Boyhood es una de las películas más ambiciosas que jamás haya visto… aunque, siendo honestos, esto era algo de esperarse. Después de todo, la cinta ha sido grabada en un período de doce años (el director, Richard Linklater, rodaba por unas semanas cada año), siguiendo el crecimiento de sus personajes de una manera que nunca antes se ha visto en el cine. En vez de ver al mismo personaje niño interpretado por diferentes actores en diferentes edades, o en vez de tener actores adultos llenos de maquillaje para que parezcan mayores… simplemente los vamos viendo, poco a poco, envejecer y crecer y cambiar de verdad. Es impresionante. Loco. Sutil. Y dudo que volvamos a ver algo parecido en mucho tiempo.
El filme no tiene una narrativa clásica; no tiene una trama explícita ni villanos típicos ni un conflicto obvio. Simplemente se trata de la vida de un chico llamado Mason (Ellar Coltrane), desde los seis años hasta los dieciocho. Vemos como van cambiando sus intereses, desde los video-juegos hasta la música y las chicas; como se desenvuelve en la primaria, en la secundaria y cómo termina yendo a la Universidad; cómo se enamora y se desenamora y como se desenvuelve con sus padres divorciados (Ethan Hawke y Patricia Arquette), con su hermana (Lorelei Linklater) y con los nuevos novios de su madre. Es una experiencia que se siente natural, con la cual es fácil identificarse y que en ningún momento se siente artificial o exagerada.
Boyhood tiene mucho qué decir sobre el paso del tiempo, sobre cómo las cosas cambian o cómo la gente cambia, lo cual es perfecto teniendo en cuenta la manera en que ha sido producida. El hecho de que se haya grabado en doce años no es gratuito; sí, quizás al principio se trataba de un experimento por parte de Linklater, pero la buena noticia es que encontró temas que se sienten coherentes con el modo de producción tan particular de Boyhood. Además, una de las cosas más interesantes de la película es que cada período que nos presenta es estrictamente un producto de su época; es muy fácil adivinar en que año se desarrolla cada escena simplemente por la música que escuchan los personajes (el uso de la misma es simplemente sublime), los video-juegos que juegan (Mason pasa de usar un Gameboy Advance a un Xbox (el primerito) a un Wii) o las películas que mencionan. Me encantaron las referencias a Star Wars (obviamente), especialmente una escena en la que padre e hijo conjeturan que es imposible que haya una nueva trilogía después del Episodio VI (uno creería que se trata de una broma por parte del director, considerando la existencia del Episodio VII, pero como la escena se grabó el 2008, se trata simplemente de una divertida coincidencia.)
La película se siente a veces casi como un documental, como si estuviéramos siguiendo la vida de gente común y corriente. Así de natural se siente todo. No hay melodrama ni exageraciones; no hay situaciones de vida o muerte (o en tal caso de la manera en que se presentan usualmente en el cine Hollywoodense) y no hay villanos. Todos los personajes son complejos y realistas, verosímiles y excelentemente actuados. Ethan Hawke logra desarrollar al padre (Mason Sr.) de manera realista, jamás convirtiéndolo en un villano ni cayendo en estereotipos. Se trata de un padre que ha cometido errores en el pasado pero trata de arreglarlos, y que se va transformando de una manera increíble a lo largo del filme. Como la madre, Patricia Arquette es igual de buena; es una mujer con mala suerte y que ha tomado malas decisiones, pero que igual sigue adelante y ama infinitamente a sus hijos.
Pero el que verdaderamente resalta es Ellar Coltrane. Linklater realmente se “la jugó” con él, puesto que no era un actor profesional cuando lo contrató de niño, y no tenía manera de saber qué tanto su calidad como actor iba a mejorar a través de los años. Felizmente el chico hace un excelente trabajo, y como su personaje es el verdadero foco de la película, es el mejor desarrollado. Es casi como ver el pedazo de la vida de una persona de verdad, alguien que pasa por diferentes fases y experiencias. Lo vemos como un niño dulce, como un chico en plena pubertad, como un adolescente rebelde y que no sabe qué hacer con su vida, y como un joven que va a comenzar una nueva etapa de su vida. La escena en que se va de la casa para la Universidad es terriblemente realista, triste pero por momentos graciosa, y realmente honesta.
Pero si hay una razón por la cual considero a Boyhood una obra maestra, y probablemente la mejor película que he visto en lo que va del año, es la manera en que logró que me identifique con su personaje principal. Mason Jr. no es necesariamente un adolescente genérico, pero es lo suficientemente tridimensional como para tener diferentes características que hacen que casi todo el mundo puedan identificarse con él. No quiero sonar cliché, pero hubo varios momentos en los que yo me veía en él: con su afán con los video-juegos (cosa con la cual yo sí sigo), su etapa de pelo largo (aunque yo nunca me lo dejé tan estilo Boy band), el hecho de que tenga padres divorciados, su relación con las chicas, el hecho de que no quiera estudiar una carrera tradicional… Boyhood es la primera película en años en hacerme sentir terriblemente nostálgico y melancólico, hasta cierto punto haciendo que extrañe mi juventud, una memorable etapa de la vida que muchas veces romantizamos y que solo se puede vivir una vez.
La vida es breve y frágil, llena de momentos que se pasan volando y decisiones que podemos admirar o de las que nos podemos arrepentir. Todo esto nos enseña Boyhood a través de una ventana a la vida de personajes increíblemente realistas y memorables, y de un guión prácticamente perfecto. No tiene una trama tradicional y dura casi tres horas, pero jamás me aburrió y me mantuvo totalmente atento a pesar de que la vi a las 9:50 pm después de un largo día de trabajo. Como en la vida real, el filme no nos enseña todo; hay personajes que vienen y van y de los que no nos enteramos más de lo que Mason sabe (lo cual tiene sentido porque vemos todo desde su perspectiva), y nos presenta con un viaje a través del tiempo que nos hace recordar a nuestras propias experiencias y relaciones. Se trata de un experimento que valió la pena hacer, y de una experiencia cinematográfica magnífica y sublime. Le insisto a todos mis lectores que vayan a verla al cine antes de que la saquen de cartelera; es un tipo de película que dudo vayan a poder volver a ver en mucho tiempo.
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