Cincuenta Sombras de Grey es la película erótica menos excitante que jamás haya visto. Es impresionante que una cinta tan fría, tan enfocada en una relación que resulta ser enferma y tóxica en vez de romántica haya podido atraer tantos espectadores, generar tanta bulla. Quizás no soy parte del público objetivo, o quizás simplemente es un de esas historias que gustan más a las mujeres que a los hombres… pero no lo creo. No fui el único que salió totalmente espantado de la sala de cine; entre los miembros del público que compartían mi opinión había tanto hombres como mujeres. Cincuenta Sombras de Grey no es una película absolutamente terrible, pero sí una producción moralmente cuestionable e increíblemente aburrida.
Para comenzar, debo mencionar que me atreví a leer algunos capítulos de la novela original de E.L. James. Y a pesar de que no me considero un crítico literario ni mucho menos, debo mencionar que fueron algunos de los capítulos peor escritos y más involuntariamente chistosos que jamás haya leído. Se nota a leguas que la novela comenzó como un fan-fiction de Crepúsculo; James hace poco por esconder las influencias en su historia, y no tiene la más mínima idea de cómo desarrollar personajes creíbles o escribir de manera inteligente o efectiva. Descripciones larguísimas, lenguaje coloquial, palabras mal usadas… todo esto y más es lo que pueden encontrar en Cincuenta Sombras de Grey(la novela), al igual que una presentación muy inexacta de lo que es el BDSM (actitudes masoquistas y sádicas en el ámbito sexual.)
Pero bueno, esto no quiere decir que una adaptación cinematográfica de la novela fuera a ser mala, necesariamente. Después de todo, la director elegida, Sam Taylor-Johnson, no carece de talento, y la guionista, Kelly Marcel, fue responsable de escribir Saving Mr Banks, una película madura y divertida. Además, da gusto el que se haya producido una cinta en Hollywood donde la mayor parte del talento, tanto detrás como delante de cámaras, es femenino, desde la directora hasta una gran parte del reparto y el equipo de producción.
El problema es que, finalmente, el filme resultó ser malo.
La historia, sorprendentemente, puede ser resumida de manera muy breve. Dakota Johnson interpreta a Anastasia Steele (uno de los nombres más tontos que jamás haya visto en una película, dicho sea de paso), una chica tímida que conoce a Christian Grey (Jamie Dorman), un ejecutivo millonario y atractivo. Evidentemente hay atracción entre ambos, pero Grey tiene un secreto para el cual Steele no está preparada: le gusta el BDSM, y quiere que ella sea su sumisa (él sería su dominante.) La película, entonces, es un ida y vuelta entre ellos, una manipulación hacia ella por parte de él, y una serie de escenas de sexo relativamente explícitas pero sorprendentemente frías.
Si uno quiere contar una historia romántica en el cine, es básico que los dos protagonistas tengan química entre ellos. Puede que sea un término sobre-usado, pero es cierto. Lamentablemente, en el caso de Cincuenta Sombras de Grey, la química entre Dakota Johnson y Jamie Dorman es inexistente. Siempre se ven incómodos el uno con el otro, incluso cuando se supone ya han comenzado a agarrar confianza, y uno nunca cree que haya algún tipo de atracción entre ellos. No se siente ningún tipo de pasión, ningún tipo de fuego entre ellos, ningún deseo. Se supone que en un filme erótico, cada vez que los protagonistas comparten una escena uno debería sentir que se desean apasionadamente, que quieren arrancarle la ropa el uno al otro y hacer el amor todo el tiempo. En Cincuenta Sombras de Grey no sucede nada de esto.
Al menos Dakota Johnson da una buena actuación. No solo se atrevió a enseñar todo lo que tiene (en serio, vemos su cuerpo completamente desnudo más de una vez), si no que también logra desarrollar a un personaje potencialmente ridículo, ayudada por el guión. Muchas de las características más desesperantes de Anastasia en el libro, como su excesiva torpeza, han sido minimizadas en la adaptación al cine, lo cual le da la oportunidad de Johnson de divertirse un poco más con el papel. Su Anastasia tiene un poco más de espíritu, un mejor sentido del humor aquí que en la novela (si no véase la escena en donde la habla borracha a Christian por teléfono), pero lamentablemente no puede hacer mucho con las líneas de diálogo tan tontas que le dan. Eso, y aunque se ve muy bien desnuda, el hecho de que no pueda generar ningún tipo de pasión con Dorman no ayuda en lo absoluto.
Y hablando de Dorman… bueno, primero que nada, su Christian Grey es el Americano más Irlandés que jamás haya escuchado. En serio, el hombre no tiene talento para disfrazar su acento natural. En segundo lugar, aparentemente Taylor-Johnson le dijo que actúe como un asesino serial… porque esa es la impresión que da el personaje. Christian Grey es el protagonista menos romántico de la historia del cine, un hombre enfermo y manipulador que claramente no ama a Anastasia Steele, si no que la desea para poder satisfacer sus deseos sexuales tan peculiares. Dorman no logra crear un personaje tridimensional para nada, actuando de manera demasiado seria la mayor parte del tiempo, usando pocas expresiones faciales, claramente aburrido o incluso avergonzando de estar en la película y tener que decir líneas de diálogo tan ridículas. Si Johnson logra trascender más allá de lo que E.L. James escribió en su novela y lo que Marcel puso el guión, Dorman decepciona a ambas.
Pero uno de los problemas más grandes de la película, más allá de la falta de química entre los protagonistas y la pobre actuación de Dorman, está en la dirección de Taylor-Johnson. Aparentemente la directora no se dio cuenta que era imposible tomarse en serio el material que le dieron. En vez de inyectarle algo de humor, darle algo de personalidad a la cinta, lo que hace es filmar todo de la manera más elegante, más fría posible… ¡y esto incluye a las escenas de sexo! Sí, estas últimas son atrevidas (de hecho es refrescante ver a una protagonista con vello púbico en una película Hollywoodense), pero no logran generar ningún tipo de excitación. Taylor-Johnson las filma de forma clínica y calculadora, distanciándose de lo que está pasando en pantalla, como si estuviera avergonzada de ser muy íntima. Se trata de un acercamiento muy curioso al material. Sí, quizás la película se vea muy bien a nivel superficial (la dirección de fotografía es muy buena), pero no logra transmitir nada.
Ahora bien, ha habido toda una controversia, especialmente en los Estados Unidos, en relación a la forma en que el BDSM es presentado en la película. En pocas palabras, E.L. James no tiene la más mínima idea de cómo funciona. Tanto la autora como la guionista presentan a la gente que disfruta de estas actividades sexuales, en la forma de Christian Grey, como personas depravadas y enfermas, manipuladoras y casi psicópatas, cuando ese no tiene que ser el caso, necesariamente. Y para colmo de males, ni siquiera presenta situaciones demasiado chocantes. Sí, los protagonistas usan látigos y cuerdas de vez en cuando, pero repiten las mismas acciones más de una vez, jamás haciendo algo particularmente inventivo u original. Quizás Taylor-Johnson y compañía no podían cruzar la raya porque tenían miedo de que la MPAA le diera la temida calificación NC-17 a la película… lo cual es entendible. Lo que no es entendible es que no hiciesen ningún tipo de investigación para poder representar el BDSM de manera realista.
Supongo que es posible disfrutar de Cincuenta Sombras de Grey de manera irónica. De hecho, yo estuve matándome de la risa durante la primera mitad de la película; me reía de las líneas de diálogo cursis y ridículas, de la cara inmovible de Jamie Dorman, y de las acciones sin sentido de su personaje. Pero fue durante la segunda hora que comencé a aburrirme, que todo se tornó repetitivo y que quería que la película acabase. Y cuando por fin acabó… pues me di con el último insulto. Decir que la película acaba es ser demasiado amable; lo que hace Cincuenta Sombras de Grey es imperdonable, es dejar la trama y a sus personajes colgando, dando a entender que todo se resolverá en la secuela y que, bueno, “eso es todo”. ¿Desde cuándo las películas pueden darse el lujo de no tener un final? Si el objetivo de la producción era dejarme intrigado, pues fallaron. Todo lo que lograron fue frustrarme más.
Cincuenta Sombras de Grey es un filme infinitamente mediocre. Puede que la dirección de fotografía sea muy buena, y que Dakota Johnson dé una interpretación mucho mejor de lo que el material merece, pero en general se trata de una producción que falla en su objetivo principal: ser erótica y romántica. No es erótica porque las escenas de sexo están filmadas de manera fría, y porque los protagonistas no tienen química. Y no es romántica porque la relación entre Christian Grey y Anastasia Steele es tóxica y obsesiva, presentándonos a un personaje que manipula emocionalmente y abusa físicamente de su supuesto interés amoroso (es increíble la cantidad de veces que Anastasia le dice que “no”.) A fin de cuentas, no se trata de una película que merezca el ser recordada por mucho tiempo. Pero lo que sí me preocupa es el que mucha gente (especialmente chicas) consideren al Sr. Grey como un objeto de deseo, como una suerte de hombre ideal. Si ellas creen que la relación que trata de entablar con Anastasia tiene algo que ver con romance o con amor… pues tienen más problemas que el mismísimo Sr. Grey.
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