Retrato de una mujer en llamas

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Una mirada puede ser interpretada de diferentes maneras, especialmente en un medio tan visual como el cine. Tenemos la mirada del director —¿Dónde pone la cámara? ¿Hacia dónde apunta? ¿Por cuánto tiempo se queda en una posición determinada, hasta cambiar a otro ángulo?— pero también la mirada de los personajes —quiénes miran y quiénes no; por cuánto tiempo y por qué. El cine puede resumirse, de hecho, como una serie de diferentes perspectivas —la perspectiva de quienes hacen cine, pero también de quienes lo protagonizan, y por supuesto, de quienes lo consumen. Es por eso que diferentes directores pueden contar la misma historia de maneras tan distintas.

“Retrato de una mujer en llamas”, de Céline Sciamma, (“Girlhood”, “Tomboy”), es una película que retrata explícitamente la mirada de su creadora, y de sus protagonistas. Se trata de un filme que convierte el male gaze —la perspectiva más común en la historia del cine, al menos hasta hace unos años— en el female gaze, a través de una historia sobre el amor y el deseo, pero también sobre la confianza, el rol de la mujer y de su arte en el siglo 18, y por supuesto, la mirada. Es una película que se deleita en la manera en que sus personajes observan a otros, y en cómo estos pueden transmitir todo tipo de sentimientos con solo utilizar sus ojos. Es un drama excepcional, y una de las propuestas más originales y emotivas que haya visto en un buen tiempo.

La protagonista de “Retrato de una mujer en llamas” es Marianne (Noémie Merlant), una artista que ha sido enviada en secreto a la casa de una noble italiana (Valeria Golino, a quien muchos recordarán de cintas ochenteras y noventeras como “Rain Man”, “Hot Shots” o “Escape de Los Ángeles”) para pintar el retrato de su hija, la joven Héloïse (Adéle Haenel), quien acaba de salir de un convento y está tratando de procesar, todavía, la muerte de su hermana. El retrato que Marianne debe pintar será enviado a un posible marido para Héloïse en Milan, pero como esta se rehúsa a casarse, nuestra protagonista tiene que realizar su arte sin que la joven se entere —tratando de observarla sin que esta se dé cuenta, robándole ciertas miradas y momentos, y escondiendo su trabajo detrás de una cortina en su dormitorio.

Es a través de los paseos que dan fuera de la casa y en la playa, que Marianne y Héloïse se van conociendo; no necesariamente a través de conversaciones profundas, si no más bien a través de su lenguaje corporal, y por supuesto, de miradas furtivas y cada vez más cercanas. Para Héloïse, Marianne no es más que su “compañera de caminatas”, una mujer que la ayuda a pasar el tiempo hasta que, eventualmente, se case con un hombre al que ni siquiera ha visto en persona. Pero mientras más tiempo pasa con ella, más se da cuenta de que está comenzando a desarrollar sentimientos previamente inimaginables. ¿Cómo interpretar las miradas de Marianne, las cuales obviamente está tratando de esconder? Incluso cuando Héloïse se entera de la verdad, no está segura si es que malinterpretó su relación con Marianne —lo que podrían parecer ser miradas de interés únicamente profesional, también podrían ser algo más.

La mirada, por ende, es recíproca. Y la manera en que Sciamma retrata un nuevo amor, intenso, inocente, y altamente erótico, es algo con lo que cualquier espectador se podrá identificar. Esa intensidad de una nueva relación, esa felicidad y ese absoluto deseo por el cuerpo pero también por los labios y por el afecto de la otra persona —todo es retratado de forma muy íntima, y sin convertir a “Retrato de una mujer en llamas” en un melodrama meloso. Después de todo, mucho de lo que uno termina sintiendo a la hora de ver esta película es transmitido a través del lenguaje no verbal; no es posesión y no es únicamente deseo, si no más bien algo mucho más verdadero y potente. Desgraciadamente, dicha situación se convierte en una verdadera tragedia —tanto para los personajes como para el espectador—, cuando Marianne y Héloïse van recordando, poco a poco, que muy pronto tendrá su final. Por más que se amen y quieran estar juntas para siempre, Héloïse tendrá que abandonar a Marianne sí o sí, y vivir una vida en “cautiverio”, junto a un hombre al que no quiere, haciendo cosas en las que no tiene ningún interés.

Claramente, Sciamma tiene mucho qué decir sobre el rol de la mujer en la sociedad occidental, no solo en el siglo 18, si no también hoy en día. Por ende, “Retrato de una mujer en llamas” termina sintiéndose curiosamente contemporánea, sin hacer uso de la tradicional rigidez y la pompa y circunstancia a la que muchas “películas de época” nos han acostumbrado. Marianne es una mujer que no puede firmar sus pinturas con su propio nombre —usa el de su padre— porque es una mujer; dos mujeres que se aman no pueden estar juntas porque una de ellas tiene que casarse con un hombre; y la sirvienta de Héloïse, Sophie (Luàna Bajrami) tiene que hacerse un aborto en secreto, con la ayuda de varias mujeres, por más de que resulte peligroso para sí misma. “Retrato de una mujer en llamas” es una historia de mujeres que quieren ser libres, pero que se sienten atrapadas por las convenciones de una sociedad que no las entiende —y que no quiere entenderlas— en lo absoluto.

Regresando un poco a las miradas: Sciamma es una directora más interesada en la perspectiva de sus personajes que, por ejemplo, en establecer la geografía de sus locaciones. Consideren, si no, la utilización de planos medio y primeros planos en la película. La mayoría de escenas son desarrolladas con un enfoque casi exclusivo en los rostros de sus personajes, enfatizando sus reacciones y sus expresiones, y el hecho de que están constantemente observando a algo o alguien que se encuentra fuera del encuadre. Secuencias como la de la hoguera en el bosque pueden resultar algo confusas —¿Dónde está ese bosque? ¿Cómo es que Héloïse, Marianne y Sophie llegaron ahí?— para algunos espectadores, pero funcionan perfectamente para retratar la experiencia de estos personajes. ¿Importa dónde están? No realmente. Lo importante es lo que están sintiendo y lo que están observando; en ese caso, tenemos a Marianne viendo a Héloïse a través de la hoguera, cubierta en fuego, atrapada e incapaz de salir en libertad sin quemarse.

Incluso las escenas más eróticas de la película son más sensuales que abiertamente sexuales. Nos quedamos con el rostro de Marianne, por ejemplo, cuando Héloïse se levanta desnuda de la cama. No es necesario ver cómo hacen el amor; es más importante ver lo que dicen y lo que sienten antes y después. Y cuando se besan, la cámara de Sciamma se concentra en sus labios, en la intensidad del acto y en la pasión que sienten en el momento. “Retrato de una mujer en llamas” no es una película hecha para excitar al espectador; es un filme realizado para desarrollar empatía hacia sus personajes. Si quieren comparar la mirada empática, elegante y sensual de Sciammia con la de un hombre, vean “La vida de Adèle”, del infame Abdellatif Kechiche. Puede que ambas historias suenen similares, pero no podrían ser más diferentes a la hora de retratar la relación entre dos mujeres.

“Retrato de una mujer en llamas” es un drama romántico excepcional; una mirada muy específica hacia el desarrollo de una relación condenada al fracaso, a través de la perspectiva de sus dos protagonistas, pero también de una directora que toma decisiones muy particulares —y para algunos, poco convencionales— para otorgarle una estética y una resonancia emocional muy potentes a su historia. Tanto Adèle Haenel como Noémie Merlant están excelentes, y la película utiliza un ritmo lento pero seductor, imágenes innegablemente memorables —como la aparición que Marianne ve de cuando en cuando; de lo más perturbador que he visto en mucho tiempo— y una comparación altamente simbólica con el mito de Orfeo y Eurídice, para que uno logre entender el amor que sienten la una por la otra. Es una pena que “Retrato de una mujer en llamas” no tenga una fecha fija de estreno en el Perú; se trata de una película que merece recibir más atención, y que ciertamente debería verse en la pantalla grande.

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