Puede que no lo parezca al inicio, pero “Nitram” es una película sobre el peligro de la fácil accesibilidad a las armas. Lo ha dicho el mismo guionista, Shaun Grant, y al terminar la película, es sencillo darse cuenta de por qué. Pero también es una película que nos adentra en uno de los sucesos más trágicos de la historia de Australia —un tiroteo masivo tan fuerte y tan recordado, de hecho, que “Nitram” terminó causando mucha controversia en Tasmania, haciendo que muchos de los familiares de los fallecidos y heridos se quejen, y que las figuras gubernamentales de la isla de desliguen de la producción. Habiendo visto la película, no es difícil darse cuenta de por qué.
Pero también vale la pena mencionar que, siendo alguien muy ajeno a estas circunstancias, y que no podría estar más alejado —tanto física como culturalmente— de Australia, no sentí a “Nitram” como una experiencia explotadora. De hecho, me sorprendió la manera en que nos permite entender —hasta cierto punto— al personaje del título, el joven asesino inspirado en la figura real, pero que acá es nombrado Nitram (Caleb Landry Jones) como una suerte de insulto al criminal. Es como si el director Justin Kurzel (“True History of the Kelly Gang”, “Snowtown”) le estuviese diciendo: “ni siquiera mereces que mencionemos tu nombre; es más, lo pondremos al revés”. Nos muestra a este hombre, trastornado y carente de habilidades sociales, pero nunca nos pide que empaticemos con él.
Lo cual está muy bien, considerando que el mismo Nitram parece carecer de empatía. Algún tipo de relación tiene con sus padres (Anthony LaPaglia y Judy Davis), pero es una que carece de cariño o ternura. La madre parece haber tirado la toalla; se le ve cansada todo el tiempo, como si lidiar con su hijo fuese todo un trabajo de por sí. Y el padre es un hombre carente de actitud o fortaleza, incapaz de controlar a un joven que, a pesar de estar pasando por un tratamiento psiquiátrico y estar medicado, no puede comportarse de manera adecuada en casi ninguna circunstancia. En vez de empatía, tiene ira. En vez de ternura, actúa con violencia. Y aunque parece querer, hasta cierto punto, pertenecer a la sociedad en la que le ha tocado vivir, siempre termina por rechazarla (y por ende, ella también a él).
Hasta que conoce a Helen (Essie Davis) una señora aparentemente millonaria que no tiene nada mejor que hacer que “adoptar” a este perturbado chico. Es en su casa donde Nitram encuentra un poco de atención —y recibe todo tipo de regalos, incluyendo un carro—, pero nada de eso es suficiente. Eventualmente, su relación se desmorona, y el joven se queda viviendo solo en la casa, rodeado de todos los perros a los que quería tanto la señora. Como todo en su vida, el joven termina destruyendo una relación con potencial —su ira y su irresponsabilidad y su madurez incontrolable no le permiten entablar conexiones verdaderas con otras personas. Solo relaciones fugaces, violentas.
Y nada de esto, como se dio a entender líneas arriba, se siente como una justificación. Si algo está diciendo la película, más bien, es que una persona como esta no debería tener acceso a las armas de fuego. Quizás la escena más escalofriante de “Nitram” es una situada en una tienda de armas. El chico llega de lo más casual, sin dar demasiadas explicaciones, y al contar con suficiente dinero, simplemente le venden un rifle y una metralleta. El que no tenga una licencia no importa —con tal de que no registre la compra de las armas, no pasa nada. Todo es presentado como una transacción completamente normal, como si Nitram estuviese comprado caramelos, y no armas para matar. Los estereotipos nos dirían que algo así solo podría pasar en los Estados Unidos, pero lo que Kurzel nos dicen, más bien, es que esto también puede pasar en otros países del mundo. Por más que la historia se lleve a cabo en 1996, es un mensaje tristemente relevante y horroroso.
Lo cual nos lleva, evidentemente, al clímax de la película. Felizmente Kurzel toma la decisión de mostrarnos la matanza en la que se involucra Nitram desde lejos, escondiendo estos terribles sucesos detrás de paredes o ventanas, o dejando la cámara en el interior de un carro. De hecho, a pesar de haber dejado que la tensión crezca hasta este momento, no decide dedicarle mucho tiempo. Es lo casual de la presentación de la situación —así como lo casual de la compra de las armas— lo que verdaderamente da miedo. El que haya sido tan fácil matar a estas personas; el que haya sido tan fácil darle armas a un joven perturbado, y el que sea tan común conocer a gente que crea que todo el mundo debería poder comprar armas de fuego.
El texano Caleb Landry Jones ganó el premio a Mejor Actor en el Festival de Cannes del 2021 por este papel, y con justa razón. Lo que nos entrega acá es una actuación sobria y verosímil, haciendo uso de un sólido acento australiano, y comportándose no como la caricatura de un joven con problemas mentales, si no más bien como un ser humano claramente perturbado; imprevisible e intimidante. Es una interpretación potente que nunca invita a la empatía, si no que más bien mantiene al espectador al margen, viendo estos sucesos desde lejos, asustado por las actitudes del personaje. Por su parte, el reparto secundario está, también, espectacular. Destacan Judy Davis como la Madre (siempre preocupada y cansada), Anthony LaPaglia como el Padre (débil, tímido y depresivo), y la gran Essie Davis como Helen (demasiado inocente para haber congeniado con Nitram).
Al igual que la película anterior de Kurzel, “True History of the Kelly Gang”, “Nitram” no es para todo el mundo. El tono es pausado pero opresivo, acumulando de manera gradual una tensión que es liberada brevemente durante los últimos minutos de metraje. Y puede que el tema en sí se sienta demasiado cercano, demasiado vivo, para ciertos espectadores (ciertamente lo fue para mucha gente en Tasmania, lo cual es totalmente entendible). Pero para vuestro servidor, “Nitram” nunca se sintió como una experiencia explotadora o gratuitamente violenta.
Más bien, lo que tenemos acá es un filme que no podría estar más en contra de las armas de fuego; una historia cuya moraleja tiene que ver más con el control de las armas, que con temas relacionados a la salud mental, por dar un ejemplo. De hecho, “Nitram” culmina de manera deprimentemente real, con un mensaje que nos cuenta que, luego de esta masacre, se aprobó una ley de armas de fuego en Australia… pero que a pesar de eso, hoy en día hay más armas de fuego en el país que en 1996. Leyes que se aprueban, pero que desgraciadamente, no resultan eficientes, y que no ayudarán a evitar que matanzas como estas se vuelvan a llevar a cabo.
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