Babylon

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“Babylon” es una excelente película de dos horas o dos horas y media, atrapada en una experiencia agotadora de poco más de tres horas de duración. Así como “La La Land” fue una carta de amor a los musicales y a las películas clásicas de Hollywood, “Babylon”, del mismo director, Damien Chazelle, es una propuesta que también tiene mucho que decir sobre la era dorada de Hollywood, pero que más bien maneja un tono cínico, exagerado y por momentos asqueroso. No exagero al decir que no es una película para todo el mundo: durante los primeros minutos, uno ve imágenes de heces, lluvias doradas (no lo googleen) y orgías… y eso no es todo lo que “Babylon” tiene para ofrecer. Los débiles de estómago mejor vayan a ver otra cosa.

Pero como se deben estar imaginando, todas aquellas imágenes tienen un propósito. Lo que Chazelle parece estar diciendo, es que los actores, productores y directores de Hollywood de los años veinte eran unos enfermos; personas que no sabían qué hacer con su dinero, y que por ende lo gastaban en enormes fiestas llenas de sexo, drogas y todo tipo de fluidos corporales. Y no se limitaban únicamente a su entretenimiento personal —resulta hilarante, por ejemplo, ver cómo los personajes participan de un set de rodaje increíblemente caótico, lleno de extras heridos, muertos (¡!), incendios, y niños (¡¡!!) que le compran drogas a dealers. No estoy diciendo que los sets de rodaje contemporáneos sean del todo inocentes, pero lo que Chazelle nos muestra con “Babylon” está en otro nivel.

Pero nuevamente: es parte de la propuesta de la película. Porque “Babylon” comienza en los años 20 y termina en los 30, con un prólogo en los 50. El punto es enseñarnos como esta generación de actores y cineastas tuvo que pasar del cine mudo al cine sonoro, adaptándose a una nueva realidad, controlada por el infame Código Hayes, que no les permitía tener la misma vida —desenfrenada, descontrolada— que cuando eran más jóvenes. Es, pues, una película sobre cambios, sobre censura y sobre gente que no sabe cómo manejar la fama y el caos de sus vidas. Tiene sentido, entonces, que Chazelle comience “Babylon” con una secuencia de festejo y orgía francamente impresionante, en donde incluso llega a utilizar un plano secuencia para llevarnos de la mano a través de una mansión, pasando cerca a gente desnuda, invitados teniendo sexo, y animales fuera de control.

Nuevamente: no es para todo el mundo.

Y de hecho, para alguien que disfrutó de la experiencia, como vuestro servidor, igual se puede sentir como mucho. “Babylon” cuenta con como cinco finales distintos, poniendo en evidencia que Chazelle tuvo problemas a la hora de decidir cómo concluir su epopeya. Es durante los últimos treinta minutos —y especialmente durante el ya mencionado epílogo en los años 50—, de hecho, que uno se comienza a cansar. El desenfreno, la exageración, la violencia, el sexo y las heces lo comienzan a entumecer a uno. “Ya entendimos el punto”, comienza a pensar uno. Y aunque da gusto ver a Tobey Maguire —quien da una excelente y perturbadora actuación, dicho sea de paso—, su personaje llega demasiado tarde, cuando uno ya comienza a revisar su reloj, pensando en lo tarde que llegará a casa, y en que tendrá que levantarse temprano al día siguiente para trabajar.

¿Pero qué hay de la trama? Los protagonistas de “Babylon” son Nellie La Roy (una desencadenada Margot Robbie) y Manuel Torres (Diego Calva, una revelación). Ella es una aspirante a actriz que, gracias a una feliz coincidencia, logra convertirse en la estrella de Hollywood que siempre quizo ser. Y él es un inmigrante mexicano que, por gracia del destino, comienza a trabajar tras bambalinas, primero para la estrella de Hollywood Jack Conrad (Brad Pitt), y luego como un ejecutivo de un estudio importante. Es a través de estos personajes que vamos conociendo cómo, supuestamente, funcionaba el Hollywood clásico de los “Roarin’ 20s”, y cómo luego tuvo que cambiar debido al estreno de “El cantante de Jazz”, y la introducción del Código Hays.

Lo cual, por supuesto, no quiere decir que “Babylon” carezca de más personajes. De hecho, el reparto de la película es tan masivo, que cuenta con actores que, en una producción distinta, hubieran podido ser más importantes, o hasta los protagonistas. Olivia Wilde tiene un cameo al inicio de la película; Jeff Garlin aparece de cuando en cuando; Samara Weaving es incluida, básicamente, con una suerte de chiste interno (haciendo referencia a que ella y Margot Robbie son muy parecidas); Katherine Waterston tiene como cuatro líneas de diálogo, y Lewis Tan aparece de extra. Se nota que medio Hollywood se moría por trabajar con Chazelle, y por ende estaban dispuestos a tener roles muy pequeños, con tal de participar en la producción.

Lo cual, francamente, ayuda mucho a la mitología de la película: a hacernos sentir que estamos dentro de Hollywood, dentro de un ambiente en el que veríamos a actores y actrices famosas muy brevemente, sin generar un gran impacto en la trama. De hecho, todo lo relacionado a la recreación de los años 20 y 30 es simplemente magnífico. Desde el vestuario hasta el diseño de producción, y por supuesto, el uso de locaciones reales, “Babylon” luce simplemente increíble. Se trata, pues, de una producción enorme y potencialmente caótica, que es muy bien manejada por Chazelle, un cineasta relativamente joven que rápidamente ha logrado demostrar tener el talento suficiente como para encargarse de cualquier tipo de proyecto.

No obstante, no me cansaré de decirlo: “Babylon” no es para todo el mundo. Como ya se mencionó, es demasiado larga, y cuenta con problemas de ritmo, especialmente durante los últimos treinta minutos de historia. Y para muchos, resultará complicado empatizar con los personajes, especialmente aquellos que realmente se meten en la inmundicia de Hollywood. Es por eso que el último final (valga la redundancia) de la película se siente poco genuino. Luego de adentrarnos en la basura; en las heces y el sexo y la muerte y la sangre, Chazelle concluye “Babylon” con una suerte de homenaje al Hollywood contemporáneo (lo cual ya ha generado un sinfín de memes y burlas en portales como Twitter). No funciona, y más bien se siente como un final más que muy bien hubiera podido ser eliminado de la película.

Y sin embargo, hay algo verdaderamente hipnotizante en “Babylon”. Puede que sea una película fallida, demasiado larga y ambiciosa y desagradable, con problemas de ritmo… pero tampoco se puede negar que contiene algunos de los momentos más memorables, graciosos y espectaculares que puedan ver este año en la pantalla grande. Destacan el rodaje de una película épica en el desierto (Spike Jonze interpreta al director, un alemán caricaturesco y demente); la primera experiencia de Nellie frente a cámaras; el intento por parte de un equipo cinematográfico de grabar una película sonora por primera vez; y el discurso que le da la periodista Elinor St. John (Jean Smart) al Jack Conrad de Brad Pitt. Son todas secuencias magistrales, rodeadas de momentos un poco menos destacables.

Es así, pues, que “Babylon” termina convirtiéndose en una experiencia que DEBE ser tenida en una sala de cine, pero que a la vez, no será disfrutada por todo el mundo. Quienes estén dispuestos a aguantar diversas escenas de decadencia, que nos piden que nos adentremos en un mundo desagradable y sin límites, se encontrarán con una filme que tiene mucho que decir sobre la manera en que la fama afecta a las personas, y en cómo se empecinan a encontrar algo que los puedan llenar, que pueda mejorar sus vidas. Pero es precisamente eso, ese enfoque en lo asqueroso y patético, lo que termina por afectar negativamente el desenlace de la película. Protagonizada por un increíble elenco en su mejor momento, “Babylon” es un poco de todo: chocante, esperanzadora, deprimente y sí… extensa. Una propuesta arriesgada que de todas formas da gusto ver en el cine.

Avance oficial:

70%
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