Basada en la historia real de la Madre Francesca Cabrini, “Cabrini” nos narra una serie de eventos innegablemente fascinantes, desarrollando a su protagonista como una mujer abnegada, necia, capaz de hacer literalmente cualquier cosa que tenga en mente. Se trata, pues, de un drama impecablemente actuado y sorprendentemente bien hecho —sorprendente, porque el director y coguionista de “Cabrini” es Alejandro Monteverde, quien el año pasado nos trajo la infame y manipuladora “Sonido de libertad”. “Cabrini” es, felizmente, infinitamente superior a su anterior esfuerzo, demostrando así que Monteverde era capaz de dirigir una buena película, siempre y cuando enfatizara la narrativa por sobre la propaganda manipuladora religiosa y controversias innecesarias (e inventadas).
La película se lleva a cabo a finales del siglo diecinueve, y tiene como protagonista, lógicamente, a la Madre Cabrini de Christiana Dell’Anna (intensa, hipnotizante). Al comenzar la historia, la vemos trabajando en un convento en la Italia rural, pero ella tiene planes más grandes. De hecho, logra reunirse con el Papa Leo XIII (Giancarlo Gianini) en el Vaticano, a quien le cuenta sobre su ambición de abrir toda una red de orfanatos y hospitales para los más necesitados en Asia. Un plan formidable, el cual, sin embargo, le dicen no es viable. Cabrini no se rinde, no obstante, así que el Papa le dice que puede ir a Nueva York a ayudar, con un plan similar, a los inmigrantes italianos que viven en la más extrema pobreza en el barrio de Five Points.
Es así que Cabrini viaja a América junto a un grupo de monjas amigas, y rápidamente se reúne con el Arzobispo local, Michael Corrigan (David Morse). Este trata de detenerla, pero nuestra protagonista logra convencerlo, y eventualmente logra establecer un orfanato en el barrio ya mencionado. Es así que la película nos va mostrando el trabajo de Francesca en Nueva York, ayudando a los niños pobres, abriendo locales cada vez más grandes para acogerlos, e incluso haciéndose amiga de inmigrantes poco considerados, como una trabajadora sexual llamada Vittoria (Romana Maggiora Vergano). Poco a poco, uno se va dando cuenta de lo valiente y aguerrida que es Cabrini, pero también de que se encuentra motivada por el poco tiempo que le queda (supuestamente) en este mundo.
Al comenzar la película, tenía miedo de que, al igual que “Sueños de libertad”, “Cabrini” no fuese más que propaganda pura; manipuladora y melodramática. Felizmente, ese no es el caso. La decisión, por ejemplo, de mostrarnos solo una etapa de la vida de Cabrini es lógica; de esa manera, el filme nos puede contar sobre sus ambiciones y acciones sin mayor apuro, desarrollado a su protagonista de forma realista, e incluyendo interacciones con personajes secundarios que, a pesar de ser algo arquetípicos, al menos son mostrados con compasión. Sí, la mayoría están ahí para servir de apoyo a Francesca, o para decirnos algo nuevo sobre ella, pero dentro de sus caracterización, tiene todo el sentido del mundo que nuestra protagonista se rodee y se encariñe de la gente menos favorecida de la ciudad.
En lo que se refiere a los antagonistas, además, la cinta hace algo interesante. Por un lado, tenemos al ya mencionado Arzobispo Corrigan quien, en vez de ser presentado como un villano, más bien tiene un rol algo neutro en la historia. Inicialmente, no quiere ayudar a Francesca, pero poco a poco se va dando cuenta de lo que quiere hacer, y la ayuda ocasionalmente… siempre respetando las reglas de la ciudad, y especialmente aquellas impuestas por el alcalde, Gould (John Lithgow). Y sí; Gould es el VERDADERO villano de la historia, interpretado por el experimentado actor como un hombre egoísta y discriminador, que en realidad solo piensa en sus propias ambiciones políticas, tratando de mantener el Status Quo sin fastidiar a aquellos que, como él, cuentan con poder y privilegios. El contraste entre ambas fuerzas antagónicas, pues, no deja de ser interesante.
Pero lo más sorprendente de “Cabrini” es lo mal parada que deja a la Iglesia. La madre Cabrini trabaja prácticamente sola durante toda la película, recibiendo ayuda muy ocasionalmente por parte del Papa o del Arzobispo, quienes en realidad se pasan buena parte de la historia diciéndole que No. La Iglesia, pues, es mostrada como una institución extremadamente fallida, en donde la burocracia y la ineficacia es lo más notable, y en donde los líderes parecen no estar muy interesados que digamos en ayudar a quienes más lo necesitan. En ese sentido, Cabrini es como una brisa de aire fresco; una mujer dispuesta a irrumpir en toda esta maquinaria burocrática para ayudar de VERDAD a la gente.
Evidentemente, la protagonista es presentada prácticamente como una santa (y de hecho, fue beatificada en la vida real), pero felizmente cuenta con momentos de flaqueza o de duda, como para humanizarla aunque sea un poco. Y en términos generales, me gustó como la película hace uso de los roles de género de la época para explicar la poca fe (ja) que la gente de la Iglesia tenía en Cabrini; resulta absurdamente frustrante, por ejemplo, cuando el Alcalde le dice, a modo de cumplido, que ella “hubiera podido ser un excelente hombre”. Por otro lado, los temas relacionados a cómo los inmigrantes son tratados en los Estados Unidos; a cómo son discriminados e insultados, no podrían ser más relevantes hoy en día. Mucho ha cambiado para bien en los últimos ciento veinte años, pero lamentablemente, muchas otras cosas siguen iguales.
Como se dio a entender líneas arriba, Christiana Dell’Anna está excelente como Cabrini. Interpreta a la frágil monja como una mujer decidida, incapaz de aceptar un No como respuesta, y casi obsesionada como utilizar todo el tiempo que le queda en la Tierra para trabajar a favor de otras personas. Como Corrigan, David Morse da una interpretación suficientemente ambigua; no desarrolla al Arzobispo ni como héroe ni como villano, si no más bien como alguien que se ve obligado la mayor parte del tiempo a obedecer las reglas. Romana Maggiora Vergano destaca como Vittoria; el gran Giancarlo Gianini es creíble como el Papa, y John Lithgow es de lo más odioso como el Alcalde ya mencionado.
“Cabrini” me sorprendió gratamente. Sin llegar a ser una obra maestra, lo que nos entrega es una historia creíble y emotiva sobre una mujer que peleó en contra de la gente, los roles de género, la discriminación y sus propias enfermedades, para hacer algo de bien en este mundo. Las actuaciones son todas de muy buen nivel, la recreación de la época es prácticamente perfecta (solo noté un par de “glitches” de efectos visuales en un plano general de Nueva York; pero no es nada que llegase a malograr la ilusión), y la historia es narrada con suficiente convicción y seriedad, como para afectar emocionalmente al espectador más cínico que pueda estar en el cine. ¡Quién lo diría! El director de “Sonido de libertad” era capaz de hacer una BUENA película. Sorprendido (y alegre) me encuentro.
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