Aloft: No Llores, Vuela
Aloft – No llores, vuela (definitivamente prefiero la sencillez del título en inglés) es la mejor película en la corta filmografía de Claudia Llosa. No es ningún secreto (a menos para quienes me conocen) que no disfruté de ninguna de sus dos películas anteriores, Madeinusa y La Teta Asustada, y quizás es por ello que no fui muy emocionado a ver su nueva producción… pero para mi sorpresa, el producto final me terminó gustando bastante.
Aloft, por más que los trailers nos la quieran vender como una cinta filosófica, profunda, compleja y algo pretenciosa, en realidad nos cuenta una historia bastante sencilla. De manera muy similar a Climas, de Enrica Pérez, se enfoca más en los sentimientos de sus personajes que en la trama, más en los que puede hacerle sentir al público que en lo que les puede hacer pensar, y en ese sentido funciona muy bien. Aloft es un filme fácil de entender pero no por eso simplista, y a pesar de que tener un ritmo algo lento, nunca me aburrió y me mantuvo atento de principio a fin.
La película sigue dos narrativas paralelas, una en el presente y una en el pasado, y ambas se desarrollan en las zonas más frías de Canadá. La primera sigue a una mujer llamada Nana Kunning (la siempre excelente Jennifer Connelly), quien decide llevar a su hijo menor, Gully (Winta McGrath) a donde un curador, acompañada también por su hijo mayor, Ivan (Zen McGrath.) El más pequeño tiene un tumor, y ningún doctor lo quiere operar. Lamentablemente, debido a un pequeño accidente que involucra al halcón del más menor, el curador nunca lo llega a revisar, y más bien llega a la conclusión de que Nana es también una curadora.
La segunda línea de tiempo nos presenta a un Ivan ya adulto (Cillian Murphy), quien se ha dedicado a criar halcones, y vive feliz con su esposa (Oona Chaplin, a quien recordarán de Juego de Tronos) y su bebé. Sin embargo, un día recibe la visita de una reportera llamada Jannia Ressmore (Mélanie Laurent, de Bastardos Sin Gloria), quien le pide por favor que la acompañe a buscar a Nana; ésta se dedica ahora a visitar diferentes pueblos de Canadá para curar gente. Inicialmente, Ivan se opone (poco a poco vamos averiguando por qué), pero eventualmente accede, tanto para ayudar a la reportera como para reencontrarse, después de años, con su madre.
Aloft presenta varios temas de manera interesante: la búsqueda de un hijo a su madre, el perdón, el arrepentimiento, la espiritualidad… son temas que ayudan a desarrollar a los personajes principales (especialmente a Ivan) y a avanzar la historia, y que son presentados de manera suficientemente novedosa (yo no estoy tan familiarizado con los fríos páramos de Canadá y la halconería, al menos) como para que no se sientan demasiado familiares. Los personajes están bien definidos (Ivan es un “no-creyente”, Nana es una madre algo obsesiva que se convierte en una “salvadora” debido a ciertos sucesos de su vida, Jannia es una tenaz buscadora de la verdad y la salvación) y actúan de manera coherente, cosa que nunca fui capaz de decir de las dos previas películas de Llosa.
Definitivamente ayuda el hecho de que esta sea la primera película de la directora en ser protagonizada por actores profesionales y experimentados. Como siempre, Jennifer Connelly es muy buena, transmitiendo de manera palpable el cariño que siente por sus hijos, pero a la vez desarrollando de manera creíble su transformación en la mística sanadora que viaja a lo largo y ancho de Canadá. Como Ivan, Cillian Murphy no es particularmente expresivo, pero el hecho de que interprete a su personaje de manera parca y seria hace que su eventual explosión emocional (la cual se lleva a cabo hacia el final de la película) sea mucho más impactante. Como Jannia, Melanie Laurent hace un buen trabajo, y Oona Chaplin no resalta demasiado en un papel más bien pequeño.
La cinta es ambiciosa, manejando un tono cuasi-fantástico, jamás mencionando el contexto en el que se desarrolla su historia. Mezcla indicios de modernidad como la presencia de celulares y el hecho de que Jannia sea una reportera, con trabajos más bien anticuados como la halconería, y pueblos desolados y casi aislados. Por momentos el filme me recordó a El árbol de la vida, de Terrence Malick, gracias a su tono meditativo y utilización de lo mágico-realista, aunque carece de su fuerza emocional. Aloft es una película que prefiere decirnos lo menos posible sobre su trama y personajes, lo cual le da una cualidad etérea muy particular, pero a la vez le quita fuerza a algunos de los cambios más importantes en la historia.
A nivel técnico, la película es espectacular. La dirección de fotografía es hermosa, aprovechando al máximo los paisajes que tuvo Llosa a su disposición, presentándonos lagos congelados y kilómetros de nieve pura. Llosa quizás abusa un poco de los primeros planos de los rostros, muchas veces estructurando sus escenas solo con planos cerrados, lo cual hace que se sientan claustrofóbicas e incómodas. Sin embargo, combina dicha estética con algunos planos generales de paisajes bastante asombrosos, lo cual crea un interesante contraste. La mayor parte de la película está grabada con cámaras en mano; esto le da una sensación de inmediatez muy efectiva, haciendo que el espectador se sienta casi como un voyeur, observando muy de cerca las vidas de estos personajes.
Todo lo que quiere hacer Aloft es contar la historia de un hijo y su madre, rodeándola de temas espirituales y metáforas relacionadas con halcones (en serio, los animales se roban varias escenas de la película, especialmente cuando la cámara los encuadra casi tan cerca como a los humanos), y lo hace bastante bien. Las actuaciones son buenas, la dirección de fotografía es hermosa, y a pesar del poco diálogo, el énfasis en emociones y la gradual revelación de algunos plot points importantes, la película no me resultó muy confusa ni enredada. Definitivamente no es una película comercial—no todos disfrutarán de su ritmo tan glacial como los páramos en los que se desarrolla—pero para aquellos que tengan la paciencia suficiente como para ver algo un poco más sutil, una cinta que se siente más como un sueño que como una interpretación de la realidad, no está del todo mal.
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