La piel más temida

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Las consecuencias de nuestros actos, y la forma en que afectan a quienes nos rodean. De eso trata “La piel más temida” —una película sobre la que mucho se ha dicho y escrito, pero que a final de cuentas, logra conectar con el público gracias al desarrollo de un personaje en particular, y a la manera en que se ve afectada por los actos de su hijo. Es una historia, pues, sobre la humanidad de personajes que tienen que pagar por las terribles decisiones tomadas por otros, y de personajes que intentan ahondar en un pasado turbio, complejo. Es un filme imperfecto —como suele ser la mayoría—, pero que funciona gracias a la mirada tan específica que tiene de un contexto que todavía incomoda (con justa razón) a mucha gente.

La modelo y actriz Juana Burga interpreta a Alejandra, una chica que llega a Cusco desde Suecia para ayudar a su tío, el docente universitario Américo (Lucho Cáceres) a vender la casa de su madre, quien se quedó en Europa. Estando en la ciudad imperial, sin embargo, nuestra protagonista se entera de que su padre, a quien creía muerto, en realidad sigue vivo —pero está en la cárcel. Resulta que era terrorista, y años atrás fue encontrado culpable de una masacre de campesinos, razón por la que fue encerrado. Pero ahora que se encuentra enfermo, tendrá que ser sacado de prisión, lo cual obliga a Alejandra a entablar una relación con su abuela, la humilde Dominga (Maria Luque); una mujer que vive en negación, cuidando de su hijo, y reminisciendo sobre un pasado que nunca regresará.

Es así, pues, que la película nos narra una historia desde la perspectiva de una suerte de “outsider” —una chica que no ha venido al país en más de veinte años, y que está redescubriendo sus orígenes. La casa de su madre, el pueblo de su abuela, y por supuesto, la identidad de un padre al que nunca conoció. En ese sentido, sin embargo, la película no hace un muy buen trabajo metiendo al espectador en la mente de Alejandra. Ella se mantiene como un misterio; como una figura que aparece en un contexto muy distinto a ella, y sobre la que nos enteramos de muy poco. No es que la película haya tenido que revelar todo aspecto de su “backstory”, pero saber un poco más sobre lo que hace por la vida, de dónde viene, qué es lo que quiere, ciertamente hubiese ayudado a enriquecer el personaje.

Porque al final del día, el corazón de “La piel más temida” está en la Dominga de María Luque. Puede que experimentemos la narrativa desde el punto de vista de Alejandra, pero es Dominga quien pasa por los momentos más emotivos de la historia; quien atraviesa por una suerte de arco de personaje, pasando de ser alguien en negación, que poco o nada quiere saber de su nieta, a sufrir (más) por las consecuencias de los actos de su hijo, desarrollando una relación bastante cercana con Alejandra. Luque está simplemente magnífica, dando una interpretación innegablemente natural, que nunca cae en la exageración (ni siquiera en los momentos más dramáticos). Si el espectador llega a sentir algo al ver esta película, es gracias a Luque.

Lamentablemente, no se puede decir lo mismo de Burga. Ahora, no es que la joven modelo dé una actuación terrible —es, más bien, que su trabajo es irregular. Resulta convincente durante los momentos más callados, cuando tiene que actuar con expresiones faciales (destaca un intercambio de miradas que tiene con su terrorista padre, que nos dice mucho más que varias de las escenas previas que protagoniza). Pero es cuando comienza a hablar que el personaje se torna plano, por momentos imposible de interpretar. Obviamente no ayuda que la caracterización no sea la mejor, pero Burga no ayuda, recitando muchas de sus líneas de forma plana, casi “leída”, y mezclándose con el fondo mientras es opacada por Luque, e incluso por Cáceres.

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Este último, de hecho, construye a Américo como una suerte de arquetipo; como un tío divertido, que disfruta un poco mucho del trago, y que intenta ayudar a su sobrina tanto con la venta de la casa, como con sus problemas con el padre y la abuela. Cáceres no es muy convincente como personaje cuzqueño, eso sí, pero para efectos del desarrollo dramático de la historia, se trata de una presencia destacable, que le inyecta energía a escenas que, por lo demás, podrían resultar algo previsibles. Pero es, también, sintomático del mayor problema que tiene “La piel más temida”: es un filme lleno de personajes secundarios muy bien construidos y pensados, e interpretados con convicción, que desgraciadamente terminan por opacar a una protagonista que no resulta muy interesante que digamos.

No obstante, y regresando a lo que se mencionó líneas arriba, “La piel más temida” igual termina siendo una película que debería generar conversación (fuera de ciertas declaraciones absurdas que se han hecho en días recientes). Después de todo, tenemos a una chica que regresa a un contexto que no conoce, intentado buscar unas raíces con las que conecta gradualmente. Pero también a una abuela que no parece estar interesada en aceptar la verdadera naturaleza de su hijo, y que de hecho, en cierto momento, lo disculpa, dando a entender que simplemente “cometió errores”. Lógicamente, no se trata de la vociferación de la opinión del director-guionista Joel Calero, si no más bien de la representación del conflicto interno por el que está pasando Dominga. Por un lado, sabe lo que su hijo hizo, y sabe que es una persona terrible. Pero por otro lado, sigue siendo su hijo, y decide obviar muchas de sus peores características para seguir cuidándolo, incluso hasta el final.

Lo cual no quiere decir que el personaje del hijo terrorista sea humanizado. De hecho, todo lo contrario —es presentado como un ente, como una figura que está ahí, en pantalla, pero que reacciona poco, y que hasta rechaza a su hija hasta el final, nada interesado en conocerla o siquiera conversar con ella. Más bien, lo que “La piel más temida” hace es humanizar a sus seres queridos; a aquellos que tuvieron que sufrir debido a sus horripilantes decisiones, y que todavía están pagando por las consecuencias de sus actos. Es por eso que el personaje de Dominga resulta tan fascinante; porque, como muchos seres humanos, es una persona llena de contradicciones, que puede racionalizar respecto a lo que su hijo hizo, pero que vive en negación, dejándose llevar por las emociones, y más importante, por los pocos recuerdos positivos que tiene de un hombre que evidentemente es incapaz de redimirse.

Independientemente de sus defectos, no se puede negar que “La piel más temida” es una cinta que le permite al espectador reflexionar —sobre la historia de nuestro país, sobre nuestras heridas (todavía) abiertas, y sobre los personajes que la pueblan. Temáticamente hablando, se trata de una experiencia fascinante, vista desde la perspectiva de alguien que recién se está familiarizando con un contexto distinto, en algunos aspectos moderno, pero en otros todavía muy ligado al pasado. Pero a la vez, “La piel más temida” no logra desarrollar a su protagonista de forma convincente, lo cual no es ayudado por el trabajo muy irregular (y por momentos bastante plano) de Juana Burga. El producto final es, pues, mixto, pero igual recomendable para quienes estén buscado una cinta madura, de buena factura técnica, que no debería resultar controvertida para ningún espectador sensato y con criterio.

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