1917

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Los horrores de la guerra se han visto en infinidad de películas, especialmente aquellas que deciden retratar los eventos más impactantes de dichos enfrentamientos de manera particularmente cruenta. Pero como el mismo director Sam Mendes ha declarado, la Primera Guerra Mundial es de las menos representadas en el cine —de repente porque, al menos para las generaciones más jóvenes, se siente más lejana, menos personal (especialmente en comparación a la Segunda). Pero como películas como “Caballo de Guerra”, de Steven Spielberg, o el  gran documental “No llegarán a viejos”, de Peter Jackson, han demostrado, se puede hacer mucho con el material histórico de aquella época —tanto narrativamente, como emocionalmente.

Es por eso que una película como “1917”, dirigida y coescrita por Mendes, se siente tan novedosa —y también porque se trata de un filme que hace lo mismo que otras producciones, como “Birdman” de Alejandro Gonzáles Iñárritu, han hecho en el pasado. Es decir, escenificar la mayor parte de sus escenas a través de planos secuencia, escondiendo los cortes entre cada uno para que el filme luzca como un solo plano, sin ninguna transición. Se trata de una forma muy ambiciosa de desarrollar una película de guerra —género que ya es, de por sí, bastante complicado de realizar—, pero que en este caso definitivamente paga sus dividendos. “1917” es de las experiencias más tensas y visualmente espectaculares que haya tenido en un buen tiempo; un filme de guerra como pocos, el cual debería hacer capaz de hacer sudar hasta al miembro más escéptico del público.

Comparaciones con “Gravedad”, de Alfonso Cuarón, podrían sentirse algo fuera de lugar, pero creanme cuando les digo que tienen todo el sentido del mundo. Después de todo, fuera de las diferencias en locación y temática —una película se desarrolla en el espacio exterior, mientras que la otra en las trincheras de la Primera Guerra Mundial—, ambas cintas son ejercicios alucinantes de tensión, dependientes de planos larguísimos y movimientos de cámara casi acrobáticos, los cuales le permiten al espectador adentrarse en la ficción, siempre consciente de que está viendo los eventos de la trama (casi) en tiempo real.

Y al igual que la cinta de Cuarón, si hay una razón por la cual “1917” funciona tan bien, es porque se nota desde el primer minuto de metraje que fue concebida como un filme que se debe apreciar como si fuese casi un solo plano secuencia. La estética de la película es parte de su ADN; lo visual y lo narrativo se complementan y están absolutamente relacionados. Se podría argumentar que esta misma historia se hubiera podido contar a través de un estilo de dirección más convencional, pero definitivamente no se hubiera podido narrar de la misma manera, o con el mismo impacto. La decisión de construir las escenas que componen a “1917” a través de planos largos y sin cortes no es gratuita en lo absoluto —sí, llama la atención un poco a sí misma de cuando en cuando, pero a la vez, se siente esencial para el desarrollo de la trama.

Inspirada en las historias que su abuelo le contaba a Mendes de niño, “1917” tiene como protagonistas al soldado de primera Blake (Dean-Charles Chapman) y al soldado de primera Schofield (George McKay). Al comenzar la película, son enviados a hablar con el General Erinmore (Colin Firth), quien los manda a adentrarse en territorio enemigo, atravesar la Tierra de Nadie, y evadir a los alemanes, para entregarle una carta al Coronel McKenzie (Benedict Cumberbatch), ordenándole que detenga un nuevo ataque. De lo contrario, 1600 soldados (incluyendo al hermano mayor de Schofield) caerán en una trampa enemiga.

La narrativa es elegante en su simpleza. El objetivo de ambos protagonistas es claro; tienen algo tangible, un objeto que le permite al espectador entender rápidamente qué es lo que tienen que llevar y por qué, y tienen una infinidad de obstáculos por atravesar, lo cual, poco a poco, va elevando la tensión, mientras ambos soldados sufren heridas, se enfrentan a soldados enemigos, y más. De hecho, tanto a nivel estructural como conceptual, la historia de “1917” es increíblemente tradicional —sin embargo, considerando que, al parecer, el mayor objetivo de Mendes era el de desarrollar una experiencia tensa, realista y cruda, no pudo haber tomado una mejor decisión a la hora de escribir el guión con Krysty Wilson-Cairns. Una trama más complicada hubiese resultado en un producto final mucho menos efectivo.

Porque es precisamente la sencillez del guión lo que le permite a Mendes desarrollar la mayor parte de sus escenas en tiempo real, con la cámara atrás, delante o al costado de sus protagonistas, al ras del suelo, elevada, y moviéndose con increíble suavidad. Uno, por ende, siente que esté viviendo estos momentos junto con Blake y Schofield, sin que la experiencia se sienta artificial o innecesariamente sintética. Si, al inicio uno se fija en los movimientos de cámara, en la falta de cortes, y en los posibles lugares donde Mendes y su editor, Lee Smith, podrían esconder cortes, pero luego de unos minutos, uno se termina metiendo en la historia, preocupándose por los dos protagonistas, sufriendo cada vez que son atacados o que tienen que atravesar un nuevo obstáculo.

Previsiblemente, la dirección de fotografía del maestro Roger Deakins es simplemente espectacular. Su cámara se mueve con una gracia pocas veces vista anteriormente, alternando entre planos abiertos con lentes angulares, donde uno puede apreciar las impresionantes locaciones y lo deprimentes que eran algunos de los parajes por donde los personajes tenían que caminar, y primeros planos que aprovechan al máximo la expresividad de los protagonistas. Los tonos tierra, desde marrones hasta grises, le otorgan mucha verosimilitud al filme sin quitarle todo el color a la imagen, y una escena en particular, que involucra fuego y muchísima luz, se ha quedado grabada en mi cerebro. De hecho, me recordó un poco a ciertos momentos de “Blade Runner 2049”, también fotografiada por Deakins, pero en un contexto completamente distinto.

Las verdaderas estrellas de “1917”, por otro lado, son Dean-Charles Chapman y George McKay. Sí, el reparto incluye a estrellas de la talla de Colin Firth, Andrew Scott, Mark Strong, Benedict Cumberbatch y Richard Madden, pero sus roles no podrían ser considerados como nada más que cameos —memorables, pero pequeños. KcKay está muy bien como Blake, un hombre que claramente no quería ser enviado en esta misión, pero que sin embargo hace todo lo posible por proteger a su amigo, agarrando más y más valor mientras que las cosas se van tornando más difíciles. Y Chapman brilla como Schofield, transmitiendo de manera sutil pero creíble la frustración y desesperación que siente por la misión —después de todo, para él se trata de algo mucho más personal que para Blake, ya que su hermano se encuentra entre los 1600 hombres que tiene que salvar. Son actuaciones bastante físicas, de eso no hay duda —tienen que correr y saltar y pelear y disparar bastante—, pero eso no quiere decir que decepcionen durante los momentos más emotivos de la cinta. De hecho, sucede todo lo contrario.

“1917” es una clase maestría de dirección, cinematografía, actuaciones, diseño de sonido y música (la banda sonora de Thomas Newman es una de las grandes razones por las que el filme me hizo sudar en varios momentos). Es un filme que justifica su tan peculiar estilo visual, demostrando que los planos secuencia, más allá de ser un intento de hacer las cosas de manera “difícil” o “artística”, son un componente vital para esta historia en particular, y para las emociones que Mendes quería desatar en su público. Se trata de un filme de guerra muy diferente al resto, absolutamente visceral y visualmente fabuloso —el diseño de producción es prácticamente perfecto, y el trabajo de Deakins es, como siempre, magistral. “1917” es una cinta que tiene que verse en pantalla grande, con la mejor proyección y el sonido más limpio posible —de esa manera, tendrán una experiencia que difícilmente podrá replicarse en casa.

 

Avance oficial:

90%
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