Lo que comienza como un curioso cuento de hadas, termina como una historia de suspenso, body horror y comedia negra. La sustancia nunca pretende ser realista, y no tendría por qué serlo —es el tipo de película que se lleva a cabo en su propia realidad atemporal, donde los televisores LED conviven con radios antiguas, anuncios de periódico y programas de televisión de ejercicio súper populares. Pero más importante, La sustancia es el tipo de cinta que solo podría haber sido hecha por una mujer, diciéndonos mucho sobre las expectativas que la sociedad y el show business tienen de las mujeres, y de la manera en que tienen que mantenerse jóvenes, vitales y sonrientes por siempre. O al menos hasta que sean reemplazadas por alguien más joven, vital y sonriente.
La sustancia es mucho, pues, y seguramente podría terminar siendo abrumadora para ciertos espectadores. En mi sala —bastante llena, dicho sea de paso— un par de personas se fueron en plena película, y una señora en particular se quedó usando su celular durante la última media hora de metraje. Claramente, La sustancia no es para todo el mundo, pero quienes le den una oportunidad, se encontrarán con una experiencia deliciosamente sangrienta, que parodia de forma prácticamente perfecta la obsesión que Hollywood tiene con la juventud, la belleza clásica y —todavía— la objetivización de los cuerpos femeninos. El que todo esto sea trasmitido a través de una historia asquerosa, visceral e imprevisible no es más que la cereza encima del pastel.
Al comenzar la película, vemos como la estrella de Hollywood Elisabeth Sparkle (una perfecta Demi Moore) está a punto de ser reemplazada en el programa de televisión que ha liderado por años —por alguien más joven y supuestamente bella. Resignada y frustrada, nuestra protagonista termina contactándose con los creadores de La Sustancia; un medicamento aparentemente mágico que le permite a uno realizar una nueva división celular en su interior, y por ende, crear a una nueva (y mejor) versión de sí mismo. Y eso es precisamente lo que Elisabeth hace; “dando a luz” a Sue (Margaret Qualley), quien luce como la mujer perfecta para el tipo de programa que el productor Harvey (Dennis Quaid) quiere.
Por supuesto, no todo puede ser tan fácil. Resulta que la Sustancia requiere de un balance: Elisabeth debe alternar con su nuevo alter ego cada siete días, lo que quiero decir que cada una debe desaparecer durante una semana entera de vez en cuando. Mantener dicho balance no es muy difícil al inicio, pero mientras Sue se va haciendo cada vez más popular, la chica se va obsesionando con la fama, haciendo que se mantenga “despierta” por más tiempo del debido. Esto, por supuesto, trae consigo consecuencias al inicio ligeras, pero eventualmente, increíblemente asquerosas.
Lo que ha hecho la directora-guionista Coralie Fargeat (Revenge) con La sustancia es mostrarnos, a través de una historia que lo lleva todo al límite, lo que Hollywood todavía considera como el cuerpo ideal. La juventud es lo que más llama la atención —tanto de los productores como del público— y las mujeres, a diferencia de los hombres, tienen fecha de expiración. No es casualidad que el productor del programa de Elisabeth/Sue sea interpretado por Dennis Quad; un hombre mayor que sin embargo sigue viviendo una vida de éxito, y que es presentado de forma fatua y vulgar, comiendo decenas de langostinos (en una de las escenas más desagradables del filme), y juzgando el valor de sus estrellas en base a sus cualidades físicas…. y nada más. El momento, hacia del final de la película, cuando llega a hablar con Sue rodeado del inversores (todos hombres viejos blancos) se siente exagerado, pero a la vez, completamente plausible.
Adicionalmente, el estilo visual de La sustancia contribuye con los mensajes que Fargeat quiere trasmitir. El uso de planos angulares, muchos de ellos enfocados en traseros, piernas y senos, hacen que el espectador se sature —jamás resultan eróticos (ni siquiera cuando Qualley o Moore aparecen desnudas), si no más bien trivializan el cuerpo femenino, haciendo que las mujeres de la historia solo parezcan pedazos de carne. Pedazos de carne que sirven para atraer espectadores masculinos, y que no forman parte de seres humanos, si no más bien de figuras idealizadas, infantilizadas, absurdas. La sustancia, además, trabaja mucho en contrastes —el contraste entre el cuerpo de Elisabeth y el de Sue, el contraste entre la nueva vida de la primera y el camino al estrellato de la segunda, y los contrastes que no me atrevo a mencionar en este texto que ocurren durante el tercer acto.
Puede que los temas desarrollados por La sustancia no sean súper novedosos, pero la forma en que son tratados definitivamente lo es. Nuevamente, todo es llevado al extremo: la forma en que las mujeres usan el maquillaje, la manera en que tratan de mantenerse jovenes y relevantes, los recursos que utilizan para que sean percibidas como valiosas, principalmente por los hombres. Es la obsesión con la fama —superficial, temporal— llevada al límite, irónica considerando que, fuera de su cuerpo y su carrera, Elisabeth y Sue no tienen nada. No tienen seres queridos —ni familiares ni amigos ni parejas— y no tienen nada aparte de sus fans. Fans que, además, y como se muestra en el prólogo de la historia, eventualmente desaparecen y se olvidan de sus ídolos.
Como Elisabeth, Demi Moore da una de las mejores actuaciones de su carrera, valiente, autoconsciente y carente de ego. Al inicio la interpreta como una mujer desesperada, que quiere recuperar lo que antes tuvo, pero poco a poco, va mostrándonos con intensidad el hoyo en el que va cayendo, convirtiéndose en una suerte de adicta —no una droga que la aleja de la realidad, si no más bien a una Sustancia que le permite ser una versión supuestamente mejor de sí misma, pero con terribles consecuencias. Como Sue, Margaret Qualley es fantástica; la interpreta como la idealización de la joven Estrella de Hollywood, físicamente “perfecta”, y creada para satisfacer al Male Gaze. Pero lo que al inicio no es más que una figura, un arquetipo sexista, poco a poco va desarrollando mayores dimensiones. Y como Harvey (no es casualidad que se llame así, dicho sea de paso), Dennis Quaid es repugnante, fastuoso y extrañamente carismático. Resulta curioso que este 2024 haya aparecido tanto aquí como en la ultraconservadora Reagan —no podrían ser proyectos más distintos el uno del otro. O Quaid es un misterio, o simplemente no discrimina a la hora de elegir sus proyectos.
La sustancia es de lo mejor que he visto este año, pero no lo será necesariamente para todo el mundo. El body horror está presente desde un inicio —el baño de Elisabeth, blanco y minimalista, es donde transcurre la mayoría de eventos sangrientos—, pero va empeorando mientras la historia va avanzando, para explotar (literal y figurativamente) durante un tercer acto algo estirado, que cuenta con por lo menos dos desenlaces de sobra. Y aunque muchos entenderán los temas desarrollados por Fargeat, no a todos les hará gracia la forma tan grotesca en que los presenta. A este crítico, sin embargo, le encantó, y no pudo evitar sonreír como un verdadero enfermo durante los últimos treinta minutos de metraje. Hace tiempo que una película no generaba reacciones tan viscerales en mí — La sustancia hace eso y mucho más, por lo que no puedo dejar de recomendársela a cualquiera que le tenga buen aguante al gore, la sangre, el body horror, y las patas de pollo.
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