“Beetlejuice” es una de esas películas que resultaban ineludibles en los 90s —un clásico de culto que pasaban a cada rato en canales de cable, o que siempre estaba sin stock en tiendas de video como Blockbuster. En MI caso, se trata de uno de los primeros DVDs originales que jamás tuve —y que todavía tengo—, y de un filme que siempre recordaré con cariño, no solo por lo imaginativo y divertido que es, si no por los recuerdos que asocio a él. Mi infancia no es la única, pues, que tuvo a “Beetlejuice” como una gran presencia, y tampoco soy el único cinéfilo, crítico o cineasta que se inició en el cine de Tim Burton con esta excéntrica producción.
Así que, considerando que la secuela, perfectamente titulada “Beetlejuice Beetlejuice”, está a punto de estrenarse en cines (o ya se estrenó, dependiendo de cuándo estén leyendo esto), creo que es buen momento para volver a visitar la primera entrega. Una película que funciona perfectamente de forma individual, pero que sus fanáticos siempre han querido tenga una segunda parte. Un filme imperfecto y tangible y de claras influencias del Cine B, que demostró lo talentoso que es Michael Keaton, cementó a Geena Davis y Alec Baldwin como verdaderas estrellas de cine, e introdujo a toda una generación al encanto de Winona Ryder. Una cinta imperdible, pues, y un producto de su época que, felizmente, todavía resulta encantadora en el año de nuestro señor 2024.
Curiosamente, los protagonistas de “Beetlejuice” son, más bien, la pareja de Adam (Baldwin) y Barbara (Davis). Al comenzar la película, los vemos viviendo felices en una casa enorme en las afueras de Connecticut, pero su tranquilidad dura poco. Luego de salir a hacer unas compras, se ven involucrados en un accidente de carro, y mueren inmediatamente. Pero sus almas, en vez de trascender por completo, se quedan en la casa que tanto querían, sin poder salir al exterior, y deambulando sin mayor propósito, o por lo menos, sin saber exactamente qué hacer. Ni siquiera un misterioso manual que encuentran en su sala parece poder ayudarlos.
Las cosas se tornan incluso más graves, además, cuando se muda a su casa una nueva familia. El padre, Charles (Jeffrey Jones) está metido en negocios de bienes raíces; la madre, Delia (Catherine O’Hara) es una terrible escultora, y la hija, la gótica Lydia (Ryder) es la única persona viva capaz de ver a nuestra pareja muerta. Es con su ayuda, de hecho, que estos últimos planean botar a la familia, para que así puedan disfrutar de la casa en paz. Pero cuando eso no parece funcionar, comienzan a considerar llamar a Beetlejuice (o Betelegeuse), interpretado por Keaton, un “bioexorcista” pervertido, excéntrico y poderoso. Es alguien que podría resultar útil, pero que al desatarse, también podría traer consigo toda suerte de problemas.
Lo que más llama la atención —especialmente si es la primera vez que ven la película—, es que el personaje del título no es el foco principal de la historia. De hecho, Keaton aparece por menos de veinte minutos en la película, los cual nos deja con la pareja de Adam y Barbara, la cual, felizmente, cumple un rol protagónico de forma eficiente y entretenida. Baldwin interpreta al primero con entusiasmo y hasta inocencia, y Davis a la segunda siempre sorprendida, reaccionando y actuando con la intención de recuperar su casa. Verlos aprender a ser fantasmas, haciendo trucos y hasta modificando sus rostros para asustar a los nuevos habitantes de su hogar, es de lo más entretenido que tiene “Beetlejuice” para ofrecer.
De hecho, a nivel narrativo, lo más notorio de la película es que la da vuelta a la premisa clásica de una historia de terror sobrenatural —en vez de seguir a personajes vivos siendo acechados por espíritus malignos, estamos siguiendo a los fantasmas, quienes quieren deshacerse de los vivos. Súmenle a eso un “bioexorcista” que no cree en nadie, y “Beetlejuice” se torna rápidamente en una experiencia divertida y que, incluso hasta el día de hoy, se siente sumamente original. Técnicamente, no mucho “sucede” en el filme en cuanto a TRAMA, pero como una película no es únicamente una máquina generadora de trama, eso no es un problema. Los pequeños deleites son lo que cuentan más acá, desde la visión de Burton del más allá, hasta los diferentes trucos que Beetlejuice hace, y por supuesto, escenas icónicas como la del baile al ritmo de la canción «Day-O (The Banana Boat Song)”.
No obstante, quien lógicamente se roba la película es Michael Keaton. Haciendo mucho con poco, y luciendo como una suerte de Guasón medio muerto, con pelos parados y actitud de charlatán, el (ahora) experimentado actor logra otorgarle una personalidad fortísima al personaje, desarrollándolo como un asco total; como un pervertido que se aprovecha de la gente, y que en este caso quiere utilizar a Lydia para regresar al mundo de los vivos. El simple hecho que hacia el final quiera (o necesite) casarse con una niña es algo que posiblemente no sería incluido en una producción contemporánea (y con justísima razón), pero a la vez, nos dice mucho sobre el personaje. Si Beetlejuice destaca, es porque resulta divertido odiarlo, y porque sirve como una excelente contraparte para nuestros protagonistas.
La otra estrella del filme, por otro lado, es el estilo visual tan marcado de Burton. Haciendo uso de efectos especiales de todo tipo —desde maquetas hasta prótesis complejas y criaturas que se mueven gracias a la magia del “stop-motion”—, Burton y su equipo logran otorgarle una identidad visual muy propia a “Beetlejuice”, sin pretender ser realistas en lo absoluto. De hecho, si quisiéramos ser estrictos, muchas imágenes en la película lucen “mal”; pero como tienen tanto encanto y personalidad y se sienten tangibles y hechas a mano, no importa. “Beetlejuice” no es una cinta tradicionalmente realista o verosímil, y por ende, no debería ser evaluada bajo esos parámetros. Lo mejor que pueden hacer al verla, de hecho, es dejarse llevar por el estilo, y tratar de no pensar mucho sobre lo que pasa en pantalla.
Me dio gusto, pues, ver “Beetlejuice” luego de algunos años. La película sigue funcionando, y resulta tan encantadora y atractiva como lo era cuando la veía de chico en los 90s y principios de los 2000s. Michael Keaton es simplemente icónico como el personaje del título, y tanto Ryder como Baldwin, Davis y hasta O’Hara destacan en sus perspectivos roles (mientras menos se diga sobre Jeffrey Jones, mejor; googléenlo, pero con cuidado, por favor). Los efectos especiales son imperfectos pero encantadores, y la visión que Burton tiene del más allá y sus reglas es simplemente hilarante, por más de que no debería hacernos gracia que el Inframundo esté lleno de burócratas y secretarias haciéndonos esperar sentados por años. Solo espero que la secuela, “Beetlejuice Beetlejuice”, no llegue a decepcionar; con tal de que esté al mismo nivel que esta primera (y clásica) entrega, deberíamos quedar más que satisfechos.
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