Me está gustando esta —relativamente— nueva moda de reestrenar en cines ciertas películas por sus aniversarios. Ya sucedió este año con “Star Wars Episodio I: La amenaza fantasma” (por su veinticinco aniversario), y ahora ha pasado con “Harry Potter y el Prisionero de Azkaban” (por su veinte aniversario). No es solo el hecho, además, de que lo estén haciendo con franquicias todavía súper populares, si no también, como en este último caso, con filmes que realmente vale la pena ver en la pantalla grande. Por algo, pues, la secuela dirigida por Alfonso Cuarón es considerada por muchos —incluyendo a su servidor— como la mejor entrega de la saga.
Recuerdo perfectamente cuando vi “Harry Potter y el Prisionero de Azkaban” en el cine. Tenía trece años, e incluso en aquella época me di cuenta de la gran diferencia entre dicha película y sus dos predecesoras. Mientras que los dos primeros filmes dirigidos por Chris Columbus (“Mi pobre angelito”) nos introdujeron al mundo del joven mago de forma cumplidora, estimulando la imaginación de incontables niños y adolescentes (algunos ya fanáticos de los libros, y otros no), la tercera entrega de la saga hizo algo MÁS. No solo se centró en el proceso de maduración de sus hormonales protagonistas, si no que lo hizo de forma extremadamente estilizada, entregándonos una película llena de textura y personalidad y, arriesgándome a utilizar clichés, MAGIA. Es gracias a “Harry Potter y el Prisionero de Azkaban”, pues, que se estableció el tono general de la saga, y que nos dimos cuenta que Cuarón era capaz de dirigir grandes “blockbusters”.
Al comenzar la película, vemos a Harry Potter (Daniel Radcliffe) todavía viviendo en la casa de sus tíos Muggles (gente normal, incapaz de usar magia), intentando practicar sus encantamientos. Pero luego de molestarse con una tía (desagradable y hasta racista) que andaba de visita, e inflarla de casualidad, el joven mago se ve obligado a salir de dicho de lugar, molesto y frustrado. Pero no hay por qué preocuparse: Harry es rescatado por el Bus Nocturno, donde se entera, gracias a su cobrador, de que el Mundo Mágico está pasando por momentos difíciles: el asesino y seguidor de Voldemort, Sirius Black (Gary Oldman) ha escapado de la prisión de Azkaban, y nadie sabe donde está.
Eventualmente, Harry se encuentra con su amigos, Ron Weasley (Rupert Grint) y Hermione Granger (Emma Watson) para ir a Hogwarts. Pero el tren se detiene en medio camino y es abordado por los Dementores; oscuras criaturas capaces de chuparle el alma a cualquiera. Harry, sin embargo, es rescatado por su nuevo profesor de Defensa Contra las Artes Oscuras: Remus Lupin (David Thewlis). Y es así que finalmente llega al Castillo, con ganas de comenzar un nuevo año escolar, pero siempre preocupado por el ya mencionado Sirius quien, encima, parece estar en interesado en encontrarlo. Eventualmente, el trío de magos se entera de la verdad sobre Black, y se ve obligado a utilizar todo tipo de magia para salvar más de una vida.
Cuarón introdujo todo tipo de cambios en “Harry Potter y el Prisionero de Azkaban”. Los más evidentes son los visuales, comenzando por la geografía de Hogwarts y la forma en que es presentado el Mundo Mágico. Mientras que el Castillo y sus alrededores se sentían pulcros, hasta un poco sintéticos en las dos películas anteriores, aquí están llenos de textura y carácter, haciendo énfasis en las locaciones reales de Escocia en las que se grabaron, e incluyendo nuevos lugares, como un campanario, un patio, y hasta una formación rocosa cerca a la cabaña de Hagrid (Robbie Coltrane). “Harry Potter y el Prisionero de Azkaban” representa una suerte de abandono de la inocencia para Harry y sus amigos, y esto se refleja en el trabajo de colorización y la dirección de arte tan precisa del filme.
Adicionalmente, al parecer Cuarón tuvo bastante libertad creativa a la hora de dirigir “Harry Potter y el Prisionero de Azkaban”, lo cual hace que el filme maneje un estilo bien particular, distinto —nuevamente— al de los dos filmes anteriores. Consideren, si no, el uso de planos largos, “travelings” y movimientos precisos de cámara, los cuales resuelven escenas de manera visualmente atractiva, haciendo que el mundo de Harry se sienta más cercano, más verosímil. O el uso del claroscuro, haciendo énfasis en sombras marcadas y siluetas que le dicen al público que están siendo testigos de una historia de matices oscuros, más madura y menos inocente que las narrativas previas de la franquicia.
En general, de hecho, “Harry Potter y el Prisionero de Azkaban” luce MUY bien, haciendo uso de planos secuencia hipnotizantes, y toques estilísticos muy llamativos, los cuales nos meten de lleno en este mundo mágico. Algunos podrían considerar a estas decisiones creativas —fundidos sucios a negro, transiciones a través de ojos, cámaras que atraviesan vidrios y espejos, o que se meten entre los engranajes de grandes relojes— como recursos utilizados de forma gratuita, pero este critico no está de acuerdo. Lo que hacen, más bien, es darle un tono bien de “cuento” a la película, haciendo énfasis en las cualidades fantásticas de la historia, separándola del mundo mundano de los Muggles (o del Mundo Real, si así lo quieren).
En pocas palabras: “Harry Potter y el Prisionero de Azkaban” es una película impecablemente dirigida, que toma ciertos riesgos visuales y narrativos que en su momento no agradaron a ciertos fanáticos, pero que con el tiempo han logrado resaltar del entre tanta propuesta comercial meramente cumplidora. Consideren, si no, el tiempo; un tema recurrente a lo largo de la película, y que es manejado con aplomo por Cuarón. Me encanta la inclusión del Sauce Boxeador (un árbol gigante y violento), por ejemplo, como parte de escenas de transición que nos informan el paso del tiempo, mostrándonos los pasos de una estación a otra. O, por supuesto, el tercer acto, el cual involucra ciertas paradojas temporales que felizmente funcionan muy bien para efectos de esta historia en particular (pero que lamentablemente resultan poco verosímiles en el contexto de la saga en general; pero eso es más culpa de JK Rowling que de Cuarón o el guionista Steve Kloves).
Mención aparte, por supuesto, para la banda sonora de John Williams. El reconocido compositor hizo un excelente trabajo con las primeras dos películas —¿quien no tiene grabado “Hedwig’s Theme” en su cerebro?—, pero es acá donde, aparentemente, tuvo mayor libertad creativa, desarrollando una atmósfera musical verdaderamente memorable. Abandonando un poco el tono fantástico e infantil de sus composiciones anteriores, lo que hace acá es entregarnos temas que suenan, a falta de una mejor descripción, MEDIEVALES, y que combinan muy bien con la nueva textura que Cuarón le ha dado al mundo de Potter. La estética de “Harry Potter y el Prisionero de Azkaban” es, pues, más sucia y detallada e imperfecta que la de los filmes previos, y esto se ve reflejado, también, en la música del maestro John Williams.
Nada de esto quiere decir, por supuesto, que “Harry Potter y el Prisionero de Azkaban” sea una película perfecta. Por más de que Cuarón lo haya dado todo, no se puede negar que, al ser la única cinta en la que Voldemort brilla por su ausencia, “Harry Potter y el Prisionero de Azkaban” se puede llegar a sentir un poco inconsecuente (no completamente, pero ciertamente menos esencial a nivel narrativo que la mayoría de sus contrapartes). Y aunque nadie da una mala actuación, necesariamente, todavía no hemos llegado al punto en el que los jóvenes protagonistas —Radcliffe, Watson y Grint— están completamente cómodos en sus roles, y se nota. Radcliffe, en particular, cuenta con un par de momentos en los que no logra convencer del todo, problema que felizmente comienza a resolverse a partir de la cuarta entrega.
Pero al final del día, todo aquello no es más que una pequeña mancha en una obra por lo demás fascinante. En “Harry Potter y el Prisionero de Azkaban”, Cuarón y su equipo logran elevar una historia emotiva y creativa, convirtiéndola en una experiencia que pocas veces se puede ver como parte de una franquicia millonaria de “blockbusters”. Y no es solo que resulte fascinante a nivel visual o fotográfico. Consideren, si no, la forma en que la cinta lidia con temas como el perdón, la venganza, la etapa hormonal adolescente, o la discriminación (en forma de cierto personaje que tiene que mantener una parte de su vida en secreto, para no ser discriminado por profesores, alumnos o hasta padres de familia). Esto último es particularmente irónico, considerando la manera en que Rowling se comporta hoy en día (como una mujer privilegiada e intolerante, obsesionada con invalidar las experiencia de ciertas minorías). Considerando los temas que tocan tanto sus libros como sus adaptaciones cinematográficas, da pena ver lo bajo que ha caído la millonaria autora.
En fin. Muy aparte de eso, debo decir que me ha dado gusto volver a visitar el Mundo Mágico de Harry Potter, y especialmente a través de esta mágica (¡ahí está esa palabra otra vez!) y estilizada película. Sí, los dos primeros filmes de Columbus fueron un éxito (tanto creativo como financiero) y nos introdujeron a este universo de manera entretenida. Pero es Cuarón el que le otorgó textura, verosimilitud y profundidad temática, estableciendo un tono que se mantuvo hasta la octava entrega de la franquicia. Ha sido todo un deleite, pues, ver “Harry Potter y el Prisionero de Azkaban” en el cine después de veinte años (¡qué bestia!), y darme cuenta que, felizmente —y sin considerar las opciones tan particulares de su autora—, la película ha envejecido bastante bien. Puede que no sea la entrega más espectacular de la saga, pero ciertamente es la más original, libre e hipnótica. Si pueden, vayan a verla antes de que la quiten; seguro que la pasarán igual de bien que Vuestro Servidor.
Avance oficial:
- Mi calificación