitales. No obstante, para aquellos que ya saben cuál es el giro narrativo final, “Asesinato en el Expreso de Oriente” de Kenneth Branagh realmente no aporta nada novedoso ni particularmente atractivo; de hecho, el excesivo foco en Poirot hace que los personajes secundarios se conviertan en esbozos aburridos, con poca gracia. El exceso de narraciones en off (especialmente durante las últimas escenas del filme) ciertamente tampoco ayudan.

“Asesinato en el Expreso de Oriente” no es la peor película de Branagh como director (ese “honor” se lo llevaría “Jack Ryan”, a pesar de no ser una película horrible, tampoco) ni la peor adaptación de una novela de Agatha Christie. Sin embargo, fuera de su reparto lleno de nuevos talentos y actores de alta gama, y de sus innegables cualidades visuales, “Asesinato en el Expreso de Oriente” no está lo suficientemente bien cuajada como para recomendársela a cualquier tipo de espectador.
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