Lo crean o no, han pasado trece años desde el estreno de “Avatar” —desde que James Cameron revolucionó el mundo del cine comercial con su nueva tecnología de 3D digital, y desde que demostró que se podía estrenar un blockbuster de ciencia ficción completamente original (quizás no tanto en lo que se refiere a sus influencias, si no más bien considerando que no era parte de una franquicia ya existente), convirtiéndolo en el filme más exitoso de la historia. Como siempre digo; nunca subestimen a James Cameron. Hay gente que lo hace cada vez que está a punto de estrenar una película nueva, y siempre terminan comiéndose sus palabras.
Lo mismo, evidentemente, se puede decir sobre el estreno inminente de la primera secuela (¡de cuatro!) de “Avatar”. Mucha gente estaba diciendo ya en redes sociales que su predecesora no había causado impacto alguno en la cultura popular; que nadie recuerda los nombres de los personajes, o que Cameron se ha demorado demasiado en sacar una nueva entrega. Y sin embargo, como para callar a estos quejones, 20th Century Studios decidió reestrenar la película en cines con una nueva copia en 4K… lo cual, para sorpresa de nadie, ha terminado siendo un éxito. No solo es cuestión de no subestimar a Cameron; tampoco hay que subestimar lo mucho que la gente disfruta de la primera “Avatar”.
Pero ahora que la he visto trece años después de su estreno… ¿qué se puede decir de la película? ¿Qué se puede decir fuera de lo influyente que ha sido en el mundo de los blockbusters de grandes efectos especiales? ¿Qué se puede decir fuera de la manera en que popularizó el 3D, aunque sea temporalmente? Y más importante: ¿qué se puede decir fuera de las bromas y memes que se han hecho a lo largo de los años, en donde comparan a “Avatar” con “Pocahontas” y “Danza con lobos” y otras historias tipo white saviour y de romances imposibles? Pues resulta que bastante.
Porque, por más de que “Avatar” no nos presente la trama más original del mundo, igual sigue funcionando brillantemente como un blockbuster visualmente impresionante y por momentos emotivo. Nadie debería dudar a estas alturas del partido que Cameron es un maestro en su rubro, y películas como “Avatar” lo demuestran. Sí, los mensajes ecologistas son transmitidos con la sutileza de un taladro. Y sí, buena parte del diálogo resulta algo absurdo y cursi. Pero en términos generales, “Avatar” logra hipnotizar al espectador con la espectacularidad de su propuesta, adentrándonos en un mundo que nunca antes habíamos visto —al menos no de esta manera—, y permitiéndonos relacionarlos con sus personajes, tanto los humanos, como los alienígenas. Es algo que seguramente mucha gente toma por sentado hoy en día, pero que hasta a las películas más populares de Marvel les cuesta hacer.
El protagonista de “Avatar” es Jake Sully (Sam Worthington), un ex-soldado parapléjico que es enviado al planeta de Pandora, sustituyendo a su hermano gemelo científico recién fallecido. Al tener el mismo ADN que él, lo puede reemplazar para el programa de Avatars, metiendo su consciencia en el cuerpo de un alienígena local, llamado Na’vi. Pero al llegar, no recibe la bienvenida que esperaba. La doctora Grace Augustine (Sigourney Weaver) no confía mucho en el, y el coronel Miles Quaritch (Stephen Lang) lo quiere usar como doble agente, adentrándolo en la sociedad Na’vi para que se gane su confianza, y los humanos puedan minar y hacerse de un valiosísimo metal llamado Unobtanium.
Pero como suele pasar en esta clase de historias, el inicialmente cínico Jake es suavizado por los Na’vi, y específicamente por Neytiri (Zoe Saldaña), una poderosa guerrera que le enseña a cazar y vivir como ellos. Es gracias a ella, y a sus amigos científicos, que Jake se da cuenta de la muerte y destrucción que los humanos están a punto de causar en Pandora, empecinados en destruir el árbol gigante (y sagrado) en el que vive esta particular tribu de Na’vi. Es así, pues, que nuestro protagonista termina cambiando de bando, intentando alertar a sus nuevos amigos de la guerra que se avecina con sus desconsiderados invasores.
Nuevamente; la narrativa no es la más original del mundo. Mezclando imágenes que seguramente nos recordarán a las noticias que uno (lamentablemente) ve con frecuencia en relación a la selva amazónica, con un romance imposible que parece haber sido extraído directamente de “Titanic”, Cameron no se hace demasiados problemas con la historia de “Avatar”. Lo que más le interesa, más bien, es desarrollar el mundo de Pandora, presentándolo como un planeta absolutamente verosímil, en donde todo árbol, planta, criatura, alienígena y aparato ha sido diseñado con cuidado y empeño, como para adentrar al espectador en un lugar que no existe, pero que, a falta de una mejor expresión, se siente real.
Y no es que “Avatar” sea la primer película mayoritariamente sintética que se haya hecho. Pero lo que Cameron logró, fue desarrollar un mundo completamente digital que, fuera de uno que otro plano, luce completamente realista. Mezclando técnicas de captura de movimiento, con locaciones diseñadas y renderizadas en computadoras, y sus actores de carne y hueso y uno que otro set real, Cameron logra crear una historia que se lleva a cabo en un contexto creíble y familiar, y en un planeta que, a pesar de contener criaturas y plantas y aliens que jamás podrían existir, nunca se llega a sentir completamente fantástico. Es un logro impresionante, que trece años después del estreno de “Avatar”, no ha envejecido para nada.
Después de todo —y como ya se ha establecido—, Cameron se toma su tiempo, y eso hace toda la diferencia del mundo. Mientras que otros blockbusters fantásticos o de ciencia ficción se hacen en dos o tres años, Cameron se puede tomar el lujo de demorarse todo lo que tenga que demorarse en producir sus películas, y eso resulta en efectos visuales que funcionan tan bien hoy como lo hicieron años atrás, y un trabajo artístico inmensamente detallado y creíble. Evidentemente esto dice más sobre los privilegios con los que cuenta Cameron que sobre el trabajo de otros cineastas, pero uno simplemente no puede argumentar en contra de los resultados. Es casi —casi— como si ninguna película, sin importar que compleja o sencilla sea, debiese ser hecha a la apurada.
Por otro lado, a pesar de que muchos de los personajes en “Avatar” son arquetipos, el reparto entero se esfuerza por darles una dimensión adicional. Sí, Sam Worthington no es el mejor actor de acción del mundo, pero al menos logra desarrollar el arco de Jake de manera verosímil, pasando de ser un soldado cínico y ensimismado, a alguien que realmente logra relacionarse con gente diferente a él. Y Sigourney Weaver le inyecta autoridad y carisma a Grace, un personaje potencialmente estereotípico. Pero quien realmente destaca es Zoe Saldaña. La actriz de “Guardianes de la Galaxia” se esfuerza por convertir a Neytiri en un personaje igual de real que sus contrapartes humanas —uno se olvida casi inmediatamente que está viendo una representación digital de Saldaña muy distinta al ser humano real, considerándola más bien como un personaje complejo y con motivaciones propias.
Los antagonistas, por su parte, son un poco menos tridimensionales, pero no menos entretenidos. Stephen Lang interpreta a Quaritch como un villano formidable —como un hombre extremadamente rudo, capaz de salir a la atmósfera de Pandora, aguantándose la respiración, como si fuese un día más de trabajo. El Parker Selfridge (“Selfridge”… sí, como “selfish” (egoísta) en inglés… ¡les dije que Cameron no estaba siendo sutil!) de Giovanni Ribisi es apropiadamente desesperante, y el Lyle “Get Some!” Wainfleet de Matt Gerald destaca de entre todos los humanos matones. CCH Pounder, Wes Studi (como los líderes de la tribu Na’vi) y Joel David Moore (como uno de los científicos que trabajan con Grace) convencen en roles un poco más pequeños, pero no menos importantes.
“Avatar” es una película que, en su momento, fue considerada por muchos como un mero demo técnico, que demostró que era posible crear mundos totalmente digitales y verosímiles, y que puso de moda nuevamente (y por tiempo limitado) al 3D en los cines. Trece años después del estreno original, sin embargo, la película demuestra ser, todavía, un blockbuster excepcional, que aprovecha al máximo una narrativa simplona y previsible, para desarrollar una experiencia visualmente espectacular y hasta emotiva, que debe ser tenida en el cine. Este reestreno, además, viene acompañado por una escena inédita de “Avatar: el sentido del agua”… que luce incluso mejor que su predecesora (para sorpresa de nadie). En serio, no subestimemos a James Cameron. Es una lección que hace rato deberíamos haber aprendido.
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