Después de que su estreno haya sido atrasado múltiples veces (tanto debido a la pandemia por el Covid-19, como a la compra de 20th Century Fox (ahora 20th Century Studios) por parte de Disney), por fin podemos disfrutar de “The King’s Man: El Origen” en los cines. Una precuela de las películas de “Kingsman” protagonizadas por Colin Firth y Taron Egerton, lo que tenemos acá es un filme que, a grandes rasgos, funciona de manera independiente, pero que trae consigo tonos muy distintos los unos de los otros, lo cual puede resultar en una experiencia confusa y hasta por momentos frustrante. De hecho, hasta se podría argumentar que mucha de la creatividad que convirtió a las otras películas en éxitos rotundos, brilla acá por su ausencia.
Lo cual no quiere decir que “The King’s Man: El Origen” esté mal dirigida, ni mucho menos. El estilo de Matthew Vaughn se hace evidente, todavía, en algunas secuencias —el problema es que no aparece con suficiente frecuencia, haciendo que tanto los fanáticos de las dos cintas anteriores, como aquellos que estén buscando una experiencia enérgica y violenta, queden algo decepcionados. Es casi como si Vaughn haya estado con la idea de producir dos películas muy distintas —una alocada, políticamente incorrecta e hiperactiva, y la otra más seria y socialmente consciente—, y simplemente haya decidido combinarlas. El resultado final, lógicamente, no es del todo convincente.
“The King’s Man: El Origen” se lleva a cabo a principios del siglo pasado, durante los primeros años de la Primera Guerra Mundial. Nuestro protagonista es Orlando, el Duque de Oxford (el siempre excelente Ralph Fiennes), quien luego de haber participado de conflictos violentos y haber sufrido la muerte de su querida esposa, Emily (Alexandra Maria Lara, totalmente desperdiciada), se ha convertido en un pacifista. Aquella actitud será difícil de conservar, sin embargo, considerando el conflicto que se está llevando a cabo entre el Reino Unido, Alemania y Rusia. Es así que su amigo, Kitchener (Charles Dance) le pide su ayuda, lo cual motiva al hijo de Orlando, Conrad (Harris Dickinson) a meterse al ejército, con lo que el padre no está de acuerdo.
Pero siendo “The King’s Man: El Origen” una película de Matthew Vaughn, era de esperarse que la premisa no se ciña completamente a la historia que todos conocemos de la Primera Guerra Mundial. De hecho, parte de la trama se concentra en una Misteriosa Figura de Acento Escocés, quien parece ser una suerte de titiritero, controlando a muchos de los líderes mundiales —incluyendo al Rey Jorge de Inglaterra, al Kaiser Wilhelm de Alemania, y al Tsar Nicolás de Rusia, todos interpretados por Tom Hollander— para que sigan con la Guerra. Evidentemente, las implicaciones no serán del agrado de los historiadores en el público, pero tampoco es que la película se mofe de los eventos reales, o incluya invenciones demasiado exageradas, como en una película de Quentin Tarantino.
Mientras que las dos películas anteriores de la franquicia contaban con narrativas relativamente sencillas y directas, con “The King’s Man: El Origen”, Vaughn ha decidido enredarse un poco, entreverando eventos reales y personajes que vivieron hace más de cien años, con elementos ficticios, o en algunos casos, basados en mitos y leyendas. Consideren a Rasputín, si no, interpretado en la película por Rhys Ifans —la versión del personaje con la que nos encontramos acá es exagerada y muy divertida, un místico con poderes mágicos que, además, es un experto en el ballet y las artes marciales, combinándolas de manera exquisita en una secuencia de pelea con Orlando y Conrad. No es una exageración decir que el Rasputín de Ifans es lo mejor que tiene la película para ofrecer.
Es una pena, entonces, que dicho antagonista no tenga demasiado qué hacer —de hecho, no aparece por mucho tiempo, lo cual le resta bastante energía e interés a la narrativa. El resto de personajes, desde el aburrido Conrad, hasta los villanos poco memorables, no hacen mucho por atraer la atención del espectador. Y la revelación final, por más de que esté incluida durante un clímax suficientemente emocionante, carece de punche, y hasta se podría considerar algo previsible (el amigo con el que fui a ver la película, de hecho, la adivinó antes de tiempo). “The King’s Man: El Origen” es un filme innecesariamente enredado y sin embargo carente de sorpresas, lo cual es algo que no se podía decir de sus predecesores, curiosamente.
No ayuda, además, que —como se ha mencionado ya—, tenga una problema de identidad. “The King’s Man: El Origen” está claramente dividida en tres secciones: El primer acto es absurdo y exagerado, lleno de combates bien coreografiados, donde resalta el ya mencionado Rasputín de Rhys Ifans. El segundo acto, en cambio, es increíblemente solemne y serio, y hasta intenta conectar emocionalmente con el espectador, lo cual no funciona del todo (y nuevamente: es súper deprimente, especialmente en comparación a lo que vino antes). Y el tercer acto, finalmente, se siente más como un filme tradicional de acción, protagonizado casi enteramente por el Orlando de Ralph Fiennes. Estos choques de tonos y de objetivos hacen que “The King’s Man: El Origen” se sienta como una experiencia errática.
Si sueno muy negativo, es porque “The King’s Man: El Origen” comete varios errores que sus predecesores, a pesar de ser muy fallidos (la primera película, por ejemplo, me sigue pareciendo entretenida e intensa, pero a la vez, algo desagradable e innecesariamente machista), lograron evitar. Es así que el producto final, a pesar de ser innegablemente divertido y contar con secuencias de pelea muy bien dirigidas, no termina de convencer —trata de hacer demasiado cosas a la vez, y por ende, no logra hacer bien ninguna de ellas. Súmenle a eso la carencia de la energía y panaché que caracterizaban a las otras películas, y “The King’s Man: El Origen” se convierte en una cinta para pasar el rato… pero nada más. Lo mejor que pueden hacer, de hecho, es ir a verla sin muchas expectativas; de lo contrario, puede que no la pasen tan bien.
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